Mediocre: algo o alguien que no presenta la calidad ni el valor que sea mínimamente aceptable para su entorno. El Presidente de nuestro país da sobradas muestras que encajan en esta definición; pero tomo extractos de José Ingenieros, en su libro “El hombre mediocre”, para ampliarla. Él es apenas un objeto en el cuadro; Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo; La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad; Los hombres que no son mediocres nunca se obstinan en el error, ni traicionan a la verdad. Y la lista podría ser más extensa, pues el Sr Alberto Fernández, contrariamente a mis deseos como ciudadana que debe respetar la institución y por ende, al presidente, cada día da sobradas muestras de ser un hombre mediocre. Estoy convencida que no nos merecemos como país el tener un representante de esas características. Aunque, otra frase del filósofo me hizo replantearme ese pensamiento: “Cuando las miserias morales asolan a un país, culpa es de todos los que por falta de cultura y de ideal no han sabido amarlo como patria... habiendo vivido de él”. El desconcierto, la preocupación, la decepción me hacen preguntar: ¿cuál es el camino...cuál es la respuesta? Quizás esté en aquellos que todavía no están “contaminados” con la mediocridad suprema: los jóvenes, plenos de ideales, de deseos de superación, de avanzar en el desarrollo de una mejor sociedad. Porque, como dijo Kovadloff: “El gran desafío de la Argentina es el porvenir porque le sobra pasado”.
Hilda Cristina Ponce