“La política debe dejar de estar asociada al delito”. Dentro de tres días se cumplirán 21 años de la primera vez que se escuchó esta frase. La dijo un vicepresidente en el momento en que renunciaba a ese cargo. La dimisión de Carlos “Chacho” Alvarez es una fotografía (en color sepia) de la irresolución de la crisis política argentina.
Vuelve a la memoria porque hoy los argentinos viven episodios muy parecidos a los que pasaron a fines del siglo pasado. Alvarez y De la Rúa habían conformado la Alianza para vencer a Carlos Menem. “Chacho” sabía que su Frente Grande convertido en Frepaso no alcanzaba para vencer el menemismo al que había sabido desenmascarar. Necesitaba del radicalismo para crecer. Salvando las diferencias Cristina no tenía dudas que su 30% de poder no se estiraría nunca. Fue a buscar al otro pedazo de peronismo que no la soportaba para poder volver al poder. El dócil Alberto Fernández se prestó al juego y completó el equipo sumando a Sergio Massa. Pero a dos años vistas sólo se profundizaron las diferencias y el país lo sabe.
Dos décadas después la Argentina vuelve a tener un escenario de doble comando en el poder. Hoy – “… y en el 2000 también”- los argentinos tienen un presidente débil, conciliador y moderado. En eso se parecen las gestiones de Fernández y Antonio De la Rúa. Y a pocas cuadras, en el Congreso, aparecen dos vice con personalidades muy fuertes como “Chacho” y Cristina que presionan brutalmente sobre el poder.
Acostumbrados a la grieta y a los relatos no faltarán los que salgan a defender la ética o a señalar la corrupción o los prontuarios de unos y de otros. La intencion es repasar cómo 20 años después la Argentina sigue construyendo esquemas de poder muy parecidos y si no aprende de las experiencias no podrá ver los riesgos. Incluso en aquella época todavía los políticos renunciaban y podían caminar con tranquilidad por las calles. Ambas cosas, ya no ocurren.
Escenario paradojal
A ese escenario se subió Juan Manzur. Es que resulta paradójico la convocatoria al gobernador tucumano que viene mostrando sus ambiciones de quedarse con el poder en la provincia aún a costa de destruir a su principal aliado como llegó a ser José Alperovich.
Tampoco Manzur sobresale como un hombre querido en una provincia donde (opositores y oficialistas) no pueden rescatar la trascendencia que tiene ocupar los cargos que viene logrando el ex titular del Ejecutivo. Y, curiosamente, en ese escenario paradojal Manzur es visto en Buenos Aires como uno de los pocos ganadores en el país, cuando en realidad su fortaleza se consolida –y depende- de los votos que le dio su neo enemigo, Osvaldo Jaldo.
Los porteños miran el país con un teleobjetivo. Pero, por más que se acercan por el esfuerzo de las lentes, siguen estando a 1.200 kilómetros de distancia. Y, lo cierto es que en Buenos Aires las figuras que han venido manejando las riendas del país están más devaluadas que la moneda argentina.
La otra tarea
Algo parecido ocurre con la oposición. Hay una desesperación por tratar de que el país mire al oficialismo con sus anteojos. Al igual que la aquella Alianza, el cristinismo o, kirchnerismo, mejor dicho, no es lo mismo que el resto del peronismo que encarnan los gobernadores, la mayor parte de los sindicatos y que tienen como estandarte al deshilachado Alberto Fernández.
Por eso no cabe confundir la funcionalidad de Manzur. El licenciado gobernador llega a la estructura gobernante ante la imperiosa necesidad que tiene este último grupo de ponerle límites a Cristina, o de nuevo, al kirchnerismo. En estos dos años los amigos de Alberto no han podido y esperan que Manzur lo haga.
Entre paréntesis
Cabe un paréntesis en este momento del texto. En 2019 cuando Massa, Schiaretti y Urtubey armaban el peronismo federal como una estructura especial, fue el mismísimo Manzur apoyado por poderosos empresarios, y con el guiño de Alberto Fernández, quien ayudó a desarticular aquella estructura. Eso lo fortaleció, pero también le sirvió para que Cristina le pagara levantándole el apoyo a José Aperovich, que había largado con ventaja en su proyecto para conseguir su cuarta gobernación.
Cerrado el paréntesis, este Manzur con su 50% de votos y con su casi solitario triunfo peronista en el país (ayudado por Jaldo, claro) aparece en el escenario nacional como el paradigma de la victoria peronista y como el hombre con los apoyos necesario en el establishmen (políticos y económicos, por lo tanto) y sindical que puede respaldar una salida que le ponga los límites o subordine al kirchnerismo, algo en lo que Alberto fue aplazado repetidas veces.
La vida es sueño
La relación entre el cristinismo y el albertismo está rota y va a ser muy difícil que se reconstituya después de tantas cartas y mensajes de los últimos tiempos. Sin embargo, revertir en algo los guarismos de las PASO podría abrir nuevos caminos. Si Manzur consigue que en noviembre se unifique la lista de Chubut y entren dos senadores y, principalmente, mejore el papelón que se hizo en Buenos Aires donde un distrito a veces es más que una provincia, eso lo dejaría -a Manzur- pisando firme para sus sueños presidenciales. Pero también podrían ser delirios oníricos.
Lo cierto es que si el Jefe de Gabinete logra aquellos pergaminos dejará de ser un funcionario interino hasta el 14 de noviembre para convertirse en el hombre fuerte del gobierno de Alberto Fernández. Cristina podrá subirse a esa nave pero no manejará el timón. Por ahora, Manzur está a prueba.
Pipa poco agradable
La foto que se ve transmite la sensación de que las desavenencias conyugales de Alberto y Cristina han creado un círculo virtuoso en Tucumán. El “Canciller” Manzur juega en las grandes ligas como siempre quiso; Osvaldo Jaldo disfruta, aún pisando brasas, de ser gobernador y hasta la oposición sonríe porque ve oportunidades. Pero todo es sensación. ¿Ese círculo virtuoso donde el espejo les devuelve la mejor versión de sí mismos, hace que desaparezcan los conflictos, las peleas, los enconos, los resentimientos, los rencores que se sembraron en el manzurismo y en el jaldismo? La respuesta es no.
Los dos tomaron nota de la realidad. Por eso tanto Manzur como Jaldo fumaron una pipa de la paz con mucho asco. Esta paz armada tucumana es lo mejor para cada uno de los actores, e incluso para la relación institucional con la Nación. Mucho daño le haría al oficialismo que una provincia importante en votos (los que consiguió Jaldo son más que los que podría sumar el Frente de Todos en una provincia entera) fuera el campo de batalla. No obstante, a sabiendas de esos riesgos es que Jaldo sigue buscando sustento nacional. Y está claro que no será Manzur quien se lo dé. Por eso sus cuidadosas y poco ampulosas apariciones con algunos kirchneristas.
Con un vice en el avión
El jefe de Gabinete se ve en una situación casi esquizofrénica donde se confunden tiempos, roles y espacios. Manzur sabe que no puede desatender Tucumán. Esa es su base de sustentación política pase lo que pase. Y, al mismo tiempo su día a día transcurre en Buenos Aires, donde deja trascender el mensaje sutil de “correte Alberto que tu imagen nos tira abajo, no ves que yo soy el dinamismo que se necesita para el mañana”. Al Presidente no le debe hacer gracia, pero él mismo se ha hundido en ese pantano. Y, mientras tanto, el Kirchnerismo desconfía y mira el desenlace de la serie.
En ese marco, Manzur ha realizado el desopilante e inesperado llamado a todos sus ministros y al mismísimo Jaldo a la Rosada. Por la necesidad de seguir mostrando que el control remoto lo maneja él ha hecho semejante jugada. El más incómodo va a ser Jaldo, quien con habilidad espera que el jefe de Gabinete le haga alguna seña para que pueda desplazar al ministro de Seguridad Claudio Maley, quien esta semana dejó mal parada a la provincia. Y hay otra preocupación en la valija del vicegobernador: el Instituto de la Vivienda. Ahí cree que se le escapó la tortuga a Manzur. Jaldo cree que hace falta mayor dinamismo. Pero está claro que los desvelos de uno no le hacen ni cosquillas al otro.
La descripta es la normalidad de una Argentina cuya vida política se devora las viscisitudes de la vida cotidiana. Mientras los ententes van y vienen, durante décadas la pobreza no ha dejado de incrementarse. La droga se ha ido metiendo en los cimientos de la sociedad hasta tal punto que esta semana, en Santa Fe, un pequeño de dos meses peleaba por su vida por tener síndrome de abstinencia a la cocaína, mientras los barra brava festejaban su vuelta a la cancha como si ellos fueran los únicos dueños de una pasión de todos.
Más que quitarse los barbijos haría falta sacarse las vendas de los ojos.