Día 12: Scola y Pareto son todo lo que está bien

Día 12: Scola y Pareto son todo lo que está bien

Luis Scola.  Luis Scola. Getty

Parece que fue hace mucho, pero sucedió hace poco más de una semana. Así de rápido pasa el tiempo durante los Juegos. Paula Pareto le bajó la persiana a una carrera excepcional con impronta ganadora, por más que no haya subido al podio. Se marchó de Tokio con un diploma olímpico en el equipaje, a lo campeona, entre las ocho mejores del mundo. Pero, sobre todo, indicando con su perfil bajo y su contracción al trabajo un rumbo posible y virtuoso para el deporte argentino. Ese torrente emocional se renovó esta mañana cuando el partido de cuartos de final se detuvo para despedir a una leyenda. Lloraba Luis Scola y llorábamos todos. Porque Scola, como Pareto, representa todo lo que está bien.

Lo conveniente es elevar a Pareto y a Scola por encima de los deportes que eligieron practicar. A fin de cuentas, será tarea del yudo y del básquet aprovechar todo lo que saben y todo lo que representan. Es que hay algo más, un componente en Pareto y en Scola que pasa por su calidad humana, por la rectitud con la que marchan, por el ejemplo. Si Pareto y Scola enseñan que no existen los atajos en la vida, que el talento sin trabajo es una casa a medio construir, que se puede ser el mejor dejando de lado la soberbia, que un líder es el más comprometido por la causa, nos están recordando mucho de lo que elegimos olvidar.

“Me voy en paz”, dijo Scola. Fue una lástima que el estadio estuviera vacío, aunque sirvió para que la ovación de argentinos, australianos y neutrales se escuchara con más nitidez. La caja de resonancia explotó puertas afuera, en el corazón del público y en las redes sociales, que por un rato dejaron de lado las miserias para colmarse de elogios. La dimensión mundial de Scola se corporizó a partir de ese homenaje tan especial, reservado para muy pocos. Un partido no se detiene por cualquiera; debe ser alguien muy grande. No sólo por lo que juega, sino porque se lo quiere y se lo respeta. Todo eso es Scola, el capitán que parecía eterno y en Tokio concretó lo que tanto queríamos postergar: el retiro de una Selección de la que fue su mejor capitán.

Por todo esto Scola ganó. Y eso que Argentina no disfrutó los Juegos, los padeció. Sólo venció en un partido de cuatro, chocó contra el genio de Luka Doncic, contra la bestia negra España y contra una Australia que tiene herramientas para disputar el oro. El equipo nunca encontró su juego, contó con un Deck disminuido, perdió a Garino en el camino y, aún así, se mantiene entre los ocho mejores del mundo. Todo esto será materia de estudio a la hora del balance, cuando nos caiga la ficha de que la vida de la Selección seguirá sin Scola al mando.

También ganaron Lange-Carranza, quienes cambiaron el oro de Río 2016 por el diploma olímpico de Tokio, un séptimo puesto en la clase Nacra 17 que los mantiene en la elite. Y si bien la náutica argentina cortó la racha de podios, también ganaron Facundo Olezza (clase Finn) y la dupla Travascio-Branz (clase 49er FX) por el sólo hecho de haber luchado por una medalla hasta el final.

Y vaya si ganó Agustín Vernice, a quien tuvimos estrenándose en Tucumán. De La Angostura saltó nada menos a que una final olímpica, mano a mano, entre los ocho palistas top en la definición del K1-1000. En Tokio, las finales fueron objetivos lejanos, inalcanzables para la abrumadora mayoría de nuestros deportistas. Vernice sorteó dos series eliminatorias, logró la clasificación y se fue enojado de la pista porque sentía que estaba para más. Esa es la actitud.

Nos quedan dos ilusiones sólidas: el hockey y el voley. Ambos tienen doble chance de conquistar una medalla, ambos saldrán a la cancha con el rendimiento en alza y una fortaleza mental que invita a confiar. Para Las Leonas el desafío es contra India, a De Cecco, Conte y compañía la épica de la victoria sobre Italia les abre la puerta para seguir en el juego grande. Ya demostraron que tienen con qué.

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