“El chasqui” en el camino a Tafí del Valle

“El chasqui” en el camino a Tafí del Valle

La estatua que domina el parador “El indio” refiere a los mensajeros del imperio inca. Un concurso ganado y la leyenda urbana que se repite pero no resiste el análisis. La restauración de Beatriz Cazinaga.

DESCANSO OBLIGADO. La escultura “El chasqui” domina las alturas de los Valles Calchaquíes.tucumanos. DESCANSO OBLIGADO. La escultura “El chasqui” domina las alturas de los Valles Calchaquíes.tucumanos.
01 Agosto 2021

Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador.

¿Cuántas veces en la vida, los lectores de estas líneas se habrán detenido en el parador “El indio”, camino a los valles? Desde esa terraza natural privilegiada puede observarse la magnificencia de la selva tucumana. Se aprecia allí la figura imponente de un indígena calchaquí, que parece desafiar a la montaña… y al tiempo.

Como todo, la escultura y el representado tienen su historia que merece ser conocida, como así también quién fue el escultor que ejecutó la obra.

Enrique de Prat Gay fue un artista tucumano que se formó en Italia en la década de 1920, gracias a una beca que le otorgó el Gobierno provincial.

Fue el discípulo dilecto de Lola Mora; en su taller aprendió los secretos de un arte milenario. Obtuvo un permiso especial para poder visitar el Vaticano y estudiar en detalle las obras allí existentes. Un diario de la época reseñaba lo siguiente: “De Prat Gay adquirió de la maestra ilustre (Lola Mora), la seguridad para dar a la materia dócil, la concepción madurada, el sentido de comprensión y la nota casi siempre imperceptible que define misteriosamente la obra de arte”.

Formado en la escuela del expresionismo, realizó varios trabajos en Europa y en su provincia natal, a la que regresó en la década de 1930. Muchas de sus obras recibieron las mejores críticas de los maestros de su época, entre las que se destacan “El último beso” y “Vendedora de cántaros”.

EN EL TALLER. Enrique de Prat Gay fue discípulo de Lola Mora y ganó el concurso para erigir el monumento. EN EL TALLER. Enrique de Prat Gay fue discípulo de Lola Mora y ganó el concurso para erigir el monumento.

En 1941 la provincia de Tucumán organizó un certamen escultórico para un monumento a erigirse en el camino a los valles. Con el seudónimo de “Mercurio” presentó la maqueta respectiva, a la que tituló: “El chasqui”, que se adjudicó el primer premio. Llevada a la escala prevista por el autor, la obra se inauguró dos años después, incorporándose definitivamente al paisaje de la montaña hasta nuestros días.

La obra de Prat Gay puede hoy verse en diferentes parques y lugares públicos de la provincia, destacándose el busto a Nicolás Avellaneda en el parque Avellaneda, el de Bernardino Rivadavia en la plaza San Martín o el bronce del doctor Nicanor Posse, pionero de la aviación argentina, en el Aeropuerto Internacional Benjamín Matienzo de nuestra provincia.

El artista falleció en 1947, gozando del reconocimiento público. Su figura y obra merecen ser conocidas por las actuales generaciones.

Volviendo al monumento en sí, el que se conoce popularmente como “El indio”, personifica a un mensajero del incario (chasqui), que recorría a pie todo el imperio en cuyo extremo más austral estaba el actual Tucumán.

Sistema de correos

Durante el imperio de los incas, el chasqui era un joven corredor, quien llevaba un mensaje en el antiguo sistema de correos del Tahuantinsuyo. Era relevado en cada posta (tambo) siguiente por otro a la carrera. Si bien transportaban objetos menores, fundamentalmente trasladaban información. Se los preparaba desde temprana edad y recorrían los caminos del imperio a través de un sistema de postas.

Generalmente eran hijos o familiares cercanos de los curacas, ya que debían ser personas de gran confianza. Cargaban además una trompeta de caracol con la cual anunciaban su próxima llegada para que el siguiente corredor se preparara. Como armamento llevaban una especie de porra o también una pequeña lanza. En la cabeza portaban un penacho de plumas blancas para ser identificados y respetados en su viaje.

ESCUELA EXPRESIONISTA. El artista posa con uno de sus trabajos. ESCUELA EXPRESIONISTA. El artista posa con uno de sus trabajos.

Trasladaban atado a la espalda un quipu donde traían el mensaje. Se utilizaba para almacenar y transportar información a través de un sistema de cuerdas anudadas que representaban diferentes cosas basadas en el tipo, color o número de hilos. El chasqui era enseñado para leer la información del quipu y transmitirla al receptor. Parte del contenido era contado oralmente al corredor, que a su vez lo transmitía al siguiente; de esa manera se podía descifrar el mensaje.

Cuando los españoles invadieron el ya fraccionado territorio inca, quedaron estupefactos ante la eficacia del sistema de chasquis, que incluso se mantuvo en tiempos del Virreinato del Perú.

Algunos autores indican que los mensajeros pudieron ser también espías del imperio en tiempos precolombinos.

Se sabe que eran entrenados desde niños, y se enseñaba a la perfección el camino que debían recorrer, incluso de noche. Debían ser también diestros nadadores.

Momento clave

En el caso del chasqui de Tafí del Valle, el artista lo representa en el momento de aproximarse al puesto de avanzada, instante en el que lanza un grito agudo que anuncia su llegada, mientras la pequeña lanza o garrote que lleva en la mano equilibra su cuerpo, el que -se nota- va deteniendo su marcha.

En el basamento hay una alegoría del “Himno al sol”: “Amanece en la cima de la montaña y un sacerdote aborigen se inclina ante el astro; un poeta le ofrece música y canto. También se refleja el amor maternal, simbolizado por una madre y su hijo, el sentir religioso que encarnan una pareja de promesantes y un guerrero que deja su lanza y se pliega a la ceremonia. Por fin el demonio que cae al abismo, representa a la luz, disipando las tinieblas”.

En la parte posterior está la efigie del inca que despierta a la inmortalidad. Sin duda, una simbología extraordinaria que denota el profundo conocimiento del artista acerca de las culturas precolombinas que dominaron estas regiones.

El monumento tiene un total de 16 metros de altura, de los cuales seis corresponden a la estatua propiamente dicha.

La estatua tiene también su leyenda urbana, que generación a otra se va transmitiendo. Según ella, “El indio” estaba en un principio totalmente desnudo, lo que habría escandalizado a la mujer del gobernador Miguel Critto, quien de inmediato ordenó que el artista le hiciera una vestimenta para taparlo.

La versión (como bien lo ha señalado el doctor Carlos Páez de la Torre) es absolutamente fantasiosa, ya que un artista documentado (y como ya vimos, Prat Gay lo era) sabría que era imposible que un indígena de aquellos tiempos pudiera andar sin ropa. Todos conocemos el frío intenso que reina en las montañas al caer el sol. Por tanto, es una versión que no resiste el menor análisis, pero todavía existen algunos guías turísticos que basan su discurso en repetir la historia.

Lo cierto es que en los últimos años el monumento se encontraba muy deteriorado, producto de las condiciones climáticas y de la desaprensión de algunos que plasmaron grafitis en él.

Gracias a la intervención del Ente de Turismo provincial y a la intervención de la artista Beatriz Cazinaga -también realizó la restauración del monumento a Juan Bautista Alberdi y a la Estatua de la Libertad de plaza Independencia-, se hizo un gran trabajo sobre la obra de Prat Gay, todo un hito en el camino a Tafí del Valle.

Hacemos votos para que, en los años por venir, el monumento sea puesto cada vez más en el valor que se merece, como recuerdo de aquellos corredores que trazaron la historia del Imperio incaico en cada viaje realizado.

Fuentes:

- Diario La Gaceta, ejemplar del 11/08/1947

- Carlos Páez de la Torre, “El Monumento al Indio”, La Gaceta 16/06/ 2008

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