Una síntesis conmovedora de diseño son las fuentes de la Zona Cero donde estaban emplazadas las Torres Gemelas en Nueva York. Cuando en mayo de 2015 nos dispusimos con mi amigo el Dr. César Chelala, un tucumano que vive desde hace cincuenta años en Nueva York, ir a la Zona Cero de las Torres Gemelas, mi expectativa era conocer el monumento recordatorio de ese trágico “11.S”. El altísimo nuevo edificio que las reemplaza, de una arquitectura moderna, de movimiento en los perfiles y superficie de sus variantes fachadas (541 metros de altura) no llegó a sorprenderme. Ya lo conocía por fotos que había tomado desde unos 500 metros y sirvieron para una columna en LA GACETA (22/11/2015) sobre la experiencia de una tucumana (Lilia Chelala, hermana de César) vivida el día de los atentados terroristas. El impacto de un monumento que no aparecía por sobre la superficie de la “zona cero” fue verdaderamente único. Ver en el lugar de emplazamiento de cada torre enormes piletones de las mismas superficies de sus plantas ya indicaba un concepto significativo. “El hueco”, “el vacío”, “el pozo”. Cualquiera de esas denominaciones calzaba. No había placas con los nombres de los gobernantes y funcionarios del poder. No, como la enorme placa en el edificio de la Legislatura de Tucumán, en el lado norte de su sector de ingreso, con infinidad de nombres. Los piletones eran rodeados de un borde recubierto de una superficie continua de metal, bronce acerado, con los nombres de las casi tres mil víctimas calados. Lo más conmovedor y significativo del diseño: su parte móvil. Las aguas que descienden de las paredes perimetrales y a casi ocho metros se escurren por una placa que ocupa toda el área del piletón que tiene en el centro un agujero de sección cuadrada (8x8m aproximadamente). Allí es donde cae toda el agua de la superficie. Desde los bordes del piletón no se puede ver el fondo de ese agujero donde se pierden de la vista el agua en esa oscuridad, en esa inimaginable profundidad. Toda una síntesis de las vidas sometidas a un dramático final. Y yendo hacia lo insondable. Una verdadera síntesis de una estética que no apela a golpes de efecto sino a la sensibilidad humana. El único sonido, leve y permanente, es el de las aguas (las vidas) escurriéndose y perdiéndose en una oquedad en el mismo sitio donde el “11.S” dejó marcado para siempre en el corazón de los estadounidenses y de la Humanidad.
Carlos Duguech