La búsqueda del heroísmo individual es demasiado tentadora, por más que se trate de deportes colectivos. Y más aún en el caso de Las Leonas, que sufrieron el inevitable retiro de Luciana Aymar -no es exagerado equipararla a la influencia de un Maradona o un Messi- y nunca dejaron de hacerse fuertes como equipo. Pero siempre asoma alguna figura y cedemos a esa tentación de elevarla por encima del resto. Tratándose de Noel Barrionuevo nadie puede quejarse.
Ahí está Barrionuevo, icónica en su presencia, en sus gestos, en su decisión. La determinación con la que liquida la semifinal olímpica en dos córners cortos lleva a Las Leonas, una vez más, a la antesala del oro. Ese oro que hasta aquí le fue esquivo al hockey argentino femenino y que se decidirá contra las neerlandesas. Barrionuevo va por ese premio dorado que Aymar, Masotta, Rognoni, Aicega, Margalot y el resto de las Leonas históricas vio desde lejos. Sería un acto de justicia poética que ella, a los 37 años, alcanzara el título olímpico y lo compartiera con aquellas compañeras de tantas batallas. Pero no nos adelantemos a los hechos.
Si Vicky Sauze Valdez es el engranaje que moviliza al equipo, Barrionuevo es la materia prima que le brinda solidez y confianza. Todo plantel tiene pilares y Barrionuevo es uno de ellos, rol que comparte con Belén Succi y Delfina Merino. Jugadoras de elite que están viviendo las últimas presentaciones en el escenario principal y se autoinvitaron a la función de gala. De ellas, la que habla dentro de la cancha, la que ordena al resto, asigna tareas y motiva con el grito justo es Barrionuevo. Y, por supuesto, no sabe de temblores en el pulso cuando el equipo va perdiendo -como esta mañana contra India- y hay que hacerse cargo de arrastrar a la hora del córner.
Hace tiempo que esta Selección ganó el partido más importante de todos: el del simbolismo y la identificación. Las niñas no quieren jugar al hockey, quieren ser Leonas. Calzarse la celeste blanca y emular a las referentes. Y esos sueños se cumplen. Valentina Raposo, la salteña a la que le sobran condiciones de crack, no cumplió los 20 años y está jugando hombro a hombro con Barrionuevo. Desde chiquita la miraba por televisión y ahora están ahí, juntas en Tokio. Esa rueda que pusieron en marcha Las Leonas ya no se detuvo. Es su mayor triunfo y el premio extra, con el color del oro, aguarda al final del arco iris.
Pero hay una piedra basal que está antes. Si hay Leonas es porque hay clubes, y el concepto se repite en prácticamente todos los deportes. El problema es que los clubes, nuestro semillero, viven con la soga al cuello, muchos corriendo el riesgo de extinguirse. “Cuidemos a los clubes”, fue el mensaje de Marcelo Méndez, el entrenador del seleccionado de voley, tras la victoria sobre Italia en los cuartos de final olímpicos. Su equipo se juega una parada durísima contra Francia y Méndez, sin dejar de enfocarse en el objetivo de la medalla, se permite dar un par de pasos hacia atrás para mirar el cuadro completo.
Los clubes, un componente imprescindible en nuestro tejido social, merecen una atención y un respaldo que se fue perdiendo durante las últimas décadas. Y el riesgo no pasa, en el fondo, por su capacidad para generar más o menos deportistas de alto rendimiento. Los clubes cumplen la función de aglutinar a la sociedad y de proporcionar buena calidad de vida, en ellos late el corazón de la comunidad. “Cuidemos a los clubes”, aconseja Méndez, conocedor de una realidad preocupante de la Argentina de hoy.
Empezamos a transitar los últimos días de los Juegos y la presencia argentina se va agotando. Las Leonas se aseguraron una medalla, el voley intentará capturar la suya, y esta noche dos palistas -Rubén Rézola y Brenda Rojas- participarán en series semifinales. De acuerdo con las marcas y los antecedentes que los preceden, es Rézola el que tiene más chances de meterse en la final, lo que igualaría la formidable performance de Agustín Vernice. Son carreras vertiginosas y espectaculares, a pura y contagiosa adrenalina.
Mientras, Las Leonas reponen fuerzas para intentar asaltar la cima. Los montañistas saben que ese último esfuerzo es el más complicado, porque el objetivo está cerquita, se lo puede divisar, pero cada paso en esa dirección equivale a correr una maratón. El nivel de exigencia está representado por Países Bajos, una máquina que aplastó a las británicas y a la que es difícil encontrarle puntos vulnerables. Carlos Retegui y sus jugadoras miran las cosas desde otra perspectiva. Y Barrionuevo será la encargada de conversar, una por una, con sus compañeras. Todas saben que pueden apoyarse en ella.