La constante caída del poder adquisitivo y el incremento sostenido de los precios, particularmente de los productos que integran la canasta familiar, ha llevado a que las familias argentinas ajusten el cinturón y a hacer piruetas para terminar decorosamente el mes desde el punto de vista de sus finanzas personales. El endeudamiento es creciente y se estima que hoy la deuda de las familias oscila puede llegar hasta cinco veces sus ingresos, en promedio. La clase media argentina expulsó 1,2 millón de personas en los últimos cinco años y 12 millones de argentinos hoy son considerados pobres. Este importante deterioro social está explicado por el constante aumento de la inflación por encima de los salarios, advierte el Instituto para el Desarrollo Social de la Argentina (Idesa), en su último reporte.
A mediados del siglo pasado, la Argentina tenía estándares de vida muy altos y atípicos respecto a los de la región, hasta entrada la década de los setenta. Al contrario de la mayoría de los países vecinos, que fueron mejorando, Argentina inició con vaivenes un proceso inverso: la calidad de vida ha ido en casi permanente decadencia a lo largo de los últimos 50 años. La pandemia aceleró aún más este deterioro, sostiene Virginia Giordano, coordinadora de Investigaciones de Idesa.
Una forma de analizar como disminuyó la calidad de vida de los argentinos es ver que sucedió con la famosa “clase media” de la que todos creen ser parte. La idea de clase media es mucho más que poder de compra, es el estereotipo de un sector medio que todo país aspira a tener. Implica ciertos estándares de vida, y sobre todo la idea de que existe la posibilidad de progreso social. Como la característica es variable y sujeta a subjetividades es casi imposible de medirla sin objeciones. Desde la economía frecuentemente se tiende a construir segmentos sociales haciendo múltiplos de la Canasta Básica Total (CBT), que muestra el conjunto de alimentos necesarios para satisfacer las necesidades de calorías de un hogar promedio junto ciertos los bienes y servicios no alimentarios tales como vestimenta, transporte, educación, salud, vivienda, etcétera. Tomando esta construcción, Giordano observa algunas cuestiones:
En 2016, el mayor porcentaje de la población (48%), era considerado clase media, y sólo el 32% eran considerados baja o pobres, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), al no poder cubrir la CBT. El 9% de la población pertenecía a la clase alta y el 11% a la clase media baja, que es el segmento de la población considerado más vulnerable de caer en la pobreza.
En el segundo trimestre de este año, la movilidad social fue descendente: el estrato social más grande, con 41% de la población, fue el segmento baja, con casi 12 millones de argentinos considerados pobres. La clase media disminuyó a 41% de la población. Se achicó también la clase alta (5%) y creció la clase media baja (12%), creció, no por efecto de mejoramientos, sino por caída de la clase media.
Esta caída de la clase media en Argentina se viene dando desde hace varias décadas con vaivenes. "Aquí se presenta la situación desde 2016 porque entre 2012 y 2015 reinó el oscurantismo estadístico oficial en la Argentina lo que impide medir el fenómeno en su integralidad", aclara el diagnóstico privado.
¿Qué explica el profundo deterioro social en los últimos cinco años?
Uno de los principales factores que explica esta movilidad descendente es que la inflación crece por encima de los ingresos de las familias. Dentro de ellos, la erosión que produce la inflación sobre la remuneración del trabajo informal es el fenómeno social más importante porque es la principal fuente de ingresos entre los estratos sociales más bajos. La inflación también impacta sobre el poder de compra de las prestaciones sociales e incluso erosiona los salarios formales, explica el reporte al que accedió LA GACETA.
Frente a este alarmante proceso de decadencia social llama la atención el desenfoque de prioridades que prevalece en la conformación de la agenda de políticas públicas. Bajo el argumento -cierto- de que la inflación es un fenómeno multicausal la dirigencia destina una desproporcionada atención a políticas, como los controles de precios o el aumento nominal de prestaciones sociales, que podrían ser acompañantes de una estrategia integral, pero que sin atacar las causas principales de la inflación son ineficaces y contraproducentes, indica Giordano.
Para mejorar la calidad de vida de la gente y volver a recuperar la tradicional clase media argentina es condición necesaria e imprescindible bajar la inflación, apunta Idesa. Para lograrlo es necesario ordenar el Estado en sus tres niveles: nacional, provincial y municipal. Este es el camino para construir un Estado financieramente sostenible y con capacidad para administrar instituciones que den competitividad y producir buenos servicios a los ciudadanos y la producción. Bajo estas condiciones la inflación dejará de erosionar los ingresos de las familias y se creará un contexto favorable para la inversión privada. Esto, junto con la modernización de las instituciones laborales, es la manera genuina de sacar a la gente de la informalidad y, con ello, de la pobreza, finaliza el reporte.