“Ellos pechan la puerta y aparecen como en el Counter Strike, con la ametralladora, perros y camionetas, te recontracagás de miedo”. La escena descrita por Martín, un tucumano de 29 años, sin dudas contrasta con la postal paradisíaca de montañas y bosques que ofrece el norte de California, en Estados Unidos. Pero quien llega a esta nueva meca del trabajo golondrina sabe de los pormenores que ofrece la cosecha de marihuana, un trabajo duro, a veces clandestino y que tienta a miles de argentinos que llegan en cada temporada.
El punto de referencia para quienes arriban a la costa oeste norteamericana en busca de dólares frescos y nuevas experiencias es el Triángulo Esmeralda, una zona integrada por los condados de Trinity, Mendocino y Humboldt. El clima y las características geográficas fueron el señuelo perfecto para cientos de comunidades hippies que en los años sesenta se asentaron en estos paisajes rurales para cultivar marihuana. La estela de la contracultura californiana impulsó a que en 1996 este Estado se convirtiera en el primero en legalizar el cultivo de cannabis medicinal y que luego, en 2018, se legalizara el consumo recreativo. Hoy el cáñamo es una industria que en California cuenta con más de 20.000 granjas entre legales e ilegales y que atraen a trabajadores de todo el mundo, entre ellos a jóvenes tucumanos que aterrizan en busca de 150 dólares por día.
Martín en realidad tiene otro nombre pero prefiere reservar su identidad y llegó a California con pocas referencias. La pandemia lo encontró en Estados Unidos en un viaje de vacaciones junto a su novia, en el que no descartaban trabajar para quedarse más tiempo. Así fue que desde Miami cruzaron todo el país para llegar a la costa del Pacífico para, como dicen ellos, reinventarse. “Era la primera vez que íbamos a la montaña y ninguno tenía experiencia. Sí teníamos algunas referencias de otros tucumanos amigos que habían ido, pero bueno, ahí era todo desconocido”, relata en diálogo con LA GACETA.
La principal actividad que atrae a los viajeros es el trimming, una especie de manicuría que se realiza sobre las flores de marihuana, conocidas también como cogollos, para despejarlas de las hojas y los tallos. “Trimear” es para pacientes y perseverantes, según Martín, quien con su novia comenzaban a limpiar flores a las 8 de la mañana y terminaban a las 10 de la noche. “Te sentás en un salón, tipo galponcito, totalmente acondicionado para el calor y la humedad. Ahí te dan una bolsa llena de mota, así le dice ahí a la marihuana, y lo que tenés que hacer es darle la formita, sacarle todo lo que no es mota en sí, por ejemplo las hojas que no contienen cannabinoides o resina”, detalla.
La experiencia, según el tucumano, es como estudiar. Depende del temple de cada uno y si bien los granjeros que ofician de patrones son bastante tolerantes, no ven con buenos ojos a quienes se levantan tarde o no producen lo suficiente. “Calladito, cortás hojita por hojita y así vas a cortar 20.000 cogollos por día”, recuerda. En las granjas donde estuvieron cobraban 120 dólares por libra de flores (un poco más de 400 gramos) y por lo general cortaban entre dos y tres libras por día, pero también tenían días en los que hacían solo una libra en 10 horas de trabajo.
Para llegar a California hay que tener en cuenta que en las montañas hay granjas legales e ilegales. Según el relato de los tucumanos, la mayoría de la gente cae en las ilegales donde los trabajos son más esporádicos y existen peores condiciones de trabajo. Se vive en carpas o cabañas donde no hay agua caliente, electricidad ni señal de celular, condimentos que también hacen de la experiencia un viaje de desconexión. Por lo general en cada campamento viven entre 10 y 20 personas junto con el granjero, quien se asegura de que se cumpla el jornal, cuidar la cosecha y vender la producción. Así como hay granjas legales e ilegales, hay granjeros apacibles y otros más virulentos. El consumo de drogas más duras es habitual entre estos personajes junto con la posesión de armas.
Ilegales: más lucrativas, más riesgosas
Martín y su novia trabajaron en los dos tipos de granjas. Las legales tienen una estructura grande, con galpones, maquinarias y un aceitado cronograma de trabajo. Algunas hasta tienen un cocinero que les prepara un menú para los cosechadores o trimeros. En las ilegales se puede llegar a cobrar más dinero, pero los riesgos son más grandes. Ellos lo vivieron en carne propia cuando después de estar 20 días acampando les cayó la policía. “Estuve esposado, la vi a mi novia esposada, sin saber qué iba pasar. Ellos pechan la puerta y aparecen como en el Counter Strike con la ametralladora, perros y camioneta. Te recontracagás de miedo”, cuenta todavía conmovido. A pesar de ese mal trago, Martín volvería a California por el tipo de vida que llevó durante esos meses. Días de mucho trabajo, pero sin teléfono, conociendo gente de todo el mundo, con menos estrés y “una vida más limpia”.
Facundo Acuña también cosechó marihuana en California junto a un amigo y una amiga en octubre de 2019, cuando tenía 24 años. Lo motivó viajar, conocer el lugar y sabía que podía hacer buen dinero en poco tiempo. “Me pagaban 15 dólares la hora y trabajaba todo el día, pero había un acuerdo ficticio en el que te pagan 12 horas por día pero en realidad estás todo el tiempo pendiente”, relata.
Sensaciones diferentes
Si bien los cosechadores tenían una rutina, según Facundo todos los días eran distintos. Él tenía a su cargo 1.000 plantas y arrancaba la jornada a las 4 de la mañana para prender un generador que protegía a los cogollos del frío. El trabajo terminaba de noche, pero eso podía variar según la temporada o el clima de la semana. A él, como a sus amigos, les encantó la naturaleza, el bosque y la vida de campamento compartida con gente de otros países. En su cabaña vivió con un dominicano, un inglés y dos norteamericanos.
“Al principio sentí un poco de miedo, pero es como toda experiencia nueva que te causa sensaciones distintas, vas aprendiendo y en un momento quizás te sentís solo o no tenés idea, ansiedad, pero en definitiva, yo estaba contento porque sabía que estaba haciendo una nueva experiencia y que estaba creciendo como persona”, analiza el tucumano, a casi dos años de su viaje de 35 días.
La pandemia lo detuvo de repetir la aventura, pero no descarta volver a viajar. Cuenta que hace cuatro años tiene la costumbre de conocer nuevos lugares, por eso sintió tranquilidad cuando estuvo en medio de la montaña, sin internet, aislado, en situaciones que a veces fueron agobiantes. “Lo mejor que me dio ese viaje fue la experiencia y el cambio personal que tuve al haber trabajado en la naturaleza, eso me hizo feliz; y lo peor del viaje quizás fue el hecho de que a veces tenés que lidiar con gente con la que convivís y no querés”, sentencia.
Todo listo para partir
No solo la aventura y la naturaleza impulsan a los tucumanos a viajar a California. Según Álvaro, de 40 años, la falta de trabajo y oportunidades en la provincia son suficientes excusas para animarse. Tiene todo listo para partir en septiembre de este año y cree además que será una buena oportunidad para aprender nuevas técnicas cultivo y cosecha de cannabis.
“Mi idea es ir por tres o cuatro meses, juntar algo de dinero y seguir viajando para conocer esa región, además de practicar inglés”, comparte este tucumano que ya vivió otros viajes de trabajo. En 2010 estuvo en un hotel en la costa oeste de México pero en dicha oportunidad el salario le permitía solo subsistir. Ahora, ganando dólares, cree que la cosecha le servirá para traer algunos ahorros a su regreso, aunque aclara que esa “no es su filosofía”.
“Yo hablé con un montón de gente, algunos que fueron y volvieron y otros siguen allá. Las experiencias medianamente son todas buenas porque trabajan, hacen dinero y nadie los molesta. El trabajo, según dicen, es tranquilo pero parece que depende también del empleador que te toque, como en todas partes”, cuenta Álvaro. A través de los testimonios que fue recolectando le dijeron que a veces se necesita comprar un vehículo, porque las granjas son demasiado grandes y no hay un servicio de transporte para los trabajadores.
“Esto a mí me va a servir de experiencia para ver si está bueno y quizás más adelante pueda ir de nuevo. Hay casos de gente que va a trabajar tres meses sin parar, no se compran ni un caramelo y vuelve con todo el dinero para acá. Bueno, esa no es mi filosofía de viaje, pero no descarto que esa pueda llegar a ser una segunda experiencia”, aclara Álvaro.
Si bien la expectativa es mayor, los temores también viajan en los bolsos de los aventureros. Para Álvaro lo nuevo siempre da un poco de miedo y para este viaje en particular teme enfrentarse a problemas con migraciones o bien contagiarse de alguna enfermedad cuando esté en la montaña. Sin embargo, la moneda ya está en el aire y el viaje es una apuesta. “Esto tiene sus riesgos y es como una apuesta que uno hace con los ahorros; mi idea es que el viaje no se transforme en un gasto, sino que salga gratis. Con eso, ya estoy conforme para esta primera experiencia”, concluye el tucumano, a pocas semanas de partir.