Histórica desobediencia: de la Encrucijada a la Batalla de Tucumán

Histórica desobediencia: de la Encrucijada a la Batalla de Tucumán

La decisión de Manuel Belgrano de enfrentar a las tropas realistas cambió una realidad que se presentaba compleja. El comportamiento de los gauchos en combate. La caída final de Pío Tristán y sus hombres.

RECREACIÓN. Las ilustraciones de la Batalla de Tucumán son de César Carrizo, miembro del Equipo de Historia, Identidad y Cultura de la DAT-2021 RECREACIÓN. Las ilustraciones de la Batalla de Tucumán son de César Carrizo, miembro del Equipo de Historia, Identidad y Cultura de la DAT-2021
19 Septiembre 2021

Por José María Posse

Abogado/ Escritor/ Historiador

Miembro del Instituto Belgraniano de Tucumán Y del Equipo de Historia, Identidad y Cultura de la DAT-2021

El general Manuel Belgrano, sin duda alguna, había reflexionado mucho los días anteriores a la batalla de Tucumán sus acciones. Sabía que seguir retrocediendo era traicionar a los pueblos que se habían pronunciado por la libertad. Dejarlos a su suerte significaba una derrota política inconmensurable para la Revolución. Conocía y así se lo habían hecho conocer los tucumanos cuando se reunió con una comitiva de notables en La Encrucijada, que abandonarlos en esa hora hubiera significado que los amigos de hoy serían los enemigos del mañana. Nunca otro Ejército porteño podría haber requerido el apoyo de los norteños en la guerra contra España y sus súbditos americanos. Por lo tanto, decidió jugarse a la suerte de las armas y triunfar o morir junto a aquellos hombres determinados.

El 12 de septiembre escribió al Triunvirato informándoles su decisión de desobedecer las órdenes impartidas. Subraya su oficio con estas palabras: “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan” (Manuel Belgrano, “Autobiografía y Memorias sobre la expedición al Paraguay y Batalla de Tucumán”, Buenos Aires, 1945, p.61).

Los preparativos

A partir de ese momento todo fue febril actividad para formar cuerpos de combate y conseguir armamento.

La tarea de regimentar un ejército de reclutas, darle una mínima instrucción militar, fortificar una ciudad indefensa y levantar el temple de una población que por primera vez, veía a sus puertas el peligro de una batalla sangrienta, debió ser una ardua tarea.

Bernabé Aráoz y sus familiares estuvieron a la cabeza de los patriotas decididos en dar batalla. El grueso de la tropa se compuso por las peonadas de sus estancias. Aráoz puso allí de manifiesto su ascendencia entre los gauchos, a quienes convenció de luchar en una guerra que muchos, tanto en el campo como en la ciudad, no terminaban aún de entender.

Un testigo y protagonista de esos días, Gregorio Aráoz de Lamadrid, en sus Memorias relató: “…el gobernador Aráoz, acompañado del cura y vicario (por Pedro Miguel Aráoz), y de otros ciudadanos fueron a la campaña y al tercer día presentaron al señor general… hombres decididos los que fueron armados inmediatamente de lanzas y aún de cuchillos que colocaban amarrados en lugar de moharras, los que las tenían….” (Manuel Lizondo Borda. Junta de Estudios Históricos , Temas Argentinos del Siglo XIX, Tucumán 1959. P.76).

Se dispusieron barricadas en las calles y fortificaron las azoteas, se improvisaron escuadrones de lanceros que suplían experiencia y disciplina con decisión, determinación y coraje. Armados con lanzas, facones campesinos, machetes de diferentes dimensiones, boleadoras y lazos, se los puso a las órdenes de los pocos hombres de armas que allí se encontraban.

El teniente coronel Juan Ramón Balcarce les dio una instrucción básica, que serviría para los primeros momentos de la batalla. Durante 10 días, les había enseñado a formar, marchaban por secciones y conocían tal o cual movimiento. Con toda urgencia, consiguió que distinguiesen ciertos toques de clarín, y en especial el de ataque, que en aquel tiempo llamaban a degüello (Julio P. Avila. La Ciudad. ps 364/365).

La estrategia de Belgrano

Se echó mano a la inventiva para convertir a San Miguel de Tucumán en una fortaleza. El plan de Belgrano era salir a enfrentar al enemigo fuera de la ciudad para sorprenderlo y causarle la mayor cantidad de bajas; luego intentaría atrincherarse en la urbanización para pactar una rendición conveniente.

Leyendo las Memorias Póstumas de José María Paz se puede  conjeturar que como estrategia, se contaba además con la caballería gaucha, conocedora de los senderos de los montes adyacentes para picar los escuadrones realistas de Pío Tristán obligándolos a dispersar tropas para debilitarlos. Una metodología tan utilizada posteriormente en la guerrilla norteña (General José María Paz, “Memorias Póstumas”- I, Bs. As. 1917).

En los brevísimos días que quedaban, la ciudad se convirtió en un cuartel donde todo el mundo estaba movilizado. Sin distinción de estados, sexo o edad, se ofrecían como voluntarios. Se aprestaron hombres y cabalgaduras. La escasez de armas de fuego se contrapesó, como ya vimos, con improvisados armamentos.

Las calles se fosearon. Fueron reforzadas con la artillería de mayor calibre las esquinas de la plaza. Se construyeron defensas  por doquier en medio de un pandemonio de órdenes y contraórdenes. Frenéticamente los criollos, comenzaron a regimentar un improvisado ejército de milicias. Los habitantes de la ciudad, de alguna manera imitaban lo que los porteños habían hecho en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.

Las mujeres cortaban géneros que se utilizarían para vendas de los heridos, se construían camillas y catres. En suma, se organizaba un escenario de guerra. Hasta los niños de corta edad participaban de los preparativos, mientras los jóvenes y adultos recibían en esos pocos días una instrucción militar mínima.

Centauros

La historiografía tradicional, en líneas generales, no ha dimensionado la entidad del rol de los milicianos gauchos durante las dos grandes batallas durante la guerra por la Independencia;  aunque rendidos ante la evidencia, calificaron a la de Tucumán, como “la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino”, al decir de Vicente Fidel López.

Esa mañana se formaron los milicianos de Salta, Jujuy y Tucumán, lado a lado, en una hermandad de propósito; sabían que iban a derramar su sangre, como abono de una nueva Nación, libre y soberana ante el mundo.

En la apreciación del reconocido académico Manuel Lizondo Borda, el éxito de la batalla se debió a diversos factores, entre ellos uno que califica como “extraordinario”: “…y es la acción de la caballería gaucha, en su mayor parte, del ala derecha. Esta llevó su carga, o mejor dicho su gran atropellada sobre el enemigo, de un modo formidable. Fue como un huracán, pero más devastador y terrible. Con las lanzas en ristre, a toda la furia de su caballada, haciendo sonar sus guardamontes y dando alaridos, cargaron esos gauchos lo mismo que una tromba. Y nada pudo oponerse a su paso. La caballería enemiga de Tarija, al verlos llegar se asustó y huyó. ¡Que legión de diablos! Ni la infantería española pudo contenerlos; pasaron por encima y cuando se dio cuenta, los encontró en su retaguardia. Nuestros gauchos, por lo tanto, atravesaron de parte a parte el Ejército enemigo como si fuera un matorral: se fueron hasta el fondo, ya del otro lado… hasta donde estaban los bagajes y con ellos, las mulas cargadas de oro y plata y de ricos equipajes del ejército real. Y, ¿qué hicieron entonces? Se dispersaron para dedicarse a despojar de todo eso a nuestros enemigos. Este hecho ha sido criticado acremente por el general Paz. La crítica valdría tratándose de otra clase de tropa; pero no en este caso. Estamos pues, con Aráoz de La Madrid, cuando halla mal que Paz haga cargos, por eso, a jefes de hombres como aquellos que carecían de disciplina y subordinación (Gregorio Aráoz de La Madrid,“Memorias del general Gregorio Aráoz de La Madrid”. Editorial de Guillermo Kraft, Buenos Aires, p. 8)”. “Nuestra caballería gaucha ha sido improvisada, como ya sabemos, en días anteriores, y en su mayor parte eran hombres de campo, tan pobres como toscos. Y así, cuando ellos se dieron con aquellas riquezas de sus enemigos, después de cumplir con su deber, creyeron que tenían derecho a tomarlas. Y para tomarlas tenían que dispersarse. Para nuestros gauchos esas riquezas eran su botín. Y bien sabemos que el botín, por el cual peleaban las mesnadas del Cid, era un derecho sagrado que estaba en la sangre de los antiguos españoles, que fueron abuelos de los criollos”.

“Finalmente ¡quién sabe si el haber quedado el ejército realista sin plata ni equipaje en tierra hostil, no contribuyó eficazmente a acobardarlo y a hacerlo retirarse, dándose por vencido!... En esa tarde y en todo el día 25 es notable, por no decir incomprensible, la inacción o mejor, el marasmo de Tristán y sus tropas. Las razones debieron ser varias, siendo una principal el haberse perdido su parque y estar sin municiones. Pero otra importante pudo ser, desde luego, el espíritu ya acobardado de los soldados españoles. ¿Por qué? Por diversos motivos también; no siendo uno de los menores, en nuestro entender, el miedo o casi el terror que les infundieron nuestros gauchos: por lo que hicieron y por lo que hacían… porque estos, después de su carga y dispersión, andaban en partidas por el campo y sus alrededores, dedicados a una prolija y metódica limpieza de enemigos sueltos. Por eso muchos, antes que caer en sus manos, iban y se entregaban prisioneros en el primer rancho que encontraban, aunque en él sólo hubiese desvalidas mujeres (Manuel Lizondo Borda. Estudios Históricos, cit. ps 79/82).

El general José María Paz dejó escrito que en misión de reconocimiento por las faldas de la montaña, fue salvado de una muerte segura por el propio Chocolate Saravia, quien literalmente ensartó con su facón al realista que estaba por ultimarlo, cargando al galope y haciéndolo volar por los aires (General José María Paz, 1917; “Campañas de la Independencia”; Memorias Póstumas; Editorial “La Cultura Argentina”, Bs As).

Corolario glorioso

He transcripto el comentario íntegro de Lizondo Borda, porque encuentro precisos sus conceptos. Palmariamente, la pérdida del convoy con los armamentos, riquezas y bastimentos de los realistas, definió aquella batalla. El general Pío Tristán y Moscoso, a pesar de que pudo reorganizar la mayoría de sus tropas, veía imposible sostener un sitio a la ciudad de Tucumán por carecer de esos pertrechos vitales.

Sin aquella carga memorable que descalabró las líneas de un Ejército abrumadoramente superior, seguramente otro hubiera sido el resultado de la jornada del 24 de septiembre de 1812.

En el campo de honor quedaron los cuerpos de decenas de criollos; esa noche codo a codo, los gauchos del norte, reunidos en los improvisados fogones, curaron sus heridas y se dispusieron a concluir la misión. Pero ya Pío Tristán se retiraba hacia Salta con su derrotado Ejército, siendo picada su retaguardia en gran parte del camino, por partidas gauchas que los atacaban como saetas y se retiraban al abrigo de los montes.

Los meses que siguieron fueron de severa instrucción militar, comandados por oficiales conocedores del arte de la guerra. Algunos gauchos fueron sumados al batallón de Dragones Ligeros de la Patria, los más siguieron a sus jefes naturales, algunos ya con grado militar ganado en combate.

Consecuencias

Es la Batalla más importante de las acontecidas en el actual territorio nacional, en ella se salvó la Revolución Sudamericana. Bartolomé Mitre escribió al respecto: “En Tucumán salvose no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana, Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira (o si no se gana la batalla), las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina (Bartolomé Mitre, Ibídem…)”.

Otra de las consecuencias directas de la Batalla de Tucumán fue la caída del Primer Triunvirato, desacreditado entre otras cosas por haber intentado abandonar a los pueblos del Norte.

Gracias al armamento tomado al Ejército Realista en el campo de Batalla, se pudo armar la fuerza militar patriota que el 20 de febrero de 1813, venció a las órdenes del general Manuel Belgrano al general Pío Tristán en la decisiva Batalla de Salta.

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