En los debates televisados se “oye” lo que se “ve”

En los debates televisados se “oye” lo que se “ve”

En la primera confrontación ante las cámaras en EEUU y en la Argentina, la imagen fue tan decisiva como el contenido.

KENNEDY VS. NIXON. El demócrata y el republicano compulsaron propuestas y posturas en 1960 en la CBS. KENNEDY VS. NIXON. El demócrata y el republicano compulsaron propuestas y posturas en 1960 en la CBS.

El debate de las ideas públicas es fundacional en la historia de la cultura occidental. El mítico Sócrates era un discutidor serial. El sacerdote y teólogo Manuel García Morente, en sus clases en la Universidad Nacional de Tucumán en 1937, lo imaginaba como un hombre que buscaba el “concepto” más acabado de las virtudes y que, en esa indagación, interpelaba en el ágora de Atenas inclusive a los héroes de las batallas para discutir con ellos el “logos” de la valentía. El pensador español, en sus “Lecciones preliminares filosofía”, se regodeaba recordando que Aristóteles disentía con Platón, porque aunque era amigo suyo, era “más amigo de la verdad”.

En la modernidad, dos próceres argentinos mantuvieron encendidas discusiones políticas por correspondencia: las “Cartas Quillotanas” de Juan Baustista Alberdi (de quien hoy se cumplen 211 años de su nacimiento en Tucumán) y de Domingo Faustino Sarmiento son documentos fundamentales y fundacionales.

Aun frente a tradiciones tan poderosas, la televisión no sólo significó una novedad para las discusiones políticas: también impacto en la naturaleza de la percepción de esas discusiones. A partir de los debates televisados, el contenido de las propuestas y de las posturas de los contendientes siguió siendo trascendente, pero compartió el lugar de primacía con aquello que no estaba dicho por las palabras sino por las imágenes.

No se trató, por cierto, de una lección aprendida gradualmente con el paso de las décadas. Con el primer debate televisado de los Estados Unidos alcanzó y sobró para entender que ya nada volvería a ser lo mismo en la historia de la confrontación de proyectos y puntos de vista políticos.

En 1960, el republicano Richard Nixon se enfrentó cara a cara con el demócrata John Kennedy en los estudios de la CBS, en Chicago. El 26 de septiembre fue el primero de los cuatro encuentros y muchos de quienes lo siguieron por la radio consideraron que el ganador había sido el primero de ellos. El “Times”, inclusive, bajó el martillo en favor del desempeño del entonces vicepresidente de Dwight Eisenhower.

En los debates televisados se “oye” lo que se “ve”

Quienes vieron el programa observaron otra cosa. Nixon había sido operado recientemente de una dolencia en una rodilla y había llegado algo afiebrado y pálido ante las cámaras. No consideró necesario realizar una visita preliminar al estudio (ofrecida por la producción) y se negó a ser maquillado antes del comienzo del programa. Esta última decisión coincidía con la que había tomado Kennedy, pero el demócrata ya había sido emprolijado por una asistente de la campaña. Además, la campaña electoral le había dado un bronceado, que él se encargó de acentuar esa mañana: se había tomado el día, entre otras, para tomar sol. Y a diferencia de Nixon, él acudió personalmente a la recorrida previa por las instalaciones de la CBS. Ahí advirtió que, dado que la televisión era en “blanco y negro”, debía usar un traje oscuro para contrastar con el fondo de la escenografía. Nixon fue de gris claro y casi se perdía con el fondo del decorado.

Aunque no había mucha diferencia de edad entre ellos (el republicano tenía 47 años; y el demócrata, 43), a través de las pantallas los estadounidenses vieron a uno como el rostro de la juventud y el empuje, y al otro como una persona agobiada y hasta enferma.

Kennedy ganó ese año las elecciones tras obtener el 49,7% de los votos.

Ciertamente, no son pocas las voces del Partido Demócrata que reivindican la preparación de JFK y describen que tuvo un sólido papel aquella noche, pero no ignoran la solvencia y la experiencia de Nixon.

La pantalla, entonces, reconfiguró para siempre las disputas electorales.

Entre “nubes” y “chácharas”

En el otro extremo del continente, un cuarto de siglo después, la Argentina tuvo su primer debate televisado no en torno de una elección, sino de una cuestión menos feliz y sumamente escabrosa.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, y el entonces senador peronista Vicente Leónidas Saadi (el más influyente de los miembros de la Cámara Alta, controlada por el PJ) confrontaron posturas el 15 de noviembre de 1984 en torno del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile, para poner fin pacíficamente al conflicto limítrofe por el Canal del Beagle.

Ese acuerdo, que había contado con la mediación del papa Juan Pablo II, aún no había sido firmado. Saadi, abiertamente contrario a que se lo suscribiera, acusó al Gobierno argentino de incurrir en “traición a la patria” si rubricaba ese entendimiento. Fundamentaba su posición en que la delimitación trazada por el laudo dejaba del lado chileno las tres islas en disputa.

Caputo reivindicó el pacto. Explicó que consolidaba la doctrina de “el Atlántico para Argentina y el Pacífico para Chile” y reconocía para el país una amplia zona marítima. Postuló que se ponía fin a una controversia que casi lleva a la guerra a ambas naciones en 1978. Y destacó que se había convocado a un plebiscito para dentro de 10 días, el 25 de noviembre, para consultar al pueblo sobre el tratado internacional.

Pero no sólo compulsaron argumentos, sino estilos. Saadi leyó buena parte de su exposición y, exaltado, le gritaba a Caputo que se iba “por las nubes de Úbeda” y que su discurso era “pura cháchara”. El canciller, en cambio, respetó los tiempos, se mostró académico y habló en todo momento a la cámara, “mirando” a los televidentes.

En la consulta popular, el “Sí” en favor del acuerdo logró el 81% de los votos. El tratado se firmó cuatro días después, el 29 de noviembre, en el Vaticano.

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