Cómo ocurrió el milagro de fray Esquiú

Cómo ocurrió el milagro de fray Esquiú

El relato de Carlos Juárez, el traumatólogo tucumano que trató a la pequeña Emma. Iba a amputarle el fémur y pasó algo asombroso.

VIDA NORMAL. Emmita ya no padece consecuencias de la osteomielitis.

Las manos del médico casi envuelven el cuerpo de la pequeña Emma, nacida con apenas 2,6 kilos, dos semanas antes. Eran los primeros días de diciembre de 2015. El traumatólogo Carlos Juárez observa la diminuta pierna izquierda desde el tobillo hasta la pelvis y hace una mueca que alarma a los padres de la niña. Lo que veía era un proceso infeccioso generalizado y localizado en cadera, fémur y tobillo. Los estudios comprobaban una sepsis originada por una complicación intestinal. El tratamiento era difícil por la corta edad de la paciente y el pronóstico iba empeorando. Con el correr de los días y después de cuatro operaciones para raspar el hueso bañado en pus, el médico decide amputar. Sacar parte del fémur muerto. Pero no llega a concretarlo. Algo ocurre que no tiene explicación para la ciencia.

El doctor Juárez recibe una llamada urgente del servicio de Neonatología del sanatorio 9 de Julio de Tucumán y acude con su equipo. “Al ver el cuadro, de inmediato hacemos una cirugía, mandamos a biopsia y el cultivo nos da el tipo de microorganismo e iniciamos el tratamiento. El diagnóstico era artritis séptica de cadera y de tobillo y osteomielitis aguda de fémur, siempre del lado izquierdo”, detalla a LA GACETA.

Este tipo de infección no es infrecuente pero sí la evolución tan mala que tuvo, dice. “Había que limpiar el hueso para que el organismo se defienda. Cada toilette era más extensa que la anterior y con mayor deterioro del cuadro general de la paciente. La patología podía llevarla a la muerte o a la amputación. De hecho el proceso ya era crónico y no respondía al tratamiento”, recuerda.

Aclara que la osteomielitis crónica se considera sin curación definitiva. “Puede tener épocas de tranquilidad y otras de remisión, porque la bacteria sigue viviendo dentro del hueso, por su estructura misma, que es como un panal de abejas con esquinas donde se aloja la bacteria y no le llegan los antibióticos. Cuando disminuyen las defensas, la bacteria vuelve a atacar y hay que operar de nuevo”, explica.

Hay distintos grados de osteomielitis; ella tenía el agudo, que se cura llegando a tiempo. Pero no era el caso porque fue empeorando. Se cronificó y su estado se agravó drásticamente. “En las últimas radiografías el hueso aparecía muerto. Yo estaba dispuesto a amputar, sacar el fémur, porque es lo que se hace en esos casos. Pero ocurrió algo que no me esperaba: no tenía el resultado de la biopsia. Curiosamente, y que yo creo que es otro milagro más, se perdieron las tres primeras biopsias que mandamos a hacer”, cuenta el médico.

Entre la sorpresa y la indignación, Juárez encomienda una cuarta biopsia a un patólogo conocido. Eso fue el 18 de diciembre. Mientras tanto, el doctor ya había perdido toda esperanza de salvar el hueso. “En un bebé de esa edad tanto hueso no había, el 80% era cartílago. Y el cartílago es sinónimo de crecimiento, y como esto también estaba tomado era obvio que tampoco iba a crecer. Por lo tanto era una chiquita condenada a vivir con un acortamiento brutal de la pierna”, advertía. “Renga para toda la vida. Además la artritis con destrucción de la cadera prevé un dolor para siempre y la artritis séptica del tobillo era otra lesión”, resume el pronóstico.

En esos tristes días de internación, el propio médico le entrega a la mamá de Emma una estampita de fray Mamerto Esquiú, del que él es devoto, que contenía un pedacito de tela que había tocado el corazón incorrupto del futuro beato, antes de que fuera robado. La había encontrado en el templo de San Francisco, de Tucumán, una vez que fue a misa. La mamá de la pequeña comenzó a rezar mientras le pasaba la estampita por toda la pierna.

“Se la di el 14 de enero, en el sanatorio, pensando que ya no había nada para hacer. La madre empezó a rezar con fe. Y a los 12 días en los controles radiográficos comenzaron a aparecer signos de curación. El 1 de febrero ya estaba curada. El 2, día de Nuestra Señora de la Candelaria, en el laboratorio encuentran la muestra. Estaba sin conservantes porque nunca le habían puesto formol. Normalmente un tejido en 48 horas se pudre, pero el patólogo decide analizar igual ante el compromiso que tenía conmigo. La procesa y se sorprende porque la muestra estaba como si recién la hubieran sacado del cuerpo de la chiquita el 18 de diciembre cuando se la mandé”, relata con los ojos húmedos.

Temblando de la emoción el doctor Juárez lee el diagnóstico: osteomielitis crónica, cronificada, reagudizada, supurada, en plena ebullición. Pero Emmita ya estaba curada. “Recién entonces comprendí el sentido de aquella demora. Si yo hubiera recibido el resultado de la biopsia el 7 de enero, cuando la esperaba, le hubiera sacado el fémur como estaba indicado”, sonríe con serenidad.

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