La campana sonó por última vez hace seis años como consecuencia del éxodo a las ciudades de la mayoría de las familias de la zona. Desde entonces, la ex escuela albergue número 338 de la localidad de la Ciénaga (departamento de Tafí del Valle) ya no cuenta con alumnos. Pero tiene nuevo destino: ahora aloja a quienes persiguen estrellas.
El lugar se encuentra a 14 kilómetros del centro de Tafí del Valle, el principal destino turístico de la provincia, a 2.700 metros sobre el nivel del mar. “Desde 2015 es un refugio de montaña para amantes de la naturaleza” remarca Mariano Cúneo, miembro del Ente Tucumán Turismo desde donde y en conjunto con la comunidad gestionan, promocionan y administran ese emprendimiento.
“Camiseta térmica, buzo de polar, campera para bajas temperaturas, zapatillas con suela resistente, medias, calza deportiva, pantalón cómodo, lentes de sol, agua, protectores solares, cremas, gorras, anteojos, bastón, barbijos y alcohol diluido en agua, GPS e información del lugar a visitar son los elementos imprescindibles de colocar en la mochila antes de arrancar cualquier travesía a las montañas tucumanas”, recomiendan Adriana Latorre y Fernando Marzano, guías especializados que ya hace varios años caminan cotidianamente las calles de Tafí, trabajando en los cerros tucumanos acompañando a miles de visitantes que vuelven, de a poco, a disfrutar del turismo activo.
Considerado un “refugio de montaña de 1.000 estrellas”, el lugar lleva necesariamente a conectarse con el contexto, ya que no hay señal de celular ni internet. La idea de “sentir la pachamama” (madre tierra, denominada así por las culturas originarias que habitaron estos cerros) se puede visibilizar sus formas de construcción de espacios habitables. Restos arqueológicos y corrales de animales surcan la tierra de un lugar al que solo se accede caminando en mula, en bicicleta o en motos enduros.
Actualmente en La Ciénaga habitan seis matrimonios, en su mayoría mayores de 60 años; entre ellos está Hilda Santo Mamani, ex trabajadora de la escuela y quien junto a su compañero de vida Rogelio Armando Ayala y a sus nietas Karen Ayala y Luciana Gallardo gestionan y administran el espacio donde las comodidades están garantizadas, con estricta responsabilidad serrana.
La comida caliente con gusto a charqui (carne deshidratada con sal, expuesta a bajas temperaturas) ingrediente gourmet, es la envidia de cualquier hotel temático de los valles, moda en este nuevo turismo pospandemia. A precio popular se accede a baños, agua caliente y acolchados emplumados que hacen sentir al caminante más en un hotel que en un simple refugio clásico de montaña.
El tramo entre Tafí del Valle y La Ciénaga es un sendero largo que “hace viajar mi imaginación a los cuentos de ‘El Señor de los Anillos’, con sus imponentes cerros, las ruinas, su color”, afirma Ana Porcelo Zakelj, quien junto a sus hermanos Mariana y Facundo comparten la pasión por la montaña y mantienen su burbuja sanitaria en la travesía a pie.
Administrando el oxígeno mientras camina, reflexiona sobre su trabajo de tesis para la Facultad de Letras: aborda la transmisión oral de la lengua eslovena y traza paralelismos de conexión con la montaña, legado de sus ancestros.
Es tanta la desconexión que la única radio que funcionaba hace un tiempo ya no emite sonido. Es indispensable arreglarla, al no llegar ninguna señal. Ante una emergencia o para una información urgente, hay que caminar tres kilómetros hasta conseguir conectar los dispositivos móviles. Con tono resignado, relata Hilda que “hace unas semanas un familiar caminó en la noche para traerme la triste noticia de que mi hermana había fallecido, porque no se podían comunicar de ningún modo”.
Cae la noche; la oscuridad y el silencio se adueñan del refugio. Con fuego y guiso de lenteja, el frío es más llevadero. El agua se congela, y el verde característico de la zona hoy es un amarillo interminable, bañado por un rojo atardecer que da paso a miles de estrellas que decoran la vista privilegiada. Los visitantes se dividen en burbujas: la “Tafi del Valle”, compuesta por Inés Olima, Ana Olima, Diego Pastrana y Eduardo Guanco; la de Constanza González Iturbe y Paula Gerez Argañaraz; y la de Gerardo, Jesús, Camila y Mariano.
Son caminantes que con protocolos sanitarios y distanciamiento, disfrutan de un regalo natural que maravilla la vista, acaricia el alma, llena los pulmones de aire frío y olor a humo, sentados en los bancos de madera donde en algún momento la niñez de los cerros aprendió a leer y a escribir.