Quizás le puso nafta premium a sus pies después de escuchar el aliento incondicional del público. Tal vez lo estimuló el regreso a casa, a poco de haber ganado su primer título “grande” con la Selección. Probablemente entendió que era el lugar y el momento adecuado para poner en escena esa gambeta exquisita, ese regate maravilloso, ese quiebre de cintura que desbarata hasta al más firme defensor.
Hay partidos en los que uno espera ver magia sobre la alfombra verde. Son esos deseos que surgen naturales cuando se ve la lista de intérpretes vestidos de futbolistas. Esta vez fue posible, con él como director. Pelota al pie, cuerpo en armonía. Las zancadas cortitas, veloces, las figuras que se arman y se desarman en la escenografía. El “ole” ululante que aflora. El gol.
No siempre es posible vivir momentos así, por la cantidad de variables que intervienen en el fútbol. Son demasiadas, por eso, cuando aparecen, hay que disfrutarlos.
No siempre se puede ver en acción a un jugador que entregue lo que él entrega. Dejemos de lado trascendencia de los partidos y los rivales anodinos.
Desde anoche, hasta le sacó un récord continental de goleador a Pelé, nada menos. Desde anoche, algo nuevo puede haber nacido para él. Inspirado en el primero, en juego colectivo en el segundo, de rebote en el tercero. Para todos los gustos y colores. “Lio”, perdón por el lugar común: lo que hiciste anoche jamás lo vamos a olvidar.