En el agua, en las comidas de mar, en la cerveza, en la miel, en la sal... Cada vez que ingerimos alguno de estos alimentos, comemos plástico.
Sí. Comemos plástico. Según un estudio (prepandémico) de la de Universidad de Newcastle, Australia, una persona promedio ingiere cinco gramos de plástico por semana. La mayor fuente de ingesta es el agua potable, en todos sus tipos: subterránea, superficial, del caño y embotellada. Por si no queda claro: cinco gramos de plástico pesa una tarjeta de crédito. Comemos una tarjeta de crédito por semana. O más.
El cálculo realizado se basa en los alimentos estudiados (que nombramos al inicio), pero hay que saber que el plástico y sus micropartículas se encuentran también en el aire, en insectos y animales, en las frutas y verduras y en todos aquellas comidas que tienen contacto con el.
El estudio, solicitado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, asegura que por semana entran al organismo unas 2.000 pequeñas piezas de plástico, equivalente a 250 gramos al año.
Ahora bien, los datos, como ya hemos dicho, corresponden a números antes de la covid-19. ¿Que pasará ahora? Por el momento no hay estudios que den cuenta de cómo ha aumentado el consumo de plástico y de que forma repercutirá en nuestros cuerpos, pero sí tenemos datos: por ejemplo, se calcula que por minuto se desechan tres millones de mascarillas descartables. Eso sin hablar de los guantes, desechos médicos y empaques de comida. Evidentemente, nuestro consumo ha aumentado.
Cómo llega a la comida
Resulta importante conocer el trayecto del plástico hasta nosotros y cuál es nuestra injerencia en ello. “El recorrido empieza cuando se produce demasiado y los individuos no sabemos manipular el descarte de tanto volumen de plástico que llega a las casas”, explica la ecóloga Carolina Monmany Garzia, investigadora en el Instituto de Ecología Regional, dependiente del Conicet y de la UNT.
“El principal problema son los empaques. Casi todo está empacado en distintos tipos de plásticos, y además están las bolsas de plástico que la gente tira mucho a la basura -remarca-; en el mejor de los casos todos esos residuos llegan a lugares reglamentarios. Acá el 65 % de la basura va a Overo Pozo, pero queda un 35 % afuera, en los basurales que a cielo abierto. Eso es un peligro tremendo: una vez que están al lado de los ríos, puede pasar cualquier cosa... del basural puede llegar a la tierra, a engancharse con los árboles, que lo coman algunos animales por accidente, y llegar a los ríos finalmente. Una vez ahí, puede ir a las napas desde los mismos basurales, se puede filtrar”
En todos lados
El estudio australiano sólo da cuenta del plástico disperso en unas pocas fuentes enumeradas. Pero la situación es mucho más grave de lo que se cree: “se sabe que en mariscos y comida de mar, y ahora cada vez más en comida de río, hay microplásticos y los estamos comiendo. Lo de la cerveza (que cita el Fondo Mundial para la Naturaleza) tiene que ver con la fuente de agua que se usa; a veces lo que pensamos que es agua súper pura no lo es. Pero faltan muchos estudios -agrega la especialista en contaminación por plástico-; sí se han detectado micro y nanoplásticos en la atmósfera y en el agua de lluvia que cae, por lo tanto se cree que los microplásticos llegan a dónde está el agua, en todo el planeta y en todo el ciclo del agua, incluyendo las montañas y el agua mineral”
Y hay más...
También ingerimos agregados: “de todos los recipientes plásticos, en general, se desprenden (pedazos) cuando uno lo mete al microondas; no hay que calentar ni plástico ni telgopor porque eso libera un aditivo llamado bifenol, que le da distintas propiedades al material”, añade.
Básicamente, las temperaturas extremas pueden hacer que este aditivo se desprenda: “otra cosa que hay que evitar al máximo son las frutas que vienen en bandejas de telgopor con papel film encima. Ese plástico es muy sensible a la temperatura y, si dejás la bandeja en un lugar muy caliente, despide bifenoles. Se sabe que frutas y verduras podrían tener microplásticos por encima, no en su interior, por productos que el humano agrega al empacarlos, tratarlos o cultivarlos”, resume. “Hay estudios que se están empezando sobre cómo se mete el plástico en frutas y verduras, es decir, si están entrando por las raíces, desde las napas... Algunas cositas se van encontrando pero nada para generalizar”, resalta.
¿Qué podemos hacer?
“Si yo soy una persona X no tengo poder para cambiar el sistema, que es el que en realidad está funcionando mal. Los que estudian este problema a grandes escalas, económicas y socioecológicas, dicen que tiene que haber al menos un 30 % de la población, de cualquier lugar, que cambie sus hábitos de consumo para poder lograr un cambio real: esto significa implementar lo de las bolsas de telas en el supermercado, que es lo más fácil que una persona puede empezar a hacer. El siguiente nivel son los empaques: no consumir cosas que evidentemente están llenas de plástico, evitar cosas envueltas en él -ejemplifica la experta-; muy de a poco se está creando una conciencia en las empresas grandes, los negocios chicos ya lo hacían y está buenísimo pero no cambia mucho la aguja, hay que apuntar a las industrias más grandes. Lo que nos salvaría es cortar con ese sistema productivo que es lineal y no circular, pero como ciudadanos no lo podemos hacer, lo que podemos empezar es, como individuos, a cambiar nuestros hábitos y pautas de consumo”.
“Está en nuestras manos. Es mucho más difícil y lento, pero es la única opción que hay”, concluye.
¿Cuanto consumo?
Si deseás hacer un cálculo aproximado de cuanto plástico ingerís por semana, ingresá a www.tudietaplastica.org.