“Es mejor arder que apagarse lentamente”, escribió a fines de los años ’70 el músico canadiense Neil Young en la canción Hey hey, my my (into the black), y esa frase la dejó apuntada en su nota de suicidio Kurt Cobain, cantante y guitarrista de la banda Nirvana, el 5 de abril de 1994 cuando con tan solo 27 años decidió pasar a la inmortalidad. Quien también eligió arder y no desvanecerse fue el poeta y escritor norteamericano Stephen Crane, figura clave de la literatura anglosajona de fines del siglo XIX, quien murió con apenas un año más de edad que Cobain en junio de 1900. Náufrago, corresponsal de guerra, periodista, su salud por momentos endeble lo llevó a protagonizar su vida y no a ser espectador de ella. Su obra y esas vicisitudes fueron las que llevaron al escritor Paul Auster a embarcarse en La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), una extensa y bella biografía, que funciona además como un verdadero rescate, ya que el autor de Leviatán descubrió que la obra de Crane había desaparecido de los planes de estudio norteamericanos. Pensando en esa desaparición, y a sabiendas de que es la juventud el momento que el ser humano transita mayoritariamente ardiendo, LA GACETA Literaria le preguntó a Auster durante una conferencia de prensa vía zoom para toda Latinoamérica, por qué él recomendaría a los jóvenes leer a Crane. “Porque es tan inspirador y porque su obra es tan directa, tan profunda… esas serían las razones, pero nadie tiene que hacer nada. Si la gente no lo quiere leer es su asunto, tampoco me tienen que leer a mí. No se puede andar obligando a la gente a leer, claro que está el deseo en mucha gente que quiere leer libros, y mi libro está escrito para quienes quieran leerlo. Sé que estoy haciendo un pequeño aporte a la sociedad, y a la gente que le importa lo que le sugiero es que estos son libros que valen mucho la pena y que pueden cambiarlos”.
Un autor que nos habla en el presente
Auster, que descubrió a Stephen Crane durante su juventud, se embarcó en una biografía del escritor de más de 1.000 páginas, en la que además de recorrer su vida, desmenuza su obra. No solo hay un rescate emotivo en el gesto sino también el reconocer en Crane su justo valor. “La roja insignia del valor y docenas de cosas que escribió de gran calidad se ignoran. Mi propósito era generar un nuevo interés en esta obra. Creo que fue el primer modernista de la literatura estadounidense, se adelantó a lo que sucedería en el siglo XX, y por sus preocupaciones y su método de escribir sigue siendo muy contemporáneo. Crane le habla directamente a una persona de hoy, y no lo estamos leyendo a través de la lente de un libro viejo. Su obra está muy viva y exige ser leída”.
El arder y no apagarse lentamente aplica a la figura de este escritor, que antes de morir a los 28 años por una tuberculosis, a la que sumó una malaria, escribió poesía, novelas, relatos, artículos y fue corresponsal de guerra durante el conflicto hispano-norteamericano en Cuba. Todo durante 1871 y 1900, los años que le tocaron vivir. Mucha intensidad en un paréntesis de tiempo sumamente acotado. ¿Quién era Paul Auster a los 28 años? ¿Cuántos había vivido? “Me acababa de casar, había publicado dos libros de poesía, había traducido poesía, había escrito ensayos literarios y había acumulado mil hojas con prosas que nunca me habían causado ninguna satisfacción. Si me hubiera muerto a los 28 años, habría desaparecido completamente, habría sido como una piedrita que se hunde en el fondo del lago”.
Auster, quien no duda en ubicar a Stephen Crane a la altura de Herman Melville, Henry James o Mark Twain, entiende que su poesía “es tan extraña que no suena a ninguna poesía que haya leído jamás. Y al mismo tiempo es muy contemporánea y fresca”.
“En su momento la gente estaba tan asombrada de lo que hacía que se burlaban de él”. Para ejemplificar la vigencia y el extrañamiento de su poesía, Auster recita uno de los poemas del libro Los jinetes negros: “En el desierto/ vi una criatura, desnuda, bestial,/ que, agachándose en el suelo,/ se cogió el corazón con las manos/ y se lo comió./ Dije: ‘¿Está bueno, amigo?’/ ‘Está amargo, amargo’, me respondió,/ ‘pero me gusta porque está amargo/ y porque es mi corazón”. Auster, que nos envuelve con su voz, deja unos cuantos segundos de silencio luego del recitado, y vuelve a romper el silencio para subrayar que “es un poema asombroso; es la gente que se está comiendo a sí misma, aferrada a su miseria”.
Anticipación
Además de Crane, muchos otros autores norteamericanos han caído en el panteón del olvido. “Cuando yo era chico, a los quince o dieciséis años todos leímos La roja insignia del valor, y eso ya no sucede. Esto ocurre con otros clásicos estadounidenses en la preparatoria. Ya nadie lee La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, que es la primera gran novela de Estados Unidos, escrita en 1851. No es solo Crane el que ha sufrido esto, y creo que es porque los maestros dudan de que los estudiantes puedan interesarse por este tipo de literatura y entonces buscan libros que apelen de forma más directa a cosas que tienen que ver con la vida contemporánea. Yo los entiendo, aunque creo que está mal. Antes todos los leían y ahora solo los universitarios, que son apenas un segmento de la población”.
Tal como afirma Auster, Crane se le apareció en la adolescencia durante la preparatoria. En aquellos años fueron varios los clásicos que llegaron junto a este. ¿Hay autores que aún no tuvo oportunidad de redescubrir?, ¿se planteó acaso la posibilidad de traerlos de regreso con otras biografías? “Si tuviera cinco cuerpos, si pudiera escribir cinco libros y pensar cinco cosas al mismo tiempo, hubiera intentado escribir sobre Melville, sobre Hawthorne o (Henry David) Thoreau, grandes autores de la historia de la literatura estadounidense cuyas obras siguen enteramente vivas. Y la mayoría de ellos del año 1850 hacia adelante, que fue una época muy tumultuosa porque la Guerra Civil se aproximaba, los conflictos en la sociedad estadounidense eran cada vez más graves, y la transición de una sociedad agraria, de granjeros que trabajan la tierra, a una sociedad industrial causó toda clase de conflictos, y el gran problema en Estados Unidos, que es la esclavitud. Y estos autores olieron eso que iba a pasar y ocurrió, y eso es extraordinario. En ese grupo incluiría a la escritora Emily Dickinson, que es una fuente de inspiración constante para mí y para mi esposa Siri Hustvedt. Están todos estos temas pero no tengo tiempo para escribir sobre ellos”.
Cancelación y democracia
El tiempo y las modificaciones de planes de estudio muchas veces llevan a determinados autores a caer en el olvido, tal como sucedió con Crane o Hawthorne. Sin embargo, en estos días a ese olvido se le suma la denominada cultura de la cancelación. ¿Eso es algo que preocupa a Auster o le resulta indiferente? “Me causa mucho pesar la cultura de la cancelación; y no es una tendencia muy prometedora en la cultura estadounidense, pero creo que con el poder creciente y enorme que tiene la extrema derecha en Estados Unidos no me preocupa tanto este problema de la cancelación. El peligro de Donald Trump y los republicanos locos que quieren destruir al país me parece mucho más urgente, que creo que no vale la pena perder el tiempo con estos otros asuntos. Esto de la cultura de la cancelación lo hacen chicos jóvenes muy idealistas que están de alguna manera fuera de sí y van a madurar. No creo que sea un problema nacional. El problema es que vamos a perder, que nos van a robar la democracia frente a nuestros ojos, salvo que nos unamos y resistamos a eso. En pocos años no va a haber Estados Unidos en el sentido en que lo conocimos”.
PERFIL
Paul Auster nació en New Jersey, en 1947. Entre sus obras se destacan La invención de la soledad; La trilogía de Nueva York; Leviatán; Tombuctú; El libro de las ilusiones; Brooklyn Follies y Diario de invierno. Es autor de los guiones de las películas Smoke, Blue in the Face, Lulu on the Bridge y La vida interior de Martin Frost. Entre otros premios, ganó el Médicis, el Independent Spirit Award, el premio al mejor libro del año del Gremio de Libreros de Madrid, el Leteo y el Príncipe de Asturias de las Letras. Es miembro de la American Academy of Arts and Letters y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras francesa. Su obra está traducida a más de 40 idiomas.
Por Flavio Mogetta
Buenos Aires - Para LA GACETA