Los extremos siempre se tocan. A veces se tocan mucho, se abrazan o se funden hasta formar una masa homogénea, donde sus orígenes se tornan indiferenciables.
Dos fanáticos enceguecidos de fútbol de equipos rivales, por ejemplo, parecen el agua y el aceite, según ellos se perciben a sí mismos. Pero si a ambos los vestimos con la misma camiseta nos resultará imposible distinguirlos.
Existe numerosa literatura al respecto, y más que todo hechos, que comprueban que los extremos casi siempre se parecen bastante, cuando no son idénticos.
La teoría de que los polos opuestos se atraen es una de las más conocidas, pero hay muchas otras. A propósito de los polos, hace unas semanas, en este mismo espacio, citábamos al controvertido y tan amado como odiado Winston Churchil en una de sus frases más célebres: “El Polo Sur y el Polo Norte se encuentran en los extremos opuestos de la Tierra, pero si mañana uno se despertara de pronto, sin previo aviso, en cualquiera de ellos, le sería imposible determinar en cuál de los dos se halla”.
¿Qué diferencia existe entre los misiles nucleares de Estados Unidos y los de Rusia? Que unos tienen pintado “USA” y los otros “Rusia”.
Es decir, si les tapamos los nombres, en teoría contrapuestos irreconciliables, nos quedará el 99% de realidad, el objeto verdadero: misiles atómicos con capacidad de destruir el mundo en poder de potencias imperialistas.
Podría también entrar China en este juego de semejanzas y diferencias, otra potencia militar con aspiraciones imperiales, más capitalista que EEUU y más comunista que Rusia.
Para seguir jugando: escriba en un papel el nombre de un dictador militar y entrégueselo a la maestra. La docente luego los leerá en voz alta: Augusto Pinochet, Hugo Chávez, Jorge Rafael Videla, Fidel Castro, Vladimir Putin, Mao Tse Tung, Francisco Franco, Iósif Stalin… La lista es interminable.
Izquierdas y derechas extremas, tan supuestamente lejanas como los polos, que terminan chocando como dos átomos que se fusionan para siempre.
Como con los misiles, una pinturita superficial nos distrae del objeto verdadero, de la realidad, de la misma bomba que se oculta adentro.
Cómo explicarle al intransigente obcecado que cuanto más rápido y apasionado corra hacia el sur más pronto llegará al norte.
Contradicciones
Sobre las antinomias (contradicciones en la ley), el complejo filósofo alemán Immanuel Kant sostuvo: cuando la razón rebasa la experiencia posible a menudo cae en varias antinomias; es decir, perspectivas igualmente racionales pero contradictorias.
Veamos otro ejemplo: “Los jóvenes que no estudien ni trabajen deberán prestar el servicio militar obligatorio”.
¿Quién lo dijo? ¿Juan José Gómez Centurión? ¿Patricia Bullrich? ¿Ricardo Bussi? ¿Alfredo Olmedo? ¿Aldo Rico?
Error. Si bien todos ellos hicieron propuestas similares, con diferentes matices, el anuncio fue realizado el miércoles por el flamante presidente de Perú, Pedro Castillo, un maestro rural de 51 años, supuestamente comunista.
Castillo no es militar, ni filomilitar, ni golpista, ni es de derecha. Aunque se lo señala como un izquierdista extremo -al menos es lo que sus opositores quisieron instalar durante la campaña electoral-, en su discurso de asunción anunció que no hará expropiaciones, que no estatizará ninguna empresa, “ni remotamente” dijo, y prometió que buscará mejorar los acuerdos de libre comercio priorizando “los intereses del país”.
Incluso, anticipó que la compañía estatal PetroPerú participará de toda la cadena de la industria petrolera, “en busca de regular el precio final de los combustibles”, pero aclaró que no se financiará con subsidios sino que la compañía nacional deberá competir en el mercado y generar ganancias.
También puntualizó Castillo cuáles serán los ejes de su gobierno: reformar (previa Asamblea Constituyente) la Constitución “ilegítima” que impuso Alberto Fujimori; generar las condiciones económicas para una distribución de la riqueza más justa; y trabajar fuerte en dos áreas que, según dijo, serán las bases de su gestión, salud y educación.
¿Cómo encaja entonces el servicio militar obligatorio para los llamados “ni ni” en este contexto? Si bien, a juzgar por sus anuncios, quedó claro que no será un gobierno “comunista”, también es evidente que Castillo no es de derecha, ni neoliberal, ni mucho menos un hombre que pretende fortalecer a las Fuerzas Armadas como brazo ejecutor de su gobierno, al estilo Venezuela, Cuba u otras dictaduras, de izquierda o de derecha.
Para entender esta supuesta contradicción primero hay que conocer a Castillo, sus orígenes.
El nuevo presidente es, antes que nada, un maestro rural de Cajamarca, del interior profundo peruano. Es un maestro de raza y vocación, al punto que anunció que cuando culmine su mandato, el 28 de julio de 2026, retomará sus “labores docentes de siempre”.
Es decir, su plan no parte de una base castrense, sino de un objetivo netamente educativo.
Servicio militar como estructura estatal para darles cama, comida, trabajo y educación a miles de jóvenes peruanos que flotan entre el desempleo, el analfabetismo, la droga y el delito.
¿Qué harán esos jóvenes después? Obviamente, un importante porcentaje pasará a engrosar las fuerzas de seguridad, en un país donde el flagelo de la inseguridad, la delincuencia y el narcotráfico no es distinto al del resto de los países de Latinoamérica.
El resto se irá distribuyendo como “tropa” de colaboración en distintos frentes de asistencia social, ya sean necesidades endémicas o ante siniestros o catástrofes.
Más que un servicio militar, se parece más a un servicio social obligatorio, algo que también propusieron algunos políticos argentinos.
Una sucesión de tragedias
En Argentina nos resulta complicado entender un plan como el de Castillo. La última dictadura sangrienta, la bancarrota económica que dejaron los militares, la derrota en Malvinas, los nuevos intentos de golpes a la democracia en 1987 y en 1990, y finalmente el asesinato del conscripto Omar Carrasco, en 1994, provocaron el fin del servicio militar obligatorio, que había funcionado en el país durante 93 años, desde 1901.
Estos hechos no sólo acabaron con este sistema de disciplinamiento social, sino que generaron un profundo rechazo a todo lo que fuera verde oliva entre un amplio sector de la sociedad.
Además, algo que no se dice, es que la eliminación del servicio militar obligatorio era una tendencia mundial a partir de los 80, luego de que lo hiciera EEUU en 1973, después de su derrota en la guerra de Vietnam.
Esto lo saben bien los políticos argentinos, encuesta en mano, y por eso siguen utilizando “la mala prensa militar” como uno de los ejes de campaña o de gestión.
En Argentina, el universo castrense está vinculado fuertemente a la derecha dura, que no representa a más del 15% del electorado.
Esto no ocurre en otros países, incluso en aquellos que han transitado por dictaduras militares, tanto o más brutales y fracasadas que la nuestra.
La reconciliación es la gran deuda pendiente que pesa sobre los argentinos, es el cadalso de la patria. Deuda que no se circunscribe sólo a la historia, a la ética, al perdón o a la Justicia, sino que es la madre de todas nuestras deudas, que vienen ahorcando al país en una crisis perpetua.
Deuda económica, deuda social, deuda productiva, deuda moral, deuda educativa, entre muchas otras carencias nacionales, por todos conocidas.
“Sin unidad no hay futuro”. No es un grafiti de campaña, es un axioma comprobado en decenas de países que atravesaron por grietas iguales o peores que la nuestra.
Los estadounidenses lo entendieron hace más de un siglo y desde entonces no han dejado de crecer. Se “matan” entre ellos, con temas gravísimos, como por ejemplo el racismo que aún persiste, pero en los asuntos centrales o estratégicos son una sola nación.
Más cerca nuestro, ha pasado algo similar en Colombia, en Uruguay, en Chile, en Brasil, en Bolivia y en el mismo Perú, pese a todas las crisis armadas y políticas que tuvo y tiene.
En cambio, observemos el presente de hambre que padecen países ultradivididos, como Venezuela y Cuba.
¿Izquierdas armadas?
La supuesta contradicción ideológica en lo que pretende hacer Castillo en realidad no es tal. Lo explica bien Alejo Vargas Velásquez, director del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia y director del Grupo de Investigación en Seguridad y Defensa, en su tesis “Fuerzas Armadas y gobiernos de izquierda en América Latina”:
“La pregunta es si la orientación política de los gobiernos cambia los patrones de inversión en defensa, y en principio la respuesta es que no. La orientación ideológica de los gobiernos no genera cambios importantes en las políticas de inversión. La retórica de izquierda ha acompañado en los últimos años a los gobiernos de Venezuela y Argentina y sin embargo el comportamiento de los dos países es relativamente distinto. Mientras el gasto militar argentino decae sistemáticamente, Venezuela tiene una serie de altibajos con una curva creciente que, sin embargo, no llega a alcanzar a la inversión de 1997, decidida un año antes de que el presidente Chávez llegue al poder”.
Es decir, antes de Chávez Venezuela gastaba más en defensa y en formación militar como disciplinamiento social.
Antes de anunciar su plan de servicio militar obligatorio para los jóvenes que no estudian ni trabajan, y que no lo podrán hacer de otro modo, Castillo dijo que declarará a la educación pública “en emergencia educativa”, por lo que duplicará el presupuesto destinado al sector. Además anunció la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y prometió: “En nuestro gobierno internet será un derecho, no un servicio”.
Argentina destina miles de millones de pesos en asistencia social, en la mayoría de los casos sin una mínima contraprestación. Es un sistema que está haciendo estragos en la formación y en la mente de los jóvenes y niños más vulnerables.
Nos debemos como sociedad un debate profundo y urgente. Cambiar el eje de la discusión, despojarla de ideologías imaginarias, ancladas en un mundo que ya no existe. Un debate con humildad (una de nuestras mayores carencias), con generosidad, y sin prejuicios primitivos.
Como dijo en marzo, en una entrevista a Radio 10, el sabio ex presidente uruguayo, José “Pepe” Mujica, un ejemplo universal de unidad y de perdón político: “El problema de la Argentina es que parece que andan en barcos distintos, pero es el mismo”.