La Argentina arrastra una crisis de liderazgo fortísima. Por eso las urnas vienen pidiendo a gritos que todo aquel que tenga una cuota de poder se siente a dialogar. A nadie le alcanza por sí solo. Ni a Alberto, ni a Cristina, ni a Macri ni a Rodríguez Larreta, ni a Juan Manzur ni a Osvaldo Jaldo ni a Germán Alfaro ni a Roberto Sánchez. Ayer ha comenzado una nueva era. Los líderes ya no son llaneros solitarios sino equipos. Los electores quieren soluciones a la inseguridad, a la pobreza y a la inflación.
Tucumán ya nos tiene acostumbrados y ayer fue diferente -una vez más- al resto del país. Juntos por el Cambio consiguió una derrota que tiene sabor a triunfo histórico.
Más aún: es una de las poquísimas provincias que aportó un triunfo al Frente de Todos y retuvo todas las bancas que puso en juego. Sin embargo, la victoria se sintió como una derrota por paliza.
Las alternancias que se vivieron a nivel nacional hacen que el peronismo y el macrismo puedan echarse las culpas alternativamente de lo que pasa y por ahí canalizan sus discursos.
En Tucumán hace 22 años que el gobierno es del peronismo: por eso a la hora de buscar responsables los votantes apuntan a un solo espacio.
A partir de hoy, Manzur y Jaldo (José Alperovich se autofagocitó) tienen la responsabilidad de reencontrarse con la fórmula ganadora.
En la oposición, el peronista Alfaro y el radical Sánchez tienen una oportunidad en sus manos, pero deben aceptar que solos no podrán.
Mientras forjan sus destinos políticos, opositores y oficialistas han sido convocados a resolver problemas estructurales que no pueden esperar a que se consoliden los liderazgos particulares.