Fray Mamerto de la Ascensión Esquiú y Medina ya es beato y su fiesta litúrgica será el mismo día de su nacimiento, el 11 de mayo. Este anuncio, leído en latín por el cardenal Luis Héctor Villalba, en representación del papa Francisco, estremeció los corazones de los miles de fieles y de los 30 obispos que participaron ayer de la beatificación del fraile franciscano.
El repique de las campanas del templo San José, en Catamarca, marcó que la larga espera de 95 años hasta este día había llegado a su fin. El lugar de la ceremonia fue el mismo que en 1826 había visto nacer al humilde religioso en la localidad de Piedra Blanca, a 13 kilómetros de la capital provincial.
La ceremonia se inició con la llegada de la histórica imagen de Nuestra Señora del Valle, que se ubicó a un costado del escenario junto al Señor del Milagro. El altar se elevaba enmarcado en una hilera de lapachos rosados y con los cerros como telón de fondo. Solamente el cotorreo de los pájaros quebraba la solemnidad de la ceremonia que ocurría frente a la iglesia del poblado. Después de la lectura en latín de las letras apostólicas (decreto papal), por parte del cardenal, el ministro provincial de la orden franciscana, fray Emilio Andrada, realizó la traducción al español y con ella llovieron los aplausos y las canciones de animación. El obispo de Catamarca, el tucumano Luis Urbanc, recibió una copia de la declaración papal y otra le fue entregada al arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos Ñáñez, ya que el beato fue obispo de esa arquidiócesis.
Mientras participaron en vivo en el lugar 1.200 personas, entre prelados, invitados y prensa, el gran calor popular se vivió a tres kilómetros de ahí, en el kartódromo Payahuaico, donde las 2.500 sillas que se pusieron no alcanzaron para todas las personas que se dieron cita. A través de pantallas gigantes y por streaming siguieron la ceremonia.
“Hoy es un día de gozo para la Iglesia, que reconoce en fray Mamerto Esquiú una figura excepcional. Beato significa salvado y glorioso, es decir, ciudadano del cielo. Como sacerdote es un modelo a imitar. Y, a la vez, es un intercesor a favor nuestro”, dijo monseñor Villalba en su homilía. “La Iglesia nos dice que lo podemos invocar y orar para que interceda por nosotros porque él ya participa de la felicidad eterna”, explicó. “Su beatificación es una invitación a todos nosotros para caminar hacia la santidad. Los santos, los beatos, son nuestros maestros, modelos, amigos y protectores”, remarcó en su extenso sermón.
Monseñor Villalba recordó que el beato perteneció a “una familia que era religiosa y trabajadora”. En su repaso por su vida, destacó que se ordenó sacerdote a los 22 años, que era profesor de Filosofía y que se dedicó con gran esmero a la enseñanza y a la predicación. Resaltó su austeridad y su actitud de humildad frente a la vida. Evocó que misionó en Bolivia, Perú y Ecuador y que estando en Roma le pidieron que regrese a Catamarca para encargarse del restablecimiento de la vida en los conventos. En 1880 fue nombrado obispo de Córdoba y en su segundo año en el cargo, cuando volvía de visitar a los fieles en La Rioja, que pertenecía a su diócesis, murió en la posta catamarqueña de El Suncho, el 10 de enero de 1883. Tenía 56 años.
“Esquiú fue un obispo misionero que se dedicó a visitar todas las comunidades de su extensas diócesis. Se entregó a los pobres al estilo de San Francisco y es reconocido por su patriotismo ejemplar”, dijo el cardenal. “La Iglesia de hoy tiene necesidad de hombres y mujeres de todas condiciones y estado de vida, sacerdotes, religiosos y laicos, que sean santos. La santidad es un don pero también es un deber. Por lo tanto, es una obligación de los cristianos conservar la santidad que recibieron y perfeccionarla en su vida”, advirtió a los fieles.
En el momento de las ofrendas Emmita, la niña tucumana que recibió la gracia de fray Mamerto y que hizo posible su beatificación, se presentó junto a sus padres, Ana Paz y Omar Pacheco en el altar. Llevaron en sus manos un cofre con las reliquias del nuevo beato, una falange y una vértebra de su cuerpo, que desde 2018 se encuentran en el convento franciscano para la veneración de los fieles.
La ceremonia, que duró desde las 10 hasta pasadas las 12, tuvo como broche de cierre una larga caravana hasta el kartódromo con las reliquias, la nueva imagen del beato que será instalada en la iglesia de San José y la antigua imagen del Señor del Milagro. Allí miles de fieles le rindieron honores con cantos, vivas y oraciones. También se vieron varios niños vestidos con el hábito franciscano, en testimonio de tantos milagros que no llegan aún a conocerse públicamente, pero que ensalzan la fe de los creyentes.