Historias detrás de la Historia: El día que cayó la estrategia de Amín

Historias detrás de la Historia: El día que cayó la estrategia de Amín

“El crimen del hotel” (octava parte)

ESCONDIDO. Amín se oculta tras sus defensores Roberto Flores y Martín Zottoli durante una de las audiencias. ESCONDIDO. Amín se oculta tras sus defensores Roberto Flores y Martín Zottoli durante una de las audiencias.

El juicio por el femicidio de María Marta Arias llegaba a su etapa final. Pablo “El Loco” Amín se jugaba las últimas cartas para ser declarado inimputable durante el debate, calificación legal que no pudieron sostener sus abogados durante la etapa de instrucción. Si se lo declaraba insano, sería derivado a un hospital psiquiátrico con la posibilidad que se le diese el alta en un par de años. Tal vez un establecimiento de estas características no es un lugar agradable, pero puede ser considerado un paraíso si se tiene en cuenta el estado de los calabozos del penal de Villa Urquiza.

Los defensores Roberto Flores y Martín Zottoli basaron muchos de sus dichos en los incidentes del acusado. Protagonizó incidentes en la vía pública, en la Catedral, en la Dirección de Guardia Urbana y, finalmente en el hospital Padilla, donde finalmente le aplicaron sedantes que lo tranquilizaron por un rato. Horas después, en la habitación 514 del hotel Catalinas Park, cometió uno de los femicidios más aberrantes de los últimos veinte años.

Este fue un caso que tuvo trascendencia nacional e internacional. Sólo basta buscar en Youtube los relatos de “especialistas” del crimen de Colombia, Perú y México que hacen relatos increíbles del hecho con títulos rimbombantes como “¿Qué sucedió con ‘El Loco’ Amín?” y el “Asesino de Herbalife”, entre otros. Con música lúgubre, estos “youtubers de la sangre” falsean la historia y se burlan de la prudencia al mostrar las fotos que tomó personal de Criminalística en la escena del hecho, revictimizando con cada reproducción a la joven santiagueña.

Confirmaciones

En las audiencias varios testigos confirmaron la veracidad de cada uno de esos hechos. El más interesante es el que se registró en el templo el sábado 27 de octubre de 2007. “Los vi cerca de las 16.30. Estaba bautizando unos chiquitos y de repente ese hombre se me acercó y me empezó a pedir que lo bautice. Yo le mojé un poco la cabeza con agua bendita para que se hiciese a un lado y me dejara continuar con el rito”, indicó el entonces vicario de la iglesia, José Navarro. Ante las preguntas de los defensores, el sacerdote afirmó que notó nervioso a Amín.

“Pero en la Catedral suelen verse cosas extrañas (sic)”, aclaró, aunque nadie se atrevió a preguntarle de qué cosas hablaba. Luego agregó que Arias también parecía intranquila. “Me dio la impresión de que ella también estaba alterada. No sé si habrá tenido miedo”, dijo. El sacristán Julio César Aredes Carrizo, en tanto, detalló con lujo de detalles cómo se tomó el agua bendita que había en una jarra.

El agente Sergio Miguel Santander fue la persona que lo demoró en la plaza Independencia. “Estaba a cargo de la zona. Él se me acercó caminando. Parecía ansioso. Me dijo que estaba perdido y pedí un móvil para llevarlo a la base que está en calle Maipú”, explicó.

En la sede policial, el acusado mantuvo una entrevista con el jefe de Guardia Urbana Luis Ibáñez, actual secretario de Seguridad de la Provincia, quien también declaró en el juicio. “Lo hice pasar a mi oficina. Hablaba todo a la vez, y era difícil entenderle. Para entonces, en la vereda ya estaban su esposa y un amigo suyo. Ellos me dijeron que estaban buscando un médico, que lo notaban raro desde hace cuatro días, y les recomendé que fueran al Hospital Padilla”, dijo.

Maximiliano Sánchez Aguirre, empleado del servicio penitenciario, declaró durante el juicio que el santiagueño protagonizaba de vez en cuando escenas extrañas. “El interno hacía payasadas y tonteras. Se tiraba la comida encima, se bañaba vestido o decía que era Dios. A veces, se ponía agresivo con el personal de estatura baja o media. Pero no eran conductas constantes. Sólo se portaba así de vez en cuando”, relató. También explicó que sólo tuvo problemas con las personas que eran de menor tamaño con él. “Nunca protagonizó un incidente preocupante”, indicó.

Lo que pasó en el centro asistencial sigue siendo un misterio. Ocurre que en el juicio quedó en claro que Amín fue atendido en el Padilla, pero nunca logró identificarse al médico que lo revisó y qué le medicó para tranquilizarlo porque, según sus amigos, después de haber abandonado el hospital se lo notó mucho más calmo, pero horas después terminó asesinando a su esposa. ¿Fue atendido realmente por un profesional? ¿Se le otorgó la medicación correcta? ¿Y si se lo hubiera diagnosticado correctamente, habría cometido el crimen? Son preguntas que, a más de 14 años de haberse registrado el femicidio, no tienen respuestas.

Batalla de peritos

Una junta médica es un grupo de especialistas convocados por funcionarios judiciales para que emitan una opinión sobre una cuestión en particular. Normalmente es un pedido de los fiscales para que determinen algún diagnóstico o que lleguen a ciertas conclusiones a las que ellos no pueden arribar porque no cuentan con los conocimientos necesarios. “Ellos saben de leyes, no se les puede exigir que tengan conocimientos médicos”, explicó un abogado que lleva años recorriendo los pasillos de tribunales.

El investigador elabora un escrito donde explica claramente qué tipo de información busca de los profesionales. Las otras partes, el defensor y la querella (si estuviera constituida una) tienen acceso a ese planteo y pueden agregar otras cuestiones para que se incluyan en el informe y también pueden poner un perito de parte para que revise la tarea de los profesionales.

Cada uno elabora un informe y se lo incorpora al expediente como prueba. El que realiza la junta médica es el estudio oficial. Los trabajos de los peritos de parte tienen validez, pero no tanta porque objetivamente están orientadas a lo que buscan probar las personas que lo contrataron, pese a que están obligados por ley a no falsear la información. De todas maneras, los jueces del tribunal son los que tienen la última palabra para decidir quién es el que tiene la razón. Por ese motivo, la habilidad del especialista en convencer a los jueces es clave.

En el crimen de Arias, el psiquiatra Ítalo Corrado actuó como perito de la defensa y su colega Walter Rómulo Sigler, por la querella. Se esperaba un duelo picante, como un clásico entre Atlético y San Martín, pero los planteos fueron tranquilos. El trabajo que realizaron ambos coincidían en dos puntos: no compartían el informe que había elaborado la junta médica y tildaron de peligroso a Amín.

Corrado criticó duramente el dictamen al que llegó la junta médica oficial que indicó que Amín sabía lo que hacía cuando asesinó y mutiló a su pareja. El profesional sostuvo que el santiagueño actuó de esa forma porque es psicótico y sufrió un delirio paranoico agudo. “Obró dentro de los límites del derecho de defensa, pues, según sus desvaríos, la víctima formaba parte de un complot contra él”, relató. Según el médico, el acusado creyó que lo iban a asesinar. “Él decía que lo iba a matar gente de Herbalife para sacarle el éxito que tenía en la empresa”, indicó.

Corrado también declaró que la junta médica “trabajó con prejuicios” y que “no querían que Amín vaya al Obarrio porque iba a ser un grandísimo problema”. Con estas palabras el psiquiatra abonó la teoría que nunca fue confirmada que los profesionales, a la hora de realizar el informe, tuvieron más en cuenta los problemas que podía generar el acusado en el centro asistencial que su situación procesal. “Pablo cada vez se vuelve más loco. El no debería ir a la cárcel, sino a un hospital especializado”, agregó. Y sugirió que ese lugar podría ser el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, ubicado en Buenos Aires, que cuenta con un pabellón específico para alienados en conflicto con la ley.

Sigler, que siguió de cerca el trabajo de la junta médica, indicó que Amín no está loco. “Sufre un trastorno límite de personalidad y un trastorno antisocial de personalidad. Eso no se puede considerar como una enfermedad; es una manera de ser”, señaló. Al ser consultado por el representante de la querella, Mario Leiva Haro, describió que Amín puede estar simulando, pues entre sus características de personalidad está la manipulación. “Es consciente de sus actos. A mi criterio, puede ser llevado a Villa Urquiza”, dijo. Además, el especialista no descartó la posibilidad de que el imputado haya preparado el crimen con antelación. “Pudo haberlo hecho”, dijo.

La definitiva

Ana Carina Cejas fue la psiquiatra que más veces lo entrevistó al “Loco” desde que fue detenido. Ella trabajaba en el penal de Villa Urquiza y en ese sombrío entorno lo atendió. “El interno sufre un trastorno asocial de la personalidad. Es egocéntrico, pues no contempla las necesidades de los demás, y tiene muchísima habilidad para captar las necesidades del otro para poder manipularlo. Tampoco sabe lo que son la culpa ni la angustia”, indicó la médica.

La psiquiatra coincidió en gran parte con el diagnóstico que había brindado la junta médica oficial que examinó al imputado. “¿Amín está loco?”, le preguntó sin medias tintas el vocal Emilio Páez de la Torre. Ella contestó con un tajante no. “Este tipo de trastorno de la personalidad o psicopatía no es locura. Se trata de un patrón de conducta. Tampoco es un esquizofrénico”, declaró. Cejas explicó por qué decidió que Amín no continúe siendo medicado cuando llegó desde el Obarrio. “Decidí que se le suprima gradualmente la medicación. No había motivos médicos para darle antipsicóticos; estaba lúcido y consciente. Además, podía ser contenido por personal del sector de máxima seguridad”, opinó. La especialista remarcó que el confeso homicida es una persona muy peligrosa. “La ciencia, hasta la fecha, no ha encontrado cura para ese trastorno”, aseveró.

La declaración de Cejas se cerró con una pregunta que le hicieron los jueces. Le pidieron que explicara si Amín podía ser atendido con algún tipo de tratamiento, especialmente de psicoterapia. “Al tratarse de una persona con una inteligencia alta, puede ser contraproducente, pues aprende mucho y rápidamente. Se lo puede ayudar a acatar las normas sociales y a encontrarse consigo mismo, pero es una tarea muy difícil y probablemente no dé resultado”, concluyó. Esa quizás fue una de las frases más fuertes y esclarecedoras que se escucharon a lo largo de todo el debate. Palabras que terminaron allanando el camino para que se dictara una dura sentencia.

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