Desde diciembre de 2001, el último mes del año genera sentimientos encontrados. Por un lado, el espíritu navideño acerca a las familias; pero por otro lado, existe el temor de un recrudecimiento de los conflictos sociales.
La llegada del paréntesis del verano pone a diciembre como la última oportunidad para obtener algún favor del Estado. Los pedidos no satisfechos en diciembre deberán aguardar hasta marzo del año entrante.
La crisis de fines del 2001 se resolvió otorgándole al Estado, en todos sus niveles, una centralidad que durante los años 90 no tuvo. Se esperan dádivas, ayudas, subsidios, porque la economía no genera puestos de trabajo genuinos que permitan a gran parte de la sociedad valerse por sí misma. El empleo privado registrado no crece hace mucho tiempo y solo hay un leve crecimiento en los trabajos precarios no registrados y, por supuesto, en el sector público, sobre todo en los niveles provinciales.
Con el cambio de siglo, Argentina entró en un círculo vicioso. El aumento del gasto público para financiar planes sociales, subsidios y el empleo estatal tiene su contrapartida en el incremento de la carga tributaria que maniata al sector privado, y por lo tanto no hay nuevas inversiones ni posibilidad de que cree nuevos puestos de trabajo. Cabe aclarar que sin inversiones no hay aumento de la productividad laboral y sin incremento de la productividad laboral no puede haber salarios altos. Y los bajos salarios son otra fuente de conflictividad social.
Desde 2003 hasta el presente el peso del sector público en el PBI pasó de 24% a cerca de 45%. El resultado está a la vista: un sector público elefantiásico que no puede ser financiado ni siquiera con alta carga tributaria. Por lo tanto, el gobierno debe apelar al impuesto inflacionario.
Otro diciembre
¿Este diciembre es distinto? En muchos sentidos sí lo es, aunque esto no necesariamente implique mayor conflictividad social en comparación con los anteriores.
Este diciembre es distinto porque la tasa de inflación es más alta y el ritmo de crecimiento es mayor que otros años y ya no tiene herramientas para frenarla, excepto un ajuste fiscal.
Este diciembre es distinto porque se agotaron las reservas y la respuesta de una buena parte de los ahorristas es retirar sus depósitos en dólares, a pesar de que el sistema financiero tiene una liquidez inusitada.
Este diciembre es distinto porque el gobierno viene de una derrota electoral, la cual le indica que debe realizar un cambio de rumbo. Sin embargo, no da señales de tener un plan sólido, que sea apoyado por todos los sectores del oficialismo.
Y a falta de un plan, el gobierno profundiza los controles y las prohibiciones que llevaron la economía a un fracaso estrepitoso.
El cepo cambiario es el ejemplo más plausible de ese manojo de desorden y contradicciones, aunque en cada sector de la economía se pueden encontrar ejemplos de errores graves. En una economía dolarizada, no se puede esperar inversiones. En presencia de un cepo cambiario, ¿quién va a invertir un dólar sabiendo que le van a entregar a cambio poco más de cien pesos, cuando el valor de mercado supera los doscientos pesos? Con cepo no puede haber inversiones significativas. Y sin inversiones no hay crecimiento ni perspectivas halagüeñas para el salario.
Este diciembre es distinto porque aunque puede haber mayor conflictividad social no habrá ningún estallido. Y esto se debe a que el estallido ya ocurrió. De qué otra manera se puede catalogar a una economía que tiene 42% de pobreza? ¿Es posible decir que acá no hubo estallido, cuando la tasa de inversión cómo porcentaje del PBI está por debajo del nivel necesario para reponer el capital depreciado? ¿Cómo se clasifica a una economía que tiene perspectivas cercanas al 60% de inflación anual, con tarifas y congeladas y tipo de cambio contenido? ¿Qué se puede decir de una economía que muestra un enorme porcentaje de sus jóvenes que ni estudia ni trabaja?