El miércoles cumplirá 90 años. Fueron 90 años de sacrificio y de trabajo, de superación, de caminar cada rincón del Monumental o del complejo “José Salmoiraghi”. Años que, independientemente de las condiciones climáticas o de cualquier problema, nunca puso reparos en cumplir su trabajo. Años de los que más de la mitad se los brindó a su gran amor: Atlético.
César Alberto Fuentes es una institución dentro de la misma institución. En 1969 comenzó a trabajar en 25 de Mayo y Chile y por sus manos pasaron grandes figuras de la historia “decana” (fue el masajista del plantel profesional durante muchos años). Festejó títulos, sufrió golpes duros como cada hincha, pero desde adentro. Aprendió a convivir con esa especie rara dentro del fútbol, en la que este tipo de héroes viven a la sombra de los grandes flashes, pero son una parte fundamental dentro de la enorme estructura.
Pero todo lo que fue, hoy ya no es. La pandemia marcó un antes y un después en la vida de “Fuentecito”. Como a casi todo el mundo la covid-19 le modificó en mayor o menor medida su rutina; a él le cortó en seco lo que más quería. Su vida cambió por completo; o cómo él dice “casi dejo de serlo”, desde aquel 20 de marzo de 2020. Hoy, Fuentes ya no asiste al complejo, ya no va al club. No comparte el día a día con jugadores, no ayuda a los utileros, no toma mate o café con sus hermanos de sangre “celeste y blanca”; y eso para él es todo; o nada.
- ¿Cuál es tu sensación de todo lo que pasó en este tiempo?
- Dejar de ir al complejo o al club es casi como que una gran parte de mi vida se me fue. Me vine abajo, me puso muy triste perderme el día a día. Lo que yo sentía cuando estaba trabajando no puedo explicarlo con palabras. Y hoy ya no lo tengo. Ya fue y eso no me hace bien.
- ¿Recordás cuándo llegaste?
- Un día, un amigo que era canillita me llevó a ver un clásico contra San Martín. Ni bien llegué a la cancha, me di cuenta que esos colores eran idénticos a los de mi corazón. Y así nació el amor por Atlético. Prácticamente desde ese día viví para el club.
- ¿Y ahora, cómo seguís adelante sin tener lo que más querés?
- Yo siento que gran parte de mi vida la dejé ahí, en el club, en Atlético; y la verdad es que extraño mucho todo, muchísimo. Es un sentimiento muy profundo. Mi familia por ahí se me ríe como si yo exagerara, pero es así. Extraño mucho ir al club.
Su esposa, Elizabeth Cortez, su compañera de vida, está firme a su lado. Trata de levantarlo en el día a día, de ser su sostén y de evitar (aunque es casi imposible) que él piense en todo lo que fue, pero ya no es. “Es una lástima que nadie reconozca su amor por el club. Nunca, en todo este tiempo, nadie llamó siquiera para preguntar si él aún vivía o no”, sentencia.
Ella había pensado una sorpresa. Quería acompañarlo a la cancha; a ver un partido de su amado Atlético. Pero aún no se decide, el miedo juega un papel importante y le impide, por ahora, dar ese paso al frente. “Tengo miedo del contacto con las personas. Vamos a esperar”, explica.
“Fuentecito” mira hacia atrás en el tiempo y sus ojos se le llenan de lágrimas. Piensa en todo lo que vivió, mira su presente y parece quedarse sin fuerzas.
- ¿Tu vida cambió mucho en este último año y medio?
- Y sí… hoy me levanto a las 10, miro mucha televisión (sobre todo fútbol), disfruto de un paseo, de ir a una confitería a tomar un café y de las comidas. Eso sí, siempre me pongo indumentaria de Atlético; es casi como que ya la tengo pegada a mi piel.
- ¿Y lo seguís al equipo? ¿Estás al tanto de todo lo que pasa?
- Veo todos los partidos por televisión. A veces no recuerdo mucho de los jugadores, o por ahí los reconozco pero no me sale su nombre; pero siempre estoy pendiente del club.
- ¿Y tu familia? ¿Qué te dice?
- Es todo en mi vida. Acá somos todos de Atlético; y todos saben lo que significa para mí. Cuando comenzamos a jugar las copas internacionales me hicieron una bandera que decía “Fuentecito de América”. Fue un hermoso recuerdo.
Fuentes sigue adelante con su vida. Cumple con todo y pese a estar exento por su edad, el pasado domingo asistió a cumplir su deber cívico. Eso sí, pese a que él parece estar intacto, no puede seguir haciendo lo que le da su mayor alegría y eso para él es algo que no puede digerir.