A 1.800 metros sobre el nivel del mar ¿será que cuesta diferenciar la tragedia de la alegría? O es otra prueba de resciliencia de los pobladores de Anfama, acostumbrados a los imponderables de la naturaleza y a la desidia de los gobernantes.
Llueve. Las gotas retintinean sobre el plástico que cubre al enfermo, que se zarandea como un bulto gigantesco, para un lado y para el otro. El barro parece jabón y, en cada resbalón, al enfermo se le escapa un quejido. Sería un insulto decirle que tenga paciencia. Faltan casi siete horas de bajada por la quebrada de la montaña y el viaje comenzó apenas hace media hora. Ocho veces tendrán que cruzar el río hasta llegar a El Siambón donde les espera una ambulancia que trasladará al joven hasta el Centro de Salud. Pero si llueve mucho, el río Grande crece por los aportes del Anfama y La Hoyada, ya nadie puede pasar.
Acostado sobre una camilla improvisada con una escalera hecha de palos y sogas, el accidentado descansa sus 75 kilos de peso sobre un colchón finito y cubre su cuerpo con colchas. Lo cargan entre dos hombres que se turnan cada 300 metros. Pero el camino es largo, pedregoso y en bajada. Gonzalo Carrazano, de 20 años, hijo del cacique de Anfama, se quebró el fémur el 2 de este mes y al día siguiente lo bajaron.
“Él venía desde San José de Chasquivil en la mula, cuando el animal se asusta, pisa mal y se cae apretándole la pierna contra las piedras”, relata Antonio Guillermo Carrazano, que no se separa de su hijo durante varias semanas hasta que lo operaran.
Antonio no tiene más que palabras de agradecimiento para el médico del CAPS que lo auxilió en Anfama y que le consiguió la ambulancia, que solo puede subir hasta El Simbón por el mal estado del camino. “Si ese día hubiera estado lindo, con sol, habría pedido el avión sanitario para trasladarlo, pero lloviendo así es un peligro”, explica.
Además del camino del río hay otro que sube por El Siambón, siguiendo la traza del acueducto de la UNT hasta Anfama, pero no está en buenas condiciones. “Dos veces pedimos a Vialidad que le pasen la motoniveladora, el 3 de junio y el 18 de agosto (Expediente 3778-C-2021). Pero no responden” se lamenta Cecilio Álvarez, vecino del lugar. Los propios integrantes de la comunidad indígena de Anfama trabajaron en sacar las piedras caídas en los derrumbes, pero que necesitan la máquina que empareje y enripie el camino para que pueda pasar la ambulancia y el transporte de mercadería para abastecer al pueblo. Por la falta de arreglo del camino los pobladores se manejan a caballo, durante más de cinco horas, cuando todavía se puede cruzar el río, pero a fin de mes con las primeras tormentas se corta todo acceso al pueblo.
Los reclamos de los vecinos lograron que Vialidad pasara la máquina pero solamente un trecho, hasta el km 9, y ahora piden que continúen con el trabajo hasta la escuela de Anfama, para que puedan llegar los maestros. Cuando llueve ese camino de tierra colorada se vuelve intransitable y las comunidades de Anfama y San José de Chasquivil quedan aisladas.
No es excepcional que los vecinos tengan que bajar en andas a los enfermos. Es la tercera vez que ocurre en el año. En la segunda quincena de abril, Flora Saturnina Balderrama, de 80 años, sintió el aguijón de un bicho y desde entonces le empezó a subir la fiebre, cuenta su nieta Ana Andrade, que es agente sanitario. “El día estaba feo por eso no podía venir el avión sanitario así que los vecinos la bajaron a peso hasta El Siambón. Salieron a las 9 de la mañana y llegaron a las cinco de la tarde al pueblo, donde la esperaba la ambulancia para llevarla al Avellaneda”, cuenta agradecida.
En mayo otro joven de la comunidad se había caído del caballo y quebrado la cadera. También tuvo que ser trasladado de a pie .
Cuando ocurre un accidente en la montaña no se puede salir inmediatamente. Hay que organizarse y esperar hasta el día siguiente para salir temprano y volver antes de que oscurezca. Se arman grupos de 30 o 40 vecinos, todos hombres. A veces la familia del enfermo faena un animal grande para dar de comer a todos en medio del camino. Pero no hay tiempo para un asado. Por lo general cada familia lleva alimentos para compartirlos con los demás.
Es común que los pobladores no puedan dedicarle un día completo al enfermo por las exigencias propias del campo. Por eso suelen dividirse: los de Anfama acompañan al grupo hasta mitad del camino y allí se encuentran con otro grupo que sube desde El Siambón o desde Raco que espera para hacer el reemplazo. El grupo que salió temprano se vuelve y continúa el segundo. “Ya es una tradición en nuestra comunidad ayudarnos entre todos”, cuenta el cacique Carrazano.
A veces, la gravedad del paciente obliga a un andar más lento y cuidadoso, por eso en vez de siete horas son ocho las que tardan en bajar. El dolor es casi inevitable por los sacudones del traslado, pero es un orgullo para el enfermo y su familia saber que la comunidad se solidariza y le pone el hombro con literalidad.
Una rara mezcla de serenidad de espíritu y camaradería se funde con la emergencia. Nadie se impacienta, hay trabajo en equipo, risas y hasta bromas, a pesar del esfuerzo. Los momentos de tensión, como los cruces del río encrespado con el enfermo a cuestas, se coronan con aplausos. La comunidad indígena sigue viviendo estos gestos heroicos como parte de una tradición, una costumbre vigente por la desidia de los gobernantes. Hoy esos esfuerzos y el aislamiento de los pueblos podrían evitarse arreglando el camino de la cumbre.