Hugo Grimaldi
Columnista invitado
Tras las PASO legislativas, que se han terminado con un espectacular sopapo de la ciudadanía al Gobierno nacional, habrá que elaborar de ahora en más para qué sirvió realmente esta elección y hacerse varias preguntas sobre si se trató o no de una gran encuesta, sobre el sentido del voto (o del no voto) o sobre si la expresión de las urnas ha sido una guía sobre el modelo que prefiere la ciudadanía. Por eso, la conclusión llegará cuando definitivamente se sepa quién fue el responsable de la hecatombe, ya que son todos los que buscan en el Frente de Todos no quedar dentro del cuadro de los perdedores. Y también habrá que ver cómo se las arregla el Gobierno nacional para cambiar la historia de aquí a las generales de noviembre.
En este sentido, el oficialismo no ha podido disimular sus internas ni aún en el escenario que montó para mostrar cierta unidad: nadie quiere ser el padre (o la madre) de la derrota y ese lastre seguramente va a complicar la estrategia para el mes de noviembre. Las facturas, todas juntas, firmadas y endosadas, se las ha llevado el presidente Alberto Fernández, quien ya se había inmolado en la previa con una declaración que a estas horas luce más que inconveniente: “será un plebiscito sobre mi gestión”, dijo hace unos días. Tampoco La Cámpora quedó a salvo de las críticas, ya que los intendentes del Conurbano la responsabilizaron por invasión de territorios y además muchos gobernadores han expresado su enojo con la Casa Rosada y especialmente con Cristina Fernández.
Lo más determinante de esta elección es que el camino propuesto por el oficialismo al día de hoy no es definitivamente “la vida que queremos”, tal el eslogan de la campaña del Frente de Todos que se ha convertido en un gran lastre con el que el Gobierno deberá lidiar de ahora en más para explicar lo inexplicable, ya que la sociedad le ha dicho que aquello que el oficialismo propone no es la vida que quiere la ciudadanía. Quizás sí sea la vida que quieren los dirigentes, pero no la que desea la gente, aunque el Presidente ha remendado un poco la cosa y ha dicho, con cierto espíritu autocrítico, que “desde mañana lo vamos a corregir” y con optimismo que, en dos meses, “vamos a dar vuelta la historia”.
La primera lectura marca que la ciudadanía ha rechazado de plano una “vida” que no planifica nada, que pregona el divorcio unilateral de la Argentina con el mundo y que ha cercenado la educación durante un año y medio. También se ha pronunciado en contra del desprecio por los derechos humanos de parte del Gobierno según el signo del régimen que los vulnere, de la mala praxis sanitaria (encierro y desmanejo de las vacunas) y de sus avivadas VIP, con vacunación privilegiada o con celebraciones de cumpleaños en Olivos.
Además, le ha dicho que “no” al cierre de la economía, a los cepos, a la inflación, la pobreza, el desempleo, los atrasos del dólar y las tarifas y a la enorme presión impositiva que le pone un pie en la cabeza a quienes deciden invertir. En general, los votantes le hicieron sentir su disconformidad al Gobierno por el enorme desprecio que siente por el sector privado.
El sentido político
Por otro lado y debido al vericueto del término “plebiscito” que usó Fernández, estas Primarias tomaron un mayor sentido político más allá de la decantación de espacios y de nombres y especialmente de la conformación definitiva de las listas de diputados o de la ratificación de candidatos al Senado. Fue también el Presidente quien señaló que votar es “un deber” y aunque él pareció asimilarlo a una obligación, también ese compromiso pudo haber sido pensado por el electorado como la oportunidad de pasarle a la clase política un mensaje para decirles cosas sobre el rumbo y sobre aquello que la sociedad espera de ellos.
Lo cierto es que, pese a la sumatoria, el país federal debe contabilizar 24 realidades, aunque por conveniencia y como ha sentido el mandoble ciudadano en el total de votos del país, el Gobierno nacional se haya empeñado hasta último momento en centrar la disputa en la Provincia de Buenos Aires, distrito donde había perdido en las últimas tres PASO legislativas. Ni el tiro del final le salió, ya que esta vez perdió allí por cuatro puntos y medio y estuvo por debajo de elecciones similares de años anteriores. Si la cosa no cambia de aquí a noviembre, no sólo el oficialismo no alcanzará la mayoría de 129 bancas en diputados, sino que hasta podría perder el control del Senado.
Más allá de que este primer turno de la elección legislativa haya sido un espanto desde su formulación en plena pandemia o porque en muchos casos se elegía poco y nada debido a las listas únicas y pese además a la falta de propuestas o a la chabacanería de sexo y rock and roll que surfeó la campaña… ¡qué lindo es expresarse!