Tanto nos enfocamos en la batalla de 1812 y en el Congreso que declaró la Independencia que el Tucumán colonial queda de lado. Y hay allí una historia rica, extensa y apasionante que explica, en buena medida, lo que vino después. Y no se trata de la enumeración de gobernadores, de los ajustes administrativos o de encadenar fechas, sino de comprender cómo funcionaban esa sociedad y sus grupos de poder, cuáles eran los motores de la economía y qué sucedía con los pueblos originarios y los esclavos, por lo general invisibilizados en los relatos. A todos estos temas los estudió Romina Zamora, Doctora en Historia y autora del libro “Casa poblada y buen gobierno”, en el que se sumerge en el Tucumán del siglo XVIII.
- ¿Cómo se estructuraba la sociedad tucumana colonial hacia principios del siglo XIX, cuando se inicia el proceso independientista?
- Solemos cometer un error, que es pensar que nuestro país nació en 1810. Y, en realidad, en 1810 sólo hubo una rebelión del Cabildo de Buenos Aires, que decidió seguir el modelo juntista español y no aceptar el rey francés, jurando lealtad al rey español. Entonces el proceso independentista se inició después, probablemente con el retorno de Fernando VII, quien puso en jaque las experiencias de autogobierno de las ciudades, tanto en América como en España. Un tiempo en el que, además se había gestado un proceso constituyente en todos los territorios. Este es un tema muy bien estudiado por la historiadora tucumana Gabriela Tío Vallejo.
- ¿Cómo se lee ese período entonces?
- Ese proceso político no definía a una sociedad, ni a la inversa; la sociedad tucumana impulsó ese proceso político. De hecho, la renovación de autoridades después de 1810 se dio con bastante naturalidad, ya que después de 1810 el gobierno se mantuvo dentro de las mismas redes familiares que antes de 1810. La novedad la trajo la guerra de 1812. La experiencia de la militarización y la guerra sí produjeron un cambio importante en la sociedad, ya que, en una ciudad de 4.000 habitantes, de repente se instaló un ejército de 2.000 hombres, que había que alimentar y abastecer. Estos temas por su parte, han sido estudiados por las historiadoras tucumanas Marisa Davio y Paula Parolo.
- ¿Qué rasgos se encuentran en esa ciudad que albergaba 4.000 habitantes?
- Es curioso que el censo realizado en 1812 diese como resultado que en la ciudad el 75% de la población era femenina. Es probable que haya habido un subregistro de hombres -ya sea porque estaban en el ejército o porque se habían escondido para no estar-, pero también había una realidad, que la comprobó la historiadora tucumana Cristina López cotejando otras fuentes, y es que la principal producción de riqueza se hacía en la campaña -en el campo- y era realizada por hombres. Las mujeres eran las encargadas de mantener la presencia de la familia en la ciudad. Eso era importante porque para que un hombre pudiera ser elegido como miembro del Cabildo debía tener casa poblada en la ciudad. La paradoja terminaba siendo esa: la presencia de las mujeres en la ciudad garantizaba la presencia de la “casa poblada” y hacía posible la participación política de los hombres.
- ¿Cuál era la situación de los pueblos originarios en ese contexto? ¿Y existen registros sobre la cantidad de esclavos que había en la región?
- Los esclavos eran objetos que se compraban y se vendían, por lo que sí hay registro. El trabajo más exhaustivo al respecto lo realizó la historiadora tucumana Jovita Novillo. Casi un 15% del total de la población urbana estaba constituida por esclavos, y un 5% de la población de la campaña. Los pueblos originarios, por su parte, habían sufrido una fuerte desestructuración como comunidades. Los pueblos del llano, como los lules, fueron tempranamente “pacificados” e incorporados al orden español, proceso que fue estudiado por la historiadora tucumana Estela Noli. Esos indios pacificados eran llamados “domésticos”, tanto por la idea de domesticados como por el tipo de tarea que hacían, ya que fueron incorporados a las casas en calidad de servidumbre.
- ¿Y qué sucedía con el resto?
- Los indios serranos fueron desnaturalizados. Ante la resistencia que presentaron y que desembocó en las Guerras Calchaquíes, fueron obligados a dejar su tierra y asentarse en otras en el llano, más cercanas a la ciudad, a la que debían ir a trabajar en calidad de mitayos. La mita fue un sistema de turnos de trabajo organizado por los incas y retomado por los españoles, en el que un porcentaje de la población debía realizar determinados trabajos, durante una determinada cantidad de tiempo, de manera forzada. Forzada no significaba esclava, es decir, lo indios e indias de las encomiendas estaban obligados a hacerlo, pero recibían una paga por eso. Hay registro de que las familias tucumanas estaban acostumbradas a no pagar más que la comida y el vestido durante el tiempo que duraba el turno de trabajo. Los indios de encomienda debían pagar tributo o “tasa” al rey. Se los conocía como “indios de tasa” y sólo ellos estaban obligados a la mita de servicio, no así los indios libres. En San Miguel de Tucumán podemos comprobar la existencia de indios libres, atraídos por las posibilidades de trabajo y de libertad que generaba el movimiento de la ruta entre Buenos Aires y Potosí, de la que San Miguel de Tucumán era un punto central.
- ¿Cuáles eran los principales grupos de poder y cómo lo ejercían?
- Eran redes familiares con contactos y con actividades económicas exitosas. El principal lugar donde podían ejercer el poder político era el Cabildo, pero las reformas borbónicas generaron otros espacios de poder que fueron ocupados por los miembros de las familias “menos principales”. Tanto como el espacio político del Cabildo, la propia casa era un espacio de poder. Pensemos que una casa poblada de la ciudad podía tener hasta 20 personas viviendo establemente en ella, mientras que la casa grande de la campaña incluía también a la servidumbre, los peones, los agregados a la tierra y los huéspedes. Eso hacía que, en una época en la que había poquísimas “fuerzas del orden”, todos los padres de familia y patrones podían cumplir la función de policía y debían ser ellos los verdaderos encargados del buen gobierno de la población.
- ¿Cómo funcionaba la economía tucumana? ¿Qué se producía en la región?
- La economía tucumana ha sido estudiada muy bien por Cristina López. Las principales actividades eran la ganadería y la fletería, esto es, la invernada de mulas y bueyes, la construcción de carretas y la realización de los viajes hacia Buenos Aires y hacia el Alto Perú. Los indios de Marapa eran hábiles carpinteros, lo que ha comprobado Estela Noli, mientras que indios, mestizos y españoles curtían los cueros y las suelas. Con la grasa de las vacas se hacía jabón y velas. Una característica de la tarea artesanal es que los talleres de artesanos no se organizaron “al margen” de las familias principales, sino que fueron las mismas familias españolas las que diversificaron sus actividades armando talleres de carpintería o zapatería -como se decía al trabajo con cuero- en sus mismas casas en la ciudad o en la campaña.
- ¿Cómo era la interacción con Buenos Aires y el Alto Perú?
- De hecho, San Miguel de Tucumán se había mudado a este nuevo lugar en el sitio de La Toma para quedar en medio de la ruta al Alto Perú. La relación entre la vieja ciudad en Ibatín y la nueva ha sido estudiada por Magui Arana y por Juan García Posse. Eso generó una ciudad más mercantil, más dinámica y menos bucólica que otras ciudades vecinas. Un detalle que llama la atención es que la ciudad nueva se construyó en un sitio más alto que el río, lo que hacía muy difícil el abasto de agua a los vecinos porque, por más esfuerzos que se hicieran, no lograban que el agua subiera. Incluso hubo un proyecto para traer agua desde el Manantial, para aprovechar las virtudes de las fuerzas de gravedad y aprovechar la pendiente. Pero en realidad, lo más probable es que no haya sido imprescindible el abasto del río porque durante la época de lluvia se almacenaba agua en pozos y aljibes.
- ¿Cuáles eran los principales rasgos del tejido urbano? ¿Una aldea, un pueblo o una ciudad?
- El principal rasgo era que la ciudad estaba organizada según principios de notabilidad. En el centro estaban la plaza, el Cabildo, las iglesias y las casas de las familias principales. Más hacia afuera, se asentaban las demás familias y en la periferia se encontraban los caseríos de la plebe, sobre todo hacia el sur de la ciudad. Aldea, pueblo o ciudad no eran categorías comparables ni se definían por la cantidad de habitantes. Lo que definía a una ciudad era el hecho de tener un Cabildo. Aunque tuviera solamente tres habitantes, una urbe con Cabildo era considerada ciudad. A la inversa, un pueblo o una aldea podían ser muy grandes, pero si no tenían Cabildo, no alcanzaban a la categoría de ciudad.
Perfil: la especialista
Romina Zamora es Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata y Doctora en Historia de América Latina por la UPO (España). Investigadora del Conicet, publicó el libro “Casa poblada y buen gobierno. Oeconomía católica y servidumbre indígena en San Miguel de Tucumán, siglo XVIII”.