Una figura casi espectral se toma la cara y tiene la boca abierta, a punto sacar de su interior una carga de angustia y ansiedad que lo está asfixiando. “El grito” es la obra más popular y conocida del pintor noruego Edvard Munch, que había pensado como primer título una referencia más obvia a lo que quería plasmar en bastidores: la iba a llamar “La desesperación”, según los cronistas de su época.
No hay un solo “Grito”, hay cuatro. Todos coinciden en la estética del movimiento expresionista, pero se diferencian en técnica, momento de realización, destino e historia. El artista escribió en su diario privado el instante de la inspiración: “Paseaba por un sendero con dos amigos; el sol se puso, el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio: sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad. Me quedé quieto, temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”.
La primera obra que realizó es una pintura al pastel (sin firma) de 1893 y considerada como la primera versión del autor, poco más que un estudio iniciático de su obra para determinar los colores a emplear y los movimientos de su mano. Ese mismo año apareció la segunda (y más reproducida de todas), elaborada en témpera y crayones de colores sobre cartón, que se expone en la Galería Nacional de Oslo.
La tercera, confeccionada en 1895 en pastel sobre cartón, pertenecía a una colección particular y cambió de manos privadas en una subasta en 2012, cuando se la vendió por más de U$S120 millones (fue expuesta en el MoMA poco después). La cuarta, pintada con pintura al temple sobre cartón, está fechada 15 años después y cuelga en el museo que lleva su nombre. Además, realizó una litografía con el mismo tema.
Dos de los cuadros fueron robados, y de uno de esos casos se cumplen hoy 17 años. El primero ocurrió el 12 de febrero de 1994 y la “víctima” fue su segunda versión, que estaba en la Galería Nacional de Oslo. Los ladrones se coló por una ventana abierta desde la calle mediante una escalera y salió con la obra. Dejaron una nota: “Muchas gracias por la poca vigilancia”.
Tres meses después, el Gobierno noruego rechazó un rescate por U$S 1 millón, y el 7 de mayo se detuvo al cabecilla. Era Pal Enger, conocido ladrón de obras de arte; el cuadro estaba en su habitación de hotel en Aasgardstrand, al sur de Oslo, que compartía con su familia. Lo había escondido entre los tableros de una mesa de comedor, de uso diario. Ya había estado en prisión por haber hurtado otro cuadro de Munch (“El vampiro”) y volvió a una celda por seis años. En 2011 hizo su propia exposición de arte, con 14 obras de su autoría, también en Oslo.
En 2004 se produjo el segundo robo de “El grito”, esta vez de la versión cuarta, la del Museo Munch, y de forma violenta. El 22 de agosto, a plena luz y tal como quedó registrado en cámaras de seguridad, dos hombres entraron armados al edificio, descolgaron el cuadro y se lo llevaron junto a la “Madonna”, del mismo autor. No hubo disparos ni heridos, pero la conmoción fue total.
Por lo popular de los trabajos y el escándalo, era imposible venderlos, ni siquiera en el cotizado mercado negro, pero se ofreció un rescate por U$S97 millones. El 31 de agosto de 2006 fueron recuperados, aunque con daños por las condiciones en que estuvieron ocultos. La humedad causó un deterioro irreparable en la parte baja de “El grito”, que quedó descolorida para siempre. Los tres ladrones detenidos fueron sentenciados a ocho años de cárcel cada uno y, en conjunto, a pagar 95 millones de euros como indemnización.