"Imaginate lo que es para un ministro que una escuela no abra"
Juan Pablo Lichtmajer abordó los desafíos que se plantearon en el sistema educativo durante la pandemia. Habló de cómo toma las críticas y del cambio de paradigmas que viene. Está presentando “Alberdi, la noble igualdad”, libro que es producto de 20 años de investigaciones. Allí rescata las ideas federales del prócer tucumano.
- ¿Quién es Juan Pablo Lichtmajer?
- Un historiador tucumano, un docente, un investigador, un ministro de Educación, orgulloso de poder aportar a algo tan importante como son los cimientos. Y luego de eso, una persona como cualquiera, con los sentimientos, las paradojas y las utopías que día a día nos acompañan y nos permiten soñar, vivir y seguir adelante.
- Está presentando “Alberdi, la noble igualdad”. ¿Cuál es la idea que motoriza al libro y de dónde viene el interés por esta figura?
- El libro trata de buscar otro Alberdi, uno quizás no tan conocido, que se manifiesta en textos que no han sido a mi entender suficientemente trabajados. En la Facultad de Filosofía y Letras empecé a estudiar la figura de Alberdi. De él me atrae su carácter heterodoxo. Estamos acostumbrados a escuchar que en la Generación del 37 todos pensaban más o menos igual, y de ninguna manera era así. Los debates fueron muy intensos; el de Alberdi con Sarmiento es quizás el que más relevancia ha cobrado. No obstante, yo me focalizo más en el debate entre Alberdi y Mitre, y tiene como eje la “Historia de Belgrano”, que escribe Mitre. Alberdi cuestiona esa historia porque la ve planteada desde la mirada del liberalismo porteño que encarna Mitre. Y ahí está el Alberdi federal que el libro busca rescatar. Es un Alberdi que defiende con mucho fervor, inteligencia y dedicación la causa federal.
- ¿Cuáles eran los ejes de esa causa?
- Me refiero a las demandas de lo que eran las 14 provincias, o para usar la terminología del momento, de los pueblos. Era la necesidad de que hubiera un desarrollo integral de la Argentina y no una ciudad rica en un país pobre. Las demandas eran libre navegación de los ríos y distribución de la riqueza con la nacionalización de las rentas de aduana. Los principales ingresos del país venían de lo que dejaban esos impuestos, que quedaban en el puerto de Buenos Aires. Alberdi encarna en el texto constitucional el pedido de que eso sea distribuido.
- ¿Cómo llega Alberdi a estas conclusiones?
- Es importante la figura de Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, que le da una beca a Alberdi con la que se va a estudiar al Colegio de Ciencias Morales. Por eso Alberdi tiene desde el primer momento una mirada sobre los gobernadores provinciales mucho más benévola y realista que la que se tenía desde la Ciudad de Buenos Aires, donde se los consideraba caudillos bárbaros. Lo que se plasma en la Constitución del 53 es un conjunto de demandas de las provincias, por eso a esa Constitución la rechaza Buenos Aires y durante 10 años se separa de la Argentina.
- ¿Cómo actúa Alberdi en ese momento?
- Por un lado quedó la Provincia de Buenos Aires liderada por Mitre, y por otro la Confederación Argentina liderada por Urquiza, con capital en Paraná. Alberdi es embajador plenipotenciario de la Confederación y además, citando a Gramsci, es su intelectual orgánico; es quien escribe en esos años las obras necesarias para organizar el país: el sistema económico y rentístico, el derecho público y la organización política de la Confederación. Esas tres obras conforman el corpus del proyecto de una Argentina que no fue.
- ¿De dónde provenían estas ideas?
- Ya en 1837 Alberdi planteaba que el momento de las armas había quedado atrás. Sostiene que, a 27 años de la Revolución de Mayo, la gloria militar puesta como el foco central de la Argentina no hace más que fomentar la guerra y que la guerra, al fin y al cabo, nos lleva al atraso. Para Alberdi es el tiempo de la emancipación de las ideas. El eje de Alberdi es la Constitución como motor del desarrollo. Alberdi aboga por la paz y por un factor económico para el crecimiento.
- Eso es clave en el pensamiento alberdiano...
- La suya es la primera interpretación económica de las guerras civiles en la Argentina y eso es algo muy importante porque de lo contrario no podríamos entender a Juan Álvarez, a Miron Burgin, a Scalabrini Ortiz, a Tulio Halperín Donghi; un montón de historiadores e historiadoras que pensaron a la Argentina y a sus conflictos desde la perspectiva económica. Alberdi se corre de la perspectiva cultural y hasta biologicista formulada en la dicotomía fundante que tiene la Argentina, que es civilización o barbarie, expresada en el “Facundo” de Sarmiento. Lo que dice Alberdi es que no había una lucha entre civilización o barbarie, sino un enfrentamiento entre dos civilizaciones posibles. No era orden contra desorden, sino dos órdenes en pugna.
- En el libro habla del “malestar de la civilización”. ¿A qué se refiere?
- Es una crítica al proceso de organización nacional, al que estudiamos como el triunfo de la civilización sobre la barbarie en términos de cómo lo planteaban Mitre y Sarmiento. En realidad, ese avance más que de la civilización en sentido abstracto es un proyecto de país anclado en la hegemonía porteña sobre el resto. El malestar es toda la resistencia federal a eso, el último intento importante de organizar la Argentina sobre una base multipolar o con muchos centros. Creo que es uno de los temas que está pendiente, una organización federal en ese sentido.
- ¿Cuál cree que es el principal aporte que está realizando con este libro?
- Es mirar atrás para caminar hacia adelante. Por ejemplo, pensar un país más integrado, donde el motor del desarrollo no sea el conflicto, sino la armonía. Un país en el que se respetan las identidades y las idiosincrasias. Constitución, identidad y distribución de la riqueza son temas vigentes en la Argentina de hoy. Claro que como historiador nunca haría una traspolación del pasado al presente. Pero el final es abierto, porque se pueden tomar algunas disyuntivas que tenía la Argentina del siglo XIX para fomentar el pensamiento crítico sobre la Argentina del siglo XXI.
- La pandemia parece estar pasando. ¿Cuáles son las primeras conclusiones que le quedan?
- Buscando el lado positivo de las cosas, más allá de todo el dolor que todavía persiste en nosotros, veo que si la humanidad sigue adelante es gracias a la vacuna. Y la vacuna es producto de la ciencia; la ciencia es producto del conocimiento; y el conocimiento es producto de la educación. La educación transformada en ciencia aplicada es la herramienta más poderosa que tiene el ser humano.
- La cuarentena implicó el cierre de las escuelas. ¿Cómo y por qué se tomaron estas decisiones el año pasado?
- El principio básico fue cuidar la vida. La única alternativa en el primer momento -aquí y en el resto del mundo-, cuando no sabíamos del coronavirus como lo conocemos hoy, era restringir el movimiento de la gente. Fue duro en las escuelas, en las casas, en el trabajo; inclusive en cosas que hoy valoramos como un teatro, un cine, un espectáculo deportivo, o una reunión de amigos y amigas. Imaginate lo difícil que es para un ministro de Educación pensar en que una escuela no abra. Nosotros trabajamos para lo contrario todos los días. Nos dimos cuenta de lo que significa la cotidianidad de ir a la escuela cuando no la tuvimos.
- ¿Cómo analiza el salto a la virtualidad que debieron dar?
- Primero pondero la enorme capacidad para adaptarse que tuvo el sistema educativo, y en eso incluyo al conjunto completo de personas: alumnos, alumnas, juventudes, familias, docentes, directivos. En un sistema que está pensado para las clases presenciales, a 10 días del inicio del confinamiento ya se estaban dictando clases de este modo. Naturalmente, se fue construyendo en el hacer.
- ¿Y qué pasó con quienes se quedaron afuera?
- La inmediatez de la pandemia generó un desafío para toda la sociedad. Yo destaco que pudo haber clases, aunque la escuela no estuvo abierta. Pero también se puso de manifiesto que un mundo con este nivel de injusticia en la distribución de recursos que son fundamentales, como el acceso a la conectividad, no es sustentable.
- Recibió varias críticas durante este período. ¿Cómo las fue tomando?
- A las críticas las tomo desde una perspectiva constructiva y no es un cassette el que tengo puesto. Se vivió un momento de mucha contradicción; queríamos que no pase lo que estaba pasando. Había una caja de resonancia que era el sistema educativo. El 1 de marzo de este año decidimos volver a las clases con un sistema de burbujas y desde el 26 de julio con normalidad, pero hasta hace muy poco tiempo un sector de la población estaba en desacuerdo con la vuelta de las clases de manera presencial. Todas estas tensiones se manifestaron. Las críticas tienen que ayudarte a pensar; enojarse o molestarse no es algo que le sirva a un funcionario. Sí hace falta nobleza para aceptar que se cometen errores, que son parte del ejercicio de la función. Señalar y echar culpas es fácil, más noble es evaluar qué críticas son fundadas y cuáles no, y sobre todo seguir adelante.
- ¿Qué nos espera en materia educativa?
- La escuela es el lugar en el que se va a reconstituir el tejido social. La vuelta de las clases y de la escuela como lugar de encuentro fue una de las primeras señales de que estábamos saliendo adelante. Pero así como se precipitó la pandemia, se precipitó una agenda en términos educativos relacionada con la vida saludable, con el medio ambiente, con la injusticia, con la falta de solidaridad, con el lucro como valor, que han quedado en cuestión. Son temas que la escuela debe incorporar en la currícula, en las discusiones, en los diálogos. La escuela tiene que acompañar lo que ya está en la agenda de niños, niñas, jóvenes y adolescentes, no es que la escuela va a hacer que eso ocurra.
- Es un cambio de paradigma...
- Hay algo que tenemos que revisar seriamente y voy a utilizar un neologismo: el adultismo. Una especie de subordinación de los niños, niñas y jóvenes a las opiniones de los adultos. No sólo hay que escucharlos, sino construir conjuntamente con ellos el mundo que queremos.