Diez pasos para perder la ingenuidad

Diez pasos para perder la ingenuidad

Alberto Fernández usó distintos sacos. A veces se ponía el de especulador. En otras, usaba el de estratega político. Y en ocasiones vestía el de mentiroso. Esta semana se confirma que en el ropero presidencial sólo cabe este último.

Diez pasos para perder la ingenuidad

Una de las características fundamentales del periodismo es la ingenuidad. La prensa abre sus brazos a los ingenuos. Les asegurará noticias chequeadas. Les prometerá producciones sin prejuicios y, por sobre todo, será capaz de elaborar trabajos desinteresados capaces de traslucir valores propios y ajenos.

El diccionario es simple, sencillo y nunca exagera en sus definiciones. Si se le pregunta quién es un ingenuo responde: “es una persona candorosa, falta de malicia”. La curiosidad obliga a buscar el significado de Candor: “Sinceridad, sencillez, ingenuidad y pureza de ánimo”. Y, en su segunda acepción: “suma blancura”. Y, en estos tiempos donde hasta los mensajes de audio de WhatsAap tienen que ser más rápidos que en la misma realidad, todo se simplifica con buscar en Google. “¡Googleá!”, ordena tanto el niño de primer grado como el adulto de 80. Y googleamos y esta entelequia que nos hace creer que todo lo sabe responde que es ingenua “aquella persona que es sincera, candorosa y sin doblez y que actúa sin tener en cuenta la posible maldad de una persona o la complejidad de una situación”.

Los grandes del periodismo del siglo pasado enseñaban que había que buscar lo que el poder intentaba ocultar. También que había un valor fundamental para el ejercicio del periodismo, cual era la democracia, que estaba por encima de todo porque era lo que permitía vivir con mayor libertad. Por eso, por lo general después de la oscurísima dictadura argentina, el periodismo suele tener dos momentos candorosos. Uno es el primero mes de gestión de un gobernante, porque presupone que esa persona debe adecuarse y acomodarse a su nuevo y dificultoso trabajo. El otro es cuando llegan los tiempos electorales, porque toda la política da vueltas alrededor del clima electoral y por lo tanto hay distracciones que se podrían aceptar porque se está trabajando por un acto mayúsculo de libertad como es sufragar.

Pero esta semana perdimos la ingenuidad.

El Presidente de la Nación, la máxima autoridad del país, elegida nada menos que por una mayoría del pueblo, dejó en claro que abusó de los argentinos.

Hasta ahora, a Alberto Fernández se le aceptaba la posibilidad de que todo lo que había dicho en contra del kirchnerismo era producto de un hombre despechado porque había quedado fuera del poder y buscaba escalar. Otros justificaban su cambio de postura en la intención de volver al poder, precisamente, y de evitar decirle “no” al pedestal más alto al que puede aspirar un político. Entonces, lo que parecían mentiras terminaban teniendo el perdón del fin último.

Entonces, Alberto Fernández intercambiaba sus sacos. Algunos días se lo veía con el de especulador; otros aparecía con el de gran estratega político; y había jornadas en las que mostraba el mejor saco de la mentira. Después de esta semana, se puede confirmar que en su ropero sólo cabe la tercera opción.

Todo lo que hace un presidente es asimilable al ejercicio de la democracia. Esto es lo más grave y preocupante desde este jueves, después de la confirmación de que mientras el Presidente decía que se haga una cosa y amenazaba con meter preso a quien no cumpliera con su orden, él mismo incumplía su palabra, hacía lo prohibido y no tenía sanción.

Y, en la Argentina todo caía en el pozo más oscuro de la incomprensión que algunos apodan grieta. Y, por lo tanto, el hecho de que un presidente haya mentido se licuaba en medio de las diferencias profundas en las que se divide la sociedad y el poder. Porque no sólo los opositores salieron a señalar la vergonzante actitud presidencial: también lo hizo el kirchnerismo, que es la oposición soft pero más compleja que tiene Fernández.

Y, así, quedó claro que mentir no importa. No trae consecuencias en nuestra Argentina. No es algo que indefectiblemente va al tacho de la basura. Al contrario: es una posibilidad. Es un acto que puede ser aceptado por la sociedad sin ponerse colorada.

Fue tal la conmoción que sufrió el Presidente y su entorno que todos los movimientos que hicieron para mentir que no habían mentido, confirmó la mentira.

Los 10 pasos para confirmar una mentira: 1) Decir que la foto no era real. De esa manera trataron de seducir a los más despolitizados que saben que una foto se puede adulterar. 2) Decir que es una “fakenews” (noticia falsa). Así intentaban poner de su lado a fanáticos de las redes y a operadores de la política que saben el daño que producen estos inventos y que además es carne fresca para las fieras que viven de la grieta. 3) Sostener hasta el final que era una jugada de la oposición. Esto sin ninguna duda estaba dirigido a los adeptos del espacio que gobierna y a los amigos. Era una buena instancia de victimización que se vuelve irrefutable, porque ante el ataque enemigo no hay concesiones. 4) Decir que los ingresos a Olivos eran todos por trabajo. De esa manera se justificaban los ingresos y la palabra trabajo permite justificar cualquier esfuerzo o descanso. 5) Manifestar que todo esto se conoce porque la información la dio el Estado. De esa manera se busca convencer a toda la sociedad porque implica transparencia y voluntad de que se sepa todo. Ahí empieza a verse una de las patas escondidas de la mentira porque dar la información requerida es una ley que obliga (y no una cuestión de buena onda) al gobierno a hacerlo. Y si no se lo ve como una obligación queda al descubierto que se deja abierta la posibilidad de que se oculte información. 6) Apenas se hizo pública la foto, en lugar de actuar por sí mismo, el Presidente mandó a su jefe de Gabinete a engañar a la sociedad restando importancia al hecho, pero dándole cierta verosimilitud, como si fuera una verdad a medias. De esa forma se buscó tantear cuál sería la reacción de la sociedad. Y fue como si echaran nafta al fuego. 7) Se modificó la agenda, postergando entrevistas y actos. Con eso se buscaba ganar tiempo para pensar y encontrar las palabras justas para explicar lo inexplicable. También servía para tantear quiénes era los aliados. Y ahí se asustaron más porque las de su propio palo eran astillas dolorosas. 8) Se empezó a buscar quién había difundido la foto. Fue tal vez el peor error. La búsqueda de culpables le agrega al mentiroso un adjetivo horrendo: el de miserable. 9) Hacer un reconocimiento tibio. De esa manera se trató de minimizar la gravedad del hecho, al cual -para peor- el propio Presidente le dio calidad de delito. Atribulado, avergonzado y desubicado, el mandatario terminó responsabilizando a su esposa. Hasta perdió la oportunidad de ser educado. 10) Los socios no lo acompañaron en su nuevo intento de engaño. Esta no fue una acción del equipo de gobierno, pero dejó al descubierto que se pueden aceptar y esconder cosas debajo de la alfombra. Sin embargo, hay momentos que ni los socios, que se beneficiaron con otras mentiras, toleran.

Y, de PASO…

Tucumán también sufre este proceso de degradación. Que un vocal de la Corte como el doctor Daniel Leiva mienta que no es quien es no es muy diferente. Que tanto el gobernador como el vicegobernador nunca terminen de asumir que en la época en que se hacía la fiesta de Olivos, allá por 2020, ellos comían en la casa del intendente de Banda del Río Salí, también es más de lo mismo.

Ahora, en tiempos electorales, vuelven a asomar mañas propias de las elecciones que están al borde de la legalidad. Nada nuevo tampoco para el ciudadano que se va acostumbrando. Y muchos de estos artilugios se hacen porque ni siquiera confían en sus propias fuerzas ni en sus propios liderazgos.

A menos de un mes de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias ya los estrategas no hacen más que elucubraciones sobre lo que pudiera pasar. Y esas especulaciones no tienen como correlato buscar la fidelidad del elector ni su persuasión, precisamente.

En las reuniones y sobre los escritorios se dibujan diversos escenarios porque, aún en la precariedad política, siempre es necesario adelantarse a los episodios futuros. La hipótesis que tiene más consenso en estos primeros días de campaña es que el Frente de Todos sacaría más votos que los que junten las listas de Juntos por el Cambio. El oficialismo está preocupado porque esa diferencia no sería holgada. Y a Juntos por el Cambio los mantiene alerta porque no habría perspectivas de sumar muchos más votos que en 2017 o en 2019.

El despliegue de huestes opositoras que caminan a diario por todo el territorio tucumano hace que en algunas paradas obligadas para comer algo o tomar al menos un café dibujen un escenario de paridad entre el peronismo y Juntos por el Cambio. Claro está que esta variante se apoya en el entusiasmo más que en los números de las encuestas.

Estas evaluaciones son imprescindibles porque después de las PASO todos deberán dirimir su poder en los comicios generales de noviembre. En Juntos por el Cambio prima -hasta ahora- la prudencia; en cambio en el Frente de Todos, la disputa es a matar o morir. En cuanto al resto de los postulantes de estas primarias, muchos buscarán votos para sobrevivir y conseguir lo suficientespara seguir en carrera en noviembre. Entonces intentarán capitalizar el voto castigo por la degradación de los políticos que están más cerca del poder.

Uno de los síntomas más preocupantes de la enfermedad que está padeciendo la actividad política argentina es cómo, desde cualquier lado, se despotrica contra el accionar de los dirigentes. Más grave aún es cuando se deteriora la figura presidencial: después de la última degradación de su palabra, ha sido blanco de cuanto ciudadano se ha sentido dolido ya sea por la pandemia, por la economía o por la educación. La debilidad de un presidente no es un problema de quien se sienta en el sillón de Rivadavia, sino de todo el país.

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