Un murmullo de zonda amodorra la siesta catamarqueña. Los recuerdos se trepan a una zamacueca que borra las fronteras del silencio. En los acordes del tiempo, se agitan desvelos tucumanos. Un alboroto de sombras ebrias sacude la madrugada. Una danza de las tinajas dibuja calladita en las estrellas una canción de cuna de la torcaz para un changuito de la zafra. En los ojos de tigre del viento se escabulle una vidala para la tarde. Un gatito trastabilla ahora en el aire y se asienta en el ombligo de las mesas. Disonancias se le disparan por los dedos, que crecen en pensamientos. También en sentimientos. En algún bosque del alma, por los cogollos del aire la música va despertando. En la puerta de la luna, canta la milonga del alma. “Me siento bien, bien viejo, pero bien. Nunca me he casado con la idea de morirme, así que vivo plenamente los 90 años; creo que estoy lúcido, físicamente estoy bastante bien, no tengo dolencias visibles, tengo un matrimonio formidable, ¿qué más puedo pedir? Cartón lleno y con fichas todavía pendientes para cambiar”, dice Luis Víctor El Pato Gentilini, destacado músico, compositor catamarqueño, aquerenciado en Tucumán que hoy, a las 19 celebrará sus nueve décadas en la plaza Independencia (ver “Homenaje”).
- ¿Tres o cuatro momentos importantes en tu vida?
- Cuando me casé con Gloria (Zwajin, ver “Encuentro...”) es el momento más importante, los otros han sido cosas sucesivas que hacía, tanto profesionalmente como artísticamente, no me puedo quejar. En el plano artístico, me ufano -quizás no debería hacerlo- de haber sido muy amigo de Atahualpa Yupanqui.
- ¿Qué te dejó esa amistad?
- Esa relación me ha dejado una cuestión vital importante, ha sido muy importante porque ha conversado mucho conmigo, se ha ocupado de lo que yo hacía, del cuarteto y el quinteto Huayna Sumaj… mirá que cuando nosotros debutamos, fuimos a Río Hondo con el cuarteto a un festival que hacia el padre Santore para seleccionar números y él se vino de Cerro Colorado solamente para ver eso, es anecdótico pero muy importante para mí. Me enseñó la lealtad y el respeto por el otro; ha sido un amigo profundo y ha estado en mi casa tomando una sopita criolla, como él decía, que le hacía la Gloria, 40 días antes de morirse.
- ¿Cómo lo conociste a don Ata? ¿Qué te atraía de él?
- Cuando tenía 12 años y me trajo a Tucumán mi mamá, que ya era viuda, para comprarme una guitarra, fuimos a la radio LV12 y tocaba él. Debe haber sido el año 42 o 43… yo ya lo escuchaba por la radio, entonces me arrimé, es decir, mi mamá pidió permiso… era muy parco en sus cosas y después lo conocí en el bar Chirola. Me atraía la síntesis, la capacidad formidable de interpretar la vida. Chirola quedaba frente del Central Córdoba, al lado de El Alto de la Lechuza. Un día, estaba charlando con Dozo y él entró a las siete de la tarde. Nos miramos, pidió permiso para sentarse y me preguntó: “¿Usted toca Sor?” “No, don Ata”, le digo. No era hombre de andar saludando. Era meticuloso, tenía una inteligencia, una vida especial.
- Tuviste la suerte de tocar con don Manuel Acosta Villafañe siendo chango… Dicen que además era tímido para tomar.
- Sí, a los 16 años. Cuando Acosta Villafañe fracasó en Santa María con esa producción de ají, volvió a Catamarca con el Pebete Germán Leguizamón, Ponce, Atuto Mercau Soria e hicieron el cuarto y volvieron a la cancha. He visto tomadores buenos, pero don Manuel era sensacional, de noche se bajaba media botella de aguardiente como si nada. Muy buena persona, él y su hermano… yo tocaba el piano. “Tomemos antes que nos machemos”, decía.
- ¿Con él desembarcás en Tucumán?
- Vinimos de gira. Actuamos en Los Amigos del Gaucho, Crisóstomo Álvarez casi Congreso, donde don Mañuco era muy querido… había un piano, yo siempre tocaba “El pájaro campana”, se me arrimó Héctor Trejo; me dijo si quería integrar el conjunto Achalay. Tocaban Trejo, Kreibohm, Octavio Corvalán, Eduardo Cerúsico… así que me citó a su casa en San Lorenzo 28, y ahí los conocí a Cerúsico, al Chivo Valladares, a Corvalán, a los dos Trejo y a Kreibohm. El Chivo estaba para cantar vidalas y bagualas. “Si usted quiere tocar la guitarra”, me dijo. “Por supuesto que quiero incorporarme, estoy como pavo recién comprado”, respondí. Y me hice muy amigo de todos. Aprendí muchas cosas de Cerúsico en el piano, fui discípulo de él, porque era un pianista de fuste. Tenía muchas condiciones, tenía formación clásica y tomaba clases con Alex Conrad; era un gran pianista de folclore y tango, tocaba mucho más que yo, yo lo acompañaba en guitarra. Él era un personaje del Renacimiento, cazaba guanacos cerca de Santa María, era piloto de avión, un experto en estética, en cuadros, en plástica, se iba a Santa María en moto a tomar el té con las tías y las sobrinas.
- ¿Luis Franco te hizo ver la realidad o la creación desde otro punto de vista?
- Por supuesto, tengo sus libros y todavía los leo, ahora estoy leyendo Sarmiento entre dos fuegos. Lo conocí en la peña El Cardón, cuando venía a la casa de Gustavo Bravo Figueroa, eran las reuniones artísticas. Lo hablé luego en Buenos Aires, donde él tenía una panadería y vivía pobremente. Teníamos que registrar la Canción de cuna de la torcaz, que compuse sobre un poema de él. Yo lo esperé en la calle Talcahuano, se bajó del ómnibus, nos saludamos, entramos en la editorial Lagos. Quise contarle y me dijo: “no me tiene que explicar nada, usted es libre”. Tenía ese gesto de anarquista… era un tipo muy adorable, muy llano. Cuando iba a Buenos Aires nos juntábamos en la casa del Negro Dardo Zelarayán, que lo mataron en la época de la joda, era un dirigente gremial de los bancarios, Franco era un tipo interesante, excepcionalmente culto, tenía una memoria especial.
- ¿Cuál fue tu primera pieza? ¿Folclore o tango?
- No me acuerdo, eran cositas zonzas, que no están ni registradas en mi memoria… yo soy autodidacta, he aprendido a los ponchazos… de la música clásica, me encanta Dvorak, Bach...
- Hay un aire de jazz en muchas de tus creaciones. Bill Evans ha marcado a varios folcloristas, ¿a qué creés que se debe?
- Y el estilo de libertad que tenía Bill Evans, un pianista muy original y muy pobre además, un tipo muy honesto, murió muy joven, producto de la soledad.
- ¿Cuándo empezás a interesarte por el tango?
- En Catamarca, escuchando a Francisco de Caro y al quinteto de Julio de Caro…
- ¿Qué recuerdos tenés del tata Enrique y de la mama Rosa?
- A mí se me ha muerto el viejo cuando tenía 11 o 12 años, era un hombre muy fumador. Tenía una sastrería, pero no era sastre y le iba muy bien, me enseñaba a manejar porque lo hacía muy bien. Tengo vagos recuerdos, murió de cáncer de pulmón… Mi mamá Rosa era maestra, una mujer simple, agradabilísima, una mujer muy sufrida…
- ¿A qué músicos admirás?
- A Yupanqui, a Juan Falú, a Cerúsico que era un gran pianista, al Chivo, gran compositor, al Cuchi Leguizamón, por supuesto…
- ¿Cómo hiciste para congeniar tu vida profesional con la música?
- Con la anuencia de Gloria, mi mujer, he pasado muchos fines de semanas haciendo arreglos y todas las cosas, he descuidado un poco las vacaciones, a ella le debo mucho. Tengo unos 200 arreglos hechos para orquesta, para grupos vocales, he laburado como mono… Tengo para orquesta de cuerdas, cuarteto, sexteto, octeto vocal… He tenido la suerte de haberlos conocido a Manuel Castilla , y el Cuchi me preguntaba: “¿cómo hacés para entenderlo al Chivo?” Porque le escribía las piezas, los arreglos, lo acompañaba.
- ¿Qué les dirías a las generaciones que vienen empujando?
- Que se den cuenta de que el mundo poderoso, el que gobierna, se ocupa de largar los pinzazos para que la gente se salga de la realidad honda, que no profundice mucho, que viva en la superficie, que respire nomás. Que tengan cuidado con eso, que reflexionen sobre lo que hay adentro de las cosas, de lo que el centro del poder le están mandando los mensajes para que se dispersen. Al arte lo han vuelto consumista, el arte en la Edad Media era una cuestión personal, ahora con la influencia de la televisión, del poder inmenso de los medios de comunicación, el arte se convirtió en una cosa accesoria del poder.
- ¿Qué significan Catamarca y Tucumán en tu vida?
- Yo soy un catamarqueño afincado en Tucumán. En mi corazón, soy un catamarqueño de pura fibra, por supuesto. A Tucumán le tengo reconocido el haberme albergado y darme las oportunidades que en Catamarca no tuve, bueno, no tenía universidad entonces, sí un muy buen Colegio Nacional, después había que salir a Córdoba o a otro lado para seguir estudiando.
- ¿Te queda algo por componer en la gatera?
- Y mirá, ya no creo que tenga que hacer nada más, no me siento ya con fuerzas, estoy muy bien, de cabeza, todo, pero ya tengo 90 años.
El homenaje
Celebración en la plaza Independencia
Hoy, a las 19 en la plaza Independencia, se celebrarán los 90 años del Pato Gentilini, con el auspicio de la Dirección Municipal de Cultura de San Miguel de Tucumán. En la ocasión, la Municipalidad capitalina distinguirá al músico y compositor. En caso de lluvia, el homenaje se hará a la misma hora en el Teatro Municipal Rosita Ávila (Las Piedras 1.550).
Participan Viviana Taberna, Adriana Tula, Noralía Villafañe, Martín Páez de la Torre, Lucho Hoyos, Ana Vicidomini, Gustavo Guaraz, Gisela Canevaro, Oscar Salvatierra, Café Valdez, Carlos Podazza, Quique Yance, Peter Würschmidt, Lucho Aragón, Francis Moreno, Fernando Korstanje, Ana Atienza y Mario Albarracín. La conducción será de Carlos Diez.
Encuentro fortuito
“Nos conocimos en el ómnibus, un día que yo iba a la Facultad y él hacia no sé dónde. Debe haber sido la línea 4. Esa cuestión de que te mirás, empezás a charlar alguna cosita. Íbamos parados. Nos bajamos juntos y seguimos charlando; ahí nos conocimos. Me atrajo su conversación, no me acuerdo específicamente de qué hablamos pero debe haber sido algo que tenía que ver con la Facultad, con mis estudios, en esa época yo estudiaba Psicología. Mirándolo a través del tiempo, me parece que me atrajo la madurez del Pato, que ya era un hombre grande, de 31 años, pero que teníamos muchos intereses en común: las artes, la música, aunque yo no era experta, la literatura, ciertos autores que habíamos leído los dos y podíamos comentar sobre esas obras. En esa época estaba de moda la literatura latinoamericana: García Márquez, Cortázar… Hablábamos de esos temas y pienso que ese fue el hilo que nos fue llevando. Nos casamos en el 63, ya llevamos 58 años juntos. Rescato de la relación el hecho de haber podido compartir intereses comunes y culturales, sobre todo, que nos permitían dialogar, discutir desde distintas ópticas y creo que eso le ha dado una vitalidad a nuestra relación, que ha sido importante y ha permitido que se mantenga durante tanto tiempo”, cuenta Gloria Zwajin de Gentilini, esposa del Pato.y madre de sus hijas Leda y Diana.
Análisis
La cosecha del Pato
Por Ricardo Kaliman - doctor en Letras
A comienzos de 1950, un joven catamarqueño, todavía casi madurando su adolescencia, llegaba para afincarse en Tucumán. Venía, como tantos otros, a estudiar en la UNT, por entonces la única institución de formación profesional de alta calidad disponible en el NOA. Pero este joven, munido de una vocación y una breve pero talentosa experiencia, de un apego a los aires de su tierra y, al mismo tiempo, de una afinada sintonía con los lenguajes de la modernidad, traía también un par de zambas y un proyecto musical, de cuyas dimensiones quizá no tenía siquiera total conciencia en ese momento, pero cuya cristalización ha dejado profundos surcos, cuyos frutos seguimos y seguiremos cosechando los amantes de la música popular en esta parte del mundo.
De ese surco han brotado no sólo canciones sensuales, elegantes y siempre sentidas, sino también sonoridades (que recuperamos en los registros de las numerosas agrupaciones corales e instrumentales que creó y dirigió), trayectorias (que apreciamos en las reconocidas inspiraciones de tantos compositores e intérpretes de varias generaciones que disfrutaron de su magisterio, tan informal como sustancioso) y, sobre todo, una posición principada y noble sobre las responsabilidades del arte con la vida y la comunicación humana.
Reacio por temperamento y por convicción a la publicidad inducida, cultor de la interpretación minuciosa y pacientemente elaborada, la trayectoria de Luis Víctor Gentilini ha mirado siempre de soslayo, se diría incluso con indiferencia, a los circuitos de comercialización masiva y ha permanecido como ajena a la fama generalizada que sólo puede obtenerse a través de ellos, a pesar de que varias de sus creaciones obtuvieron premios de alcance nacional y otras fueron grabadas por intérpretes de vasto reconocimiento, como Mercedes Sosa, Buenos Aires 8, Los Trovadores del Norte, Melania Pérez y Lorena Astudillo.
La valoración de su obra sigue floreciendo entrañable en ámbitos más restringidos, entre los cultores mismos del folklore argentino (poetas, compositores, intérpretes, periodistas, escuchadores) que, a lo largo y ancho del país y aun fuera de él, la han abonado en recitales, en grabaciones y, claro está, en largas y profundas noches extendidas alrededor de una guitarra.