Un viaje poético desde el duelo hasta el erotismo y lo lúdico

Un viaje poético desde el duelo hasta el erotismo y lo lúdico

Así define la tucumana Guadalupe Valdez Fénik al libro que editó en Buenos Aires y que vino a presentar. Entre la filosofía y la literatura.

EN PLENA PANDEMIA. Valdez Fénik escribió los poemas cobijada por las amigas y abrazada a la lectura.   EN PLENA PANDEMIA. Valdez Fénik escribió los poemas cobijada por las amigas y abrazada a la lectura.

Radicada en Buenos Aires desde hace cuatro años, Guadalupe Valdez Fénik regresó al pago con un poemario bajo el brazo. “Drogas y un libro de poesía a la moda”, publicado por la editorial porteña Tren Instantáneo, nació en pandemia al amparo de una “familia de lobas” -que la autora explicará a su debido tiempo- y motorizado por un incesante goteo de lecturas. De todo esto habla la tucumana, sin olvidar la pata académica de su proyecto de vida, un espacio en el que aparecen Lucía Piossek Prebisch, Genié Valentié y Elvira Orphée.

- ¿Con qué se encuentran los lectores/as al abordar “Drogas y un libro de poesía a la moda”?

- Son poemas que escribí durante 2020. Tienen mucho que ver con haber estado sola en Buenos Aires durante la pandemia. De hecho, la primera parte del libro se llama “La muerte de Atahualpa” que es una especie de duelo que tuve que hacer de mi vida en Tucumán para construir algo nuevo, velar a Atahualpa fue velar ideales que no me representaban.

- Luego el libro cambia...

- Después de la oscuridad siempre nacen cosas con brillo, y eso me interesa mucho. La segunda parte del libro tiene poemas más luminosos, más atravesados por el erotismo y lo lúdico, porque ahí nace una forma de vivir nueva para mí, más vinculada al arte, al hedonismo, a la libertad. Pero eso no podría haber existido sin la oscuridad. Por eso el título es “Vaqueléticas, hijas de la oscuridad”. Vaqueléticas es una palabra que tomé de Elvira Orphée. ¡Cómo se divierte con el lenguaje esa mujer, cómo lo goza! Y digo esa mujer, aunque suene irreverente, porque la siento muy cercana, como si de tanto leerla la conociera. Una noche murió el tío de un amigo, de covid. Él estaba muy mal, en mi familia también estaban muy tristes, yo no sabía si volver a Tucumán o quedarme en Buenos Aires. No sabía qué hacer, no podía dormir, me puse a leer “Aire tan dulce” y me acuerdo de esa palabra, vaquelética, la subrayé con lápiz. Esa lectura me hizo muy bien, me calmó. Ahí había algo, y por eso decidí quedarme, adopté un gato, me refugié en la poesía.

- ¿Cómo transitaste toda esa etapa?

- Es difícil de explicar, pero necesitaba un espacio para leer y escribir, para laburar, y no quería perderlo. Después se fue armando una familia con amigas. Creo que una se aferra a esas cosas cuando está en una vida minimalista en la que tiene pocos vínculos cerca y hay un contexto social incierto como es una pandemia, o por lo menos yo elegí esa forma para transitar ese momento. Una amiga tenía a su mamá internada con covid y no podía viajar a Tucumán, me acuerdo que la loca se fue a hacer un tatuaje en ese momento, se tatuó un diapasón, porque ella es música, y a mí me pareció muy hermoso todo el acto. Nos acompañamos bastante y de todo eso nació este libro, de una familia de lobas, de estar sola muchas semanas, de abrazarme a la poesía y a la lectura. Por las lobas pude estar mucho mejor, y también por la lectura, claro.

- ¿Cuál es tu recorrido en el campo de las letras?

- Vengo del mundo de la filosofía, de la querida Facultad del parque. Quizás por eso siempre vi desde afuera al campo de las letras, siempre fui un poco outsider digamos. En esos tiempos de Facultad formé parte de la editorial Culiquitaca, publicamos autores del NOA, la pasábamos bien, leíamos mucho pero también estábamos en la joda. En Buenos Aires me encontré con la literatura de otra forma. Experimentar esa soledad despojada que se siente allá te curte. Es como que ya no hay lugar a la cobardía y lo único que te queda es abrazarte a lo que deseás. Lo que más deseaba yo era escribir.

- ¿Y entonces?

- Lo primero que hice al llegar a la ciudad fue buscar un taller. Ahí lo conocí a Máximo Chehín que es un gran amigo, en su taller me sentí muy bien. Creo que el taller de Máximo es un oasis porque estos ámbitos no siempre son piolas allá. Me acuerdo de que fui a un taller de un escritor famoso que ni da decir el nombre, pero que ni escuchaba a lxs talleristas, se la pasaba bostezando, y cobraba carísimo, un delirio. Al poco tiempo conocí el taller de Osvaldo Bossi, ahí trabajé los poemas de este libro y siempre me sentí muy cómoda con él y con lxs compañeres. Buenos Aires no es fácil, pero hay gente que te abre portales. Cuando les encontrás es increíble lo que se da, eso me pasó con Osvaldo, con él hice la clínica de obra de este libro y escribió un prólogo muy hermoso. Creo que él tiene una sensibilidad muy particular con poetas que no son de Buenos Aires. También me pasó con Zaira Nofal, una poeta tucumana que vive allá y que conocí hace poco.

- ¿Te reconocés como parte de un colectivo de autores/as sub-30 de Tucumán?

- La verdad es que no conozco mucho a esa generación, porque vivo en Buenos Aires hace cuatro años. Me hubiera gustado ser parte, pero siempre me sentí un poco excluida. Lo que sí me pasó cuando presenté mi libro en Tucumán fue conectarme de forma muy profunda con Zaida Kassab, Pablo Toblli y Lucía Sollazi, que no sé si son sub-30 o border, pero sí tucumanes. La forma en la que elles recibieron mi libro, el amor y la seriedad con la que lo leyeron me sorprendió y me encantó. Apenas llegué a Tucumán tomamos un café con Zaida, ella se puso al hombro la presentación, gestionó todo, fue con su gente ese día. Me sentí muy acompañada por elles. Dijo que mi poemario era atrevido, que le gustó eso. Noté cuando leí en Tucumán que la gente sonreía como con timidez cuando yo leía los poemas más sexuales, me gustó ese efecto, no sé, en Buenos Aires no produjo la misma reacción. Y Lucía, que también viene de la filosofía, se conmovió con la familia de las lobas, todas queremos una familia así. Pablo escribió una reseña muy hermosa sobre mi libro para La Papa, revista que dirige, él tiene una forma de leer que es impresionante, para mí es un referente de la literatura tucumana. Con él conectamos por el lado de la nostalgia de una noche tucumana que ya no existe, de lugares como Managua o el Magik en los que vivíamos.

- Tenés un proyecto académico que involucra mujeres del pensamiento y las letras de Tucumàn. ¿En qué consiste y por qué lo elegiste?

- Estoy investigando la obra de Lucía Piossek Prebisch, María Eugenia Valentié, que son del campo de la filosofía, y de Elvira Orphée. Es una generación muy importante de mujeres de la cultura tucumana. La idea es reconstruir sus biografía y releer sus obras en clave feminista. Me parece fundamental porque la filosofía sigue siendo una disciplina muy machista, en la carrera leímos en su mayoría a hombres, a excepción de Hannah Arendt y Margarita Porete, una mística medieval, pero igual es muy poco. Hay un movimiento de filosofía feminista a nivel nacional que busca cuestionar los programas de estudio, la canonización de ciertos autores, y rescatar a filósofas que fueron completamente olvidadas por la tradición. Me interesa pensar desde esta perspectiva.

- Y además está la presencia de Tucumán...

- Elegí trabajar con la obra de mujeres de Tucumán por una razón política, que es apostar a un conocimiento federal. Por suerte no soy la única, hay muchxs docentxs y colegas formándose y pensando estas cuestiones. La filosofía feminista plantea combatir las miradas centralistas, e incluso los límites entre las disciplinas académicas tradicionales porque cuestiona una racionalidad “masculina” construida sobre criterios muy cerrados. Por eso decidí incluir la obra de Orphée en mi corpus, y algunas herramientas de la crítica literaria, para recuperar dimensiones como lo subjetivo, lo particular y el relato de que tradicionalmente fueron rechazadas, pero que son fundamentales para esta nueva forma de conocimiento que plantean las epistemologías feministas.

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