¿Qué tienen en común Finlandia, Dinamarca, Noruega, Islandia, Países Bajos, Suecia, Nueva Zelanda, Canadá, Suiza y Australia?
A primera vista podríamos afirmar que son una mezcla de vikingos, anglosajones y germánicos.
A segunda vista, que son países desarrollados, con economías estables, políticas maduras y bastante similares entre sí.
A tercera vista, que excepto los dos oceánicos, los ocho restantes son territorios de climas fríos.
Esta lista sufre pequeñas variaciones según los años. A veces se agregan o se desagregan Alemania, Bélgica, Israel, Irlanda y Costa Rica.
Canadá y Costa Rica son los únicos americanos que entran y salen de este “top ten” e Israel es el único asiático.
Pero ¿de qué se trata?
Es el ranking de “los países más felices del mundo”, conocido como Informe Mundial de la Felicidad, que elabora cada año la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, basado en la encuesta internacional de Gallup, una de las consultoras más importantes del mundo.
Esta encuesta clasifica la felicidad global en 160 países de los cinco continentes.
No es un ranking de felicidad, en tanto nosotros entendemos y utilizamos ese concepto en el lenguaje común. No es una clasificación de la “alegría”, de quién se ríe más, baila, hace chistes o “la pasa bomba”.
De ser así, en esa lista entrarían varios países latinoamericanos y africanos.
En este informe se miden seis parámetros, algunos de los cuales tienen bastante lógica, pero otros no encajan en la lista de valores de sociedades como la argentina.
Parámetros de “felicidad” que están lejos de conceptos como “asado y guitarreada con amigos”.
El índice de méritos
El primer valor que mide la ONU en el ranking de la felicidad es el más obvio de todos: el PBI (Producto Bruto Interno) per cápita o renta per cápita, que es un indicador macroeconómico de productividad y desarrollo económico, que surge de dividir la riqueza de un país en su población.
Refleja el crecimiento real, los bienes y servicios, las condiciones económicas y sociales y el ingreso promedio de los habitantes de un territorio en común.
El segundo ratio que se toma en cuenta es también bastante lógico: esperanza de vida, o expectativa de vida saludable promedio de una población.
Está directamente relacionado al anterior, ya que contempla las condiciones socioeconómicas, la alimentación, el acceso a los servicios de salud y a los servicios básicos (agua, cloacas, vivienda, etcétera), entre otras variables.
El tercer valor refiere a la “percepción de la corrupción”, a qué tan íntegra y tan honesta es la política de un país.
Si vemos los países que lideran la nómina, todos tienen puntos en común: alternancia política, funcionarios que no se perpetúan en el poder, austeridad, gente que no está rodeada de séquitos ni guardaespaldas, que utiliza el transporte público, camina o anda en bicicleta, que culminan sus mandatos más pobres que cuando asumieron y que son personas que, en general, la mayoría de la población no conoce ni en fotos. Casi casi el perfecto opuesto de Argentina.
Cuentan que en Finlandia, país que lidera el ranking de la felicidad por quinto año consecutivo, es usual ver a la autoridades andar en ómnibus, en tranvía o en tren (es estatal) o de jogging en la verdulería del barrio o en el almacén.
En Finlandia hay un presidente, pero no ejerce el poder ejecutivo real, que está a cargo de un Consejo de Estado, hoy curiosamente integrado por cinco mujeres. Tres de esas cinco mujeres que gobiernan no tienen siquiera auto propio.
Un dato curioso del ranking de la ONU es que no hay potencias entre los primeros puestos, salvo Alemania, que sube y baja, y que es el único país de los “más felices” que no tiene alternancia en el poder, que lo ejerce la canciller Angela Merkel desde 2005.
EEUU, por ejemplo, viene cayendo en las mediciones desde hace 20 años. Según los especialistas, la principal causa es que es el país más adicto a las drogas del mundo, flagelo que genera violencia, depresión generalizada, disgregación social, improductividad, entre otros conflictos. Sumado a un profundo racismo contra negros, latinos y asiáticos que no logra superar.
Japón es otro gran ausente, por varias razones, pero hay dos que sobresalen. La altísima carga de estrés competitivo de esa sociedad (laboral y educativo) y el híper individualismo (otro de los ítems que veremos a continuación).
Más y mejor educados
El cuarto ítem que toma este ranking se denomina “apoyo social” e incluye temas de los que tanto hablan los políticos (los nuestros) pero sobre los que muy poco se hace: educación, medio ambiente, bienestar psicológico, cultura, uso del tiempo libre…
Finlandia es también el número uno del mundo en educación desde hace varios años, según las pruebas PISA. La educación finlandesa es obligatoria, pública y gratuita en los niveles preescolar, primario y secundario.
En el nivel superior es mixto entre público y privado, aunque las universidades estatales son muy superiores.
También son gratuitos todos los útiles y los libros, hasta los 17 años, y el transporte está a cargo del Estado para los alumnos que viven lejos de la escuela.
Un dato curioso: es uno de los países con menos carga horaria en la educación y donde los niños tienen más tiempo libre.
El quinto punto que se tiene en cuenta es la libertad social e individual para tomar decisiones vitales.
Traducido en argentino es lo opuesto al clientelismo, a la explotación o precarización laboral o a las muchas limitaciones que impone la inseguridad o la pobreza, que margina a millones de personas a no contar con la libertad o el poder para tomar decisiones esenciales.
La generosidad social
El último punto es el más extraño de todos, desde el imaginario colectivo argentino: la generosidad. Se refiere al nivel de acatamiento de las normas cívicas y respeto a la ley, a las obligaciones por encima de los derechos, a la empatía, al altruismo, a la puntualidad, al compromiso en el cuidado de los demás, a la solidaridad, a la paz social, a los niveles de violencia (física y verbal), y al respeto por la opinión, las preferencias o el estilo de vida del otro.
Todos los ratios que miden la felicidad de una sociedad, cuando son óptimos, generan un contexto que hacen que estos países sean a su vez los más igualitarios y equitativos del mundo, donde la brecha entre ricos y pobres es mínima, lo contrario de lo que ocurre en las naciones más carenciadas o en las grandes potencias.
No es una casualidad que los países que encabezan el ranking de felicidad tengan la mejor distribución de la riqueza del mundo, es una consecuencia de esa sumatoria: honestidad, ausencia de corrupción, con políticos austeros, con altos niveles de educación, servicios públicos de excelencia, compromiso cívico, libertad de elección social e individual, respeto por el otro y generosidad, lo que redunda lógicamente en un PBI más alto (reparto de la renta por habitante) y mayor y mejor expectativas de vida.
Cuando vemos por dónde transita el debate electoral en Argentina, y mucho más aún en Tucumán, violento, egoísta, ignorante y soberbio, entendemos por qué estamos tan lejos de estos modelos igualitarios, justos y exitosos. Comprendemos por qué estamos tan lejos de la felicidad.