¡Es tan difícil separar paja de trigo cuando se habla de fútbol! Casi tanto como determinar los límites del poder político sobre el deportivo. Esta vez, con el ropaje de una autoridad sanitaria, uno canceló un espectáculo del otro. ¡Y no era uno cualquiera! Lo inédito y llamativo del momento llevó a que aparecieran los calificativos lógicos en casos así: bochorno, vergüenza, escándalo.
Pero con este bosque de informaciones, conjeturas e intrigas, miremos el árbol. Sin camisetas.
Si se falseó la documentación de ingreso a Brasil de los jugadores implicados, o si se omitió información a propósito, hay que actuar. Cada país tiene su política sanitaria, y eso está por sobre cualquier otra cuestión, porque hay vidas de por medio. Con eso no se negocia. Gran parte del fútbol, sobre todo aquel que involucra a los poderosos, se ha acostumbrado en los últimos tiempos a vivir en un ámbito impune, con la anuencia de las autoridades de turno. Con la pandemia, el tildado más popular de los deportes se puso muchas veces ropas que fueron una afrenta al esfuerzo médico por paliar los efectos del virus, al dolor por las pérdidas humanas, y a los derechos de los ciudadanos comunes. Si aquí hubo picardía criolla, ¿por qué no podría haber acción de parte de los brasileños? Por un segundo pensemos qué puede haber pasado si la situación hubiese sido al revés.
Ahora, si lo que hubo fue una intervención inapropiada buscando sacar un rédito luego de que hubo tratativas, diálogo y hasta quizás entendimiento antes de que se jugara el partido, cabe actuar sobre los que ordenaron esta injerencia externa. Aquello de “se presume inocente” requiere la intervención de la justicia deportiva.
Circo. Autoritarismo. Deportación. Palabras fuertes que se dijeron una vez consumado el hecho. Está a la vista que lo sucedido excede largamente el folclore de brasileños vs. argentinos. También el de las posturas políticas de derechas, izquierdas o centros. Aquí hay un nuevo contendiente ante la ya de por sí compleja, cambiante e incierta lucha de fuerzas que se plantea desde hace tiempo entre los clubes europeos (cada vez más poderosos) y la FIFA (que mantiene su artillería). Ese contendiente es un virus, al cual el poder está usando cada vez con más frecuencia a su favor, como quiere y cuando lo ve conveniente.