Es cada vez más importante el volumen de basura electrónica que generamos los habitantes de las ciudades. En la era de los avances tecnológicos, se calcula que al año cada persona produce entre 16 y 19 kilos de estos desechos y nadie sabe qué hacer con ellos. Si no tomamos conciencia cuanto antes y si las autoridades no diseñan políticas para tratar esta problemática, no podremos detener el daño al medio ambiente, de por sí ya agredido por muchas actividades.
De los objetos que usamos y consumimos, los electrónicos tuvieron una evolución vertiginosa en las últimas décadas, que si bien nos trajo muchas ventajas también sumó una mayor complejidad en la manera en la que los aparatos están fabricados, que resultó en una dificultad mucho mayor para repararlos cuando se rompen. Los electrónicos son el rubro de objetos más difíciles de arreglar y también donde los residuos son un problema más grave, según explican en el Club de Reparadores.
De acuerdo el Infome The Global E-waste Monitor, el 2019 fue un año récord en la generación mundial de residuos de aparatos electrónicos con un total de casi 54 millones de toneladas, un aumento del 21% en apenas cinco años. Sin la gestión de un reciclaje adecuado, el 80% de los electrodomésticos inservibles acaba en vertederos o en el medio natural. Esta no es una realidad ajena los tucumanos. En una reciente nota publicada por nuestro diario, la ONG Nave Tierra mostró preocupante la cantidad de desechos electrónicos que se generan a diario. Ellos reciclan entre cuatro y ocho toneladas por mes de basura relacionada con la tecnología descartada.
Diariamente los vecinos, los comercios y las reparticiones públicas y privadas generan residuos como celulares, pilas, computadoras e impresoras, electrodomésticos, monitores y pantallas, etcétera. Pero lo más alarmante es que muchos de esos objetos que tiramos a la basura sí tienen arreglo; sin embargo, los desechamos porque no se encuentran repuestos para repararlos. Nave Tierra, por ejemplo, tiene una montaña de más de 100 impresoras que podrían funcionar perfectamente si se las arreglara.
Para enfrentar esta realidad, en los últimos tiempos se empezó a hablar de “El derecho a reparar”, el cual se refiere a una serie de campañas e iniciativas legislativas que surgieron sobre todo en Europa y ahora se debaten en EE.UU. Se busca establecer ciertas regulaciones que permitan reparar artículos electrónicos, no sólo por parte de reparadores comerciales (oficiales o no), sino también por los mismos usuarios. Las normativas ponen bajo la lupa lo que se conoce como “obsolescencia programada”, que es la tendencia a fabricar e importar electrodomésticos menos durables, y exigen que el fabricante garantice la disponibilidad de repuestos durante por lo menos 10 años.
Aunque las sociedades actuales tenemos muchas urgencias, no podemos esperar demasiado tiempo para empezar a tratar estos temas. Nos cuesta relacionar la crisis climática con algo como los aparatos electrónicos que consumimos y cuánto duran, o cuán fácil o difícil es repararlos. Pero es fundamental entender el daño que generan estos dispositivos al medio ambiente cuando los descartamos, así como también la producción excesiva de estos objetos.
Sustancias como el mercurio y otros contaminantes son residuos presentes en los equipos electrónicos que tienen un especial peligro para la salud y para el ambiente. El Estado debería empezar a tomar medidas cuanto antes contra la “obsolescencia programada”. Además, debería definir claramente el destino de los residuos electrónicos y fomentar la creación de emprendimientos que ayuden a reciclar y, por ende, a revertir la acumulación de este pernicioso material. Y los usuarios también tienen una parte de responsabilidad: es hora que tomar conciencia de esta problemática y colaborar a través de la reducción, la reutilización, la reparación y el reciclaje.