Contra los ingleses: la lucha de Manuela Hurtado de Pedraza
Nada se conoce acerca del año o del lugar de su nacimiento, sólo que provenía del pueblo llano, de esa silenciosa multitud que forja la historia anónimamente. Criolla, de sangre indígena y española, se la conoció también como “la tucumanesa”.
Por José María Posse - Abogado. Escritor. Historiador. Miembro del Equipo de la DAT 2021.
Era muy común en los ejércitos de aquella época, compuestos generalmente por milicianos sin mayor instrucción militar, que fueran acompañados por mujeres. Muchas de ellas eran las esposas o concubinas que acompañaban a sus hombres a la guerra. Generalmente oficiaban de cocineras en el trayecto y de improvisadas enfermeras en las batallas. También eran las que les cargaban con municiones sus fusiles en las trincheras o en medio de las refriegas.
El historiador Bernardo González Arrilli nos ha dejado una página esclarecedora acerca del valor de aquellas mujeres en 1806.
“En los días de la primera invasión (inglesa) y cuando se luchó en las calles de Buenos Aires, el pueblo junto a los Blandengues y a las tropas traídas por Liniers desde Montevideo, registráronse casos dignos de mención después de su triunfo. Circularon noticias agrandadas, corregidas, embellecidas, de muchachos que arrastraron cañones a través de las calles embarradas, desde Miserere al retiro, de madres que marchaban al lado de sus hijos estimulándolos a proseguir en el acarreo necesario de víveres, balas, pólvora y agua; de esposas que caminaban a la vera de sus maridos empuñando las armas más diversas, hoces y lanzas, horquillas y tijeras amarradas a cañas tacuaras… En el primer descalabro sufrido cuando la entrada sorpresiva del enemigo, la gente avergonzada de su inacción repetía la célebre frase ‘Que dirán las mujeres de Buenos Aires’, como si fuesen ellas los jueces que señalasen al fin, con todo el rigor condenatorio, lo merecido por los irresolutos e imprevisores. Enseguida, la camarera de la Fonda de los Tres Reyes, mientras sirve de almorzar a un grupo de militares que tragan sus bocados amargados por la derrota ante la invasión, les dice: ‘Habernos avisado, que nosotras, las mujeres, corríamos a esos grandulones a pedradas…’. Corrían las hazañas, sus dichos, sus nombres, por todo lo largo del Virreynato y la gente lo celebraba con mucha muestra de alegría, seguros de que no cabía esperar hombres flojos de aquellas mujeres bravas…” (Bernardo González Arrilli…Cit pags 13/14).
En primera línea
Una de esas mujeres fue Manuela Hurtado, quien acompañó a su esposo, un cabo de asamblea, que luchó en la defensa de Buenos Aires (Roberts Carlos, “Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independencia y organización de las provincias del Río de la Plata”. Buenos Aires, Talleres gráficos, S.a. Jacobo Peuser, ltda., 1938).
Generalmente las mujeres estaban a la retaguardia en los avances, pero por algún motivo ella estuvo al lado de su marido, cuando un soldado del ejército inglés lo mató. Fue entonces que, enceguecida por el dolor, Manuela se abalanzó sobre el matador de su esposo y lo vengó con sus propias manos. La sangre mestiza que corría en ella la convertía en una luchadora innata. Tomó el lugar de su compañero y continuó la lucha con fervor y valentía.
En el fragor de la pelea, fue herida en una pierna, pero aún así, aplicándose un torniquete continuó dando batalla hasta el final.
Al concluir los combates, presentó el arma del enemigo al comandante general, Santiago de Liniers, quien quedó muy impresionado con el hecho. La reconoció públicamente gratificándola con 50 pesos y sueldo de soldado. Pero el estímulo no quedaría allí. En el parte que envió a la Corte de España, entre los detalles de la gesta consignó: “No debe omitirse el nombre de la mujer de un cabo de asamblea, llamada Manuela la Tucumanesa, que combatiendo al lado de su marido con sublime entereza, mató un inglés del que me presentó el fusil. El parte de Santiago de Liniers se encuentra en el Museo del Cabildo.
Reconocimiento real
El Rey Carlos IV de España, en un despacho firmado en el Palacio Real del Pardo, con fecha 24 de febrero de 1807 reconoció el valor de la tucumana:
“…por cuanto atendiendo al valor y distinguida acción de doña Manuela La Tucumanesa, combatiendo al lado de su marido, en la Reconquista de Buenos Aires, he venido en concederle, el grado y sueldo de Subteniente de Infantería. Por tanto mando a los Capitanes Generales. Gobernadores de las Armas y demás cabos, mayores y menores, oficiales y soldados de mis ejércitos, la guarden y hagan guardar las honras, gracias, preeminencias y exenciones, que por razón de dicho grado le tocan y deben ser guardadas, bien y cumplidamente. Que así es mi voluntad y que el Ministro de mi Real Hacienda, a quien perteneciere, dé la orden conveniente, para que se tomen razón de este Despacho, en la Contaduría Principal y en ella se formará asiento con el expresado sueldo, del cual ha de gozar, desde el día del cúmplase de este Despacho, sin contribuir cosa alguna, al derecho de media anata” (este documento se encuentra en el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires).
La Real Orden fue comunicada por el Ministro José Caballero a Pascual Ruiz Huidobro.
Una versión rescatada por el profesor Lucio Reales asegura que (por documentos a la vista), en realidad no fue un fusil inglés el que la heroína entregó a Liniers, sino un estandarte enemigo. La trascripción exacta dice: “…luego de dar muerte al portaguión de dragones ligeros, fue herida y volvió ufana a las filas patriotas con una insignia o estandarte, sin cuidarse de su sangre” (Lucio Reales, “El Norte Argentino y las Invasiones Inglesas”; Ediciones FEGAMAR, Tucumán 1989).
Sea cierta una u otra versión, el accionar de la tucumanesa fue destacado, entre tantos actos de arrojo y heroísmo que ocurrieron en aquellas jornadas históricas.
Con uniforme pero pobre
En razón del grado otorgado por el Rey Carlos IV, tuvo el derecho de usar el uniforme y gozar del sueldo de subteniente, lo que disfrutó al menos hasta 1813. Como si en ella se representara a todas las mujeres que participaron en la acción, se le tituló heroína. Seguramente participó en las acciones militares del año siguiente, pero su rastro se pierde en esos años.
Lo último que se supo oficialmente de ella es que vivía pobremente. Aparece dos veces distintas en juicios de Juzgado de Paz; los dueños de casas de inquilinato la expulsaban de su cuarto por no pagar a tiempo el alquiler. Venía el Oficial de Justicia y en nombre de la ley hacía le sacaran los trastos a la calle. González Arrilli escribió: “Entre los chirimbolos que acompañaban al catre y a la petaca en que guardaba sus harapos, iba un cuadrito con el marco descarrillado por los años. Dentro del pliego de papel de barba, medio borroso, con letra muy historiada y una firma y un sello, “mandaba” reconocer en su grado militar de alférez a aquella pobre Manuela que, cuando hablaba, contaba unas cosas que todos terminaban por estimarla demente: -¿Está ida? ¿Es ya tan vieja? ¿Fíjese que cuenta que ella mató un inglés y que Liniers le dio un beso? ¡Hágame el favor!... (Bernardo González Arrilli, Cit..pag. 15).
El sacerdote patriota Pantaleón Rivarola, al cantar a la reconquista de Buenos Aires, le dedicó estas estrofas:
“A estos héroes generosos
Una amazona se agrega
Que oculta en varonil traje
triunfa de la gente inglesa
Manuela tiene por nombre
Por patria tucumanesa...”
(Instituto de Estudios Históricos sobre la Reconquista de Buenos Aires. L reconquista y Defensa de Buenos Aires, Volumen Extraordinario. Editorial Peuser 1947).
Para sus contemporáneos, no sólo para Liniers, la proeza de Manuela no pasó desapercibida. El Teniente Coronel Jaime Alsina y Verges, en carta privada a Luis de la Cruz, consignó en 1807:
“Podemos decir que todos fueron los más valientes [en la defensa de Buenos Aires], hasta aquella oficiala Tucumanesa, que ha sido herida de un balazo en un muslo, a la que sin duda se le graduará como Tenienta con sueldo“ (Ibidem).
La mayoría de los autores de entonces destacaban el lado “varonil” de la heroína, con lo cual dejaban traslucir que sus logros no se debían a su condición femenina, sino a una suerte de fenómeno extraño a su género; como si la valentía, el arrojo y la determinación fueran privilegios del varón de la especie.
Olvido y recuerdo
Pero luego de las turbulencias durante nuestras luchas por la independencia, cayó en el olvido oficial.
La posteridad fue la que no la olvidó, y somos muchos los que abonamos su reconocimiento. Manuela Hurtado de Pedraza representa a la auténtica mujer criolla, valiente, abnegada, solícita a dar todo por la Patria naciente: a su esposo, a sus hijos y hasta a su propia persona en la lucha por un noble ideal.
En su Tucumán natal, una localidad cercana a Simoca la recuerda; incluso varias calles llevan su nombre, la última en inaugurarse fue en Yerba Buena. En la oportunidad, el historiador tucumano Justino Terán Molina, orador en el acto de imposición del nombre, recordó que “Manuela Pedraza era conocida como Tucumanesa, cruza perfecta entre tucumana y tigresa”, característica propia de la mujer nacida en ésta región de la América profunda; aguerridas, valientes, solidarias y las primeras en enarbolar la causa por la libertad de los pueblos de las antiguas colonias españolas.
También, y lo más importante: una escuela provincial lleva su nombre. Ello nos asegura que su vida y leyenda, permanecerán por siempre.