Cuando se creía que la pandemia podría tener los días contados, apareció una cepa nueva de coronavirus y la economía global otra vez encendió las luces de alerta e incertidumbre. Luego de que la OMS denominara a la nueva variante sudafricana como “Omicron”, aparecieron las preguntas sobre el posible rumbo de la economía mundial y la perspectiva de recuperación proyectada para 2022 se desdibujó y hasta comenzó a quebrarse.
Algunos analistas remarcan que actualmente se pasó de la preocupación por las incidencias inflacionistas y los tipos de interés a reiterar un escenario de confinamiento y sus males colaterales. Las consecuencias para las principales variables del mercado serían: petróleo más barato, alivio para la inflación, un nuevo retraso en las subidas de tipos de cambio, pero con el agravante de que la recuperación económica, después de casi dos años de postergaciones, podría quedar en stand by.
Por eso, hasta tener una mayor certidumbre sobre el alcance y la agresividad de la variante sudafricana, será imposible prever su impacto en los mercados y la economía. Lo único cierto a la fecha es que se estudia en estos momentos su posible resistencia a las actuales vacunas -no se sabe en qué medida-, lo que supondría tener que enfrentar un nuevo escenario.
Esta amenaza traería consigo una caída de la demanda de energía ante la posibilidad de nuevos confinamientos duros. El petróleo y el gas fueron los principales propulsores de la inflación hasta la fecha, y una energía más barata restaría fuerza a las presiones inflacionarias.