09 Octubre 2004
¡Buen día! En mayo se cumplieron 30 años de la muerte violenta de Carlos Mugica, un sacerdote con quien tuve la gracia de compartir tareas en la Villa 31 y en la Universidad del Salvador, en Buenos Aires. Murió ametrallado, cuando salía de celebrar misa en una iglesia del barrio. Las nuevas generaciones ignoran incluso su nombre; incluso, no muchos adultos lo conocieron bien. Quien sí lo conoció bien fue el sacerdote jesuita Ignacio Pérez del Viso. Rescato algunas frases de un testimonio suyo:
"En primer lugar, me llamó siempre la atención su vocación sacerdotal, a la que se mantuvo fiel hasta el final. Lo segundo que aprecio en él es su dedicación a los más pobres. Cuando algunos gobiernos intentaban erradicar las villas que afeaban el Buenos Aires turístico, él se instaló en la de Retiro y contagió a muchos otros sacerdotes y laicos para que se hicieran presentes en estos sitios de marginación. Hoy quizás estaría dialogando con los piqueteros y acompañando a los cartoneros, para que no olvidemos que una cuarta parte de la población continúa en la indigencia, en un país con tantas riquezas.El tercer punto que señalo es el de su actuación política, que respeto, pero con la cual discrepo en algunos aspectos. Su idealismo, nacido al calor de su misión sacerdotal, lo llevó a dar algunos pasos alejados del realismo. Confió demasiado en personas e instituciones que llegarían a defraudarlo. Hoy vemos, con más claridad que entonces, que un sacerdote debe, sí, actuar en política, como un servicio a toda la comunidad, pero sin comprometerse con un partido o sector determinado. Hace treinta años se veía también, con más claridad que antes, que un sacerdote no debía ser diputado nacional, como había ocurrido veinte años atrás. Por eso debemos evitar los anacronismos juzgando a los de una época con los criterios de otra.
Como toda persona con garra política, Carlos Mugica despertó adhesiones y críticas. Pero prefiero recordarlo como el ?padre Mugica?, el cura que no abandonó a los de su villa cuando se sintió amenazado. Continuó viviendo y sirviendo libremente, como un testigo fiel del Evangelio. Y ?mártir? significa testigo". Yo lo firmo con todas las letras.
"En primer lugar, me llamó siempre la atención su vocación sacerdotal, a la que se mantuvo fiel hasta el final. Lo segundo que aprecio en él es su dedicación a los más pobres. Cuando algunos gobiernos intentaban erradicar las villas que afeaban el Buenos Aires turístico, él se instaló en la de Retiro y contagió a muchos otros sacerdotes y laicos para que se hicieran presentes en estos sitios de marginación. Hoy quizás estaría dialogando con los piqueteros y acompañando a los cartoneros, para que no olvidemos que una cuarta parte de la población continúa en la indigencia, en un país con tantas riquezas.El tercer punto que señalo es el de su actuación política, que respeto, pero con la cual discrepo en algunos aspectos. Su idealismo, nacido al calor de su misión sacerdotal, lo llevó a dar algunos pasos alejados del realismo. Confió demasiado en personas e instituciones que llegarían a defraudarlo. Hoy vemos, con más claridad que entonces, que un sacerdote debe, sí, actuar en política, como un servicio a toda la comunidad, pero sin comprometerse con un partido o sector determinado. Hace treinta años se veía también, con más claridad que antes, que un sacerdote no debía ser diputado nacional, como había ocurrido veinte años atrás. Por eso debemos evitar los anacronismos juzgando a los de una época con los criterios de otra.
Como toda persona con garra política, Carlos Mugica despertó adhesiones y críticas. Pero prefiero recordarlo como el ?padre Mugica?, el cura que no abandonó a los de su villa cuando se sintió amenazado. Continuó viviendo y sirviendo libremente, como un testigo fiel del Evangelio. Y ?mártir? significa testigo". Yo lo firmo con todas las letras.