Enfermeros: arriesgan sus vidas en cada gesto por atender al otro
Llegamos a la zona de General Paz al 500. El edificio más alto de la acera izquierda, mirando hacia abajo hacia la terminal de ómnibus, concentra varias oficinas y pisos del Siprosa. En el quinto, está la base donde se cocinan y cocinaron los planes de contención de enfermería.
Norma Iglesias tiene a cargo a casi 6.000 artistas de la ciencia y el amor. Así describe ella a sus subordinados y a la profesión porque, “sin corazón y amor” la enfermería no sería un pulmón tan importante en la rama de la medicina.
Iglesias tiene tanto para contar que con el equipo periodístico de LA GACETA podríamos pasar toda la semana escuchándola.
Lo que sigue a continuación en estas líneas son vivencias reactivas de gente que sufrió y sufre al covid-19 como si fuera uno más en esta dura batalla contra una pandemia de la que poco se sabía en 2019, que fue tomando forma letal a inicios de 2020, y que pasados 16 meses hubo cambios radicales pero no un freno real al virus del murciélago surgido en China.
Hola, soy Gustavo
Los Tolaba son una familia numerosa en Monteros. Gustavo, su esposa, también enfermera, y sus cuatro hijos, recuerdan con un dejo de melancolía cumpleaños en soledad, sin primos ni abuelos, con videojuegos como único recurso, y sin abrazos ni puños como nexos para hacer llegar un mínimo de afecto a quienes ellos adoran.
Gustavo tiene 40 años, desde hace 19 es enfermero y hoy lleva las riendas del Departamento de Enfermería del hospital de Monteros. Además, es comisionado de la Dirección de Enfermería y confiesa que viene zafando del “positivo” pero que por eso no deja de cuidarse. No se trata de un cuento chino.
Casi al final de nuestra charla, le consulto cómo haría él para hacerle entender a quienes siguen comprando una entrada de una fiesta clandestina, a quienes no utilizan barbijo y se olvidan de la ley primera: el distanciamiento social y preventivo. Crudo y sin filtro, responde: “por ahí sería bueno llevarlos a terapias y que vean a chicos jóvenes internados que tienen pocas probabilidades de vida porque el pulmón está afibrozado, y tiene poca respuesta. Sería hacerles ver que ellos tienen ese riesgo. Hoy fallece cualquier persona por covid, sin importar si tiene comorbilidades o no. Todos somos vulnerables”.
Tolaba quería ser médico, pero la situación familiar en su momento lo empujó hacia la enfermería. Su idea era terminar la carrera y luego dar el siguiente paso. Pero, vieron, dos décadas atrás un enfermero universitario era muy buscado y, entre la salud privada y pública ya no había tiempo para más en la cartuchera de Gustavo.
Maldita daga
Una de las definiciones de tiempo de la Real Academia Española (RAE) lo describe como “parte de la secuencia de sucesos”. Tantos sucesos vivieron los Tolaba que ahora valoran más el tiempo que el dinero. Esa fue la mayor lección que le dejó el covid a un tipo que perdió compañeros, colegas y vio, literal, desintegrarse familias.
“Pasó en el sur. Entraron los siete y salieron dos. Los que sobrevivieron no pudieron despedirse. Estaban todos separados”, eso es el covid, un mal que no se ve y que marca para toda la vida.
Esto del “arte y ciencia” de la enfermería fue adaptándose minuto a minuto. Cuando la enfermedad recién asomaba por Tucumán y cuyo epicentro era nuestra capital, los cuestionamientos de quienes tenían que trabajar en la “torre covid” fueron llenando varios libros de quejas. Las más recurrentes, según relata Gustavo, eran, “¿tengo que arriesgar mi vida por uno que se fue de vacaciones, de joda? Fue difícil hacerles entender. Tampoco podías darle un ejemplo. Cuestionaban todo”.
Ni loco
El ejemplo fue estar a la par al frente de la línea de contención, en la trinchera. Hubo casos de colegas suyos que se aislaron de sus casas, que dejaron de ver hasta su propia familia. Como una enfermera, NN hoy, que tenía la función de controlar a pasajeros de un colectivo plagado de casos positivos que hizo cuarentena en un hotel céntrico. “Ella misma decidió aislarse en el hotel para cuidar a los pacientes, a ella misma y a sus seres queridos. El miedo al contagio era enorme. Aún persiste, pero todos nos sentimos con más recursos como para enfrentarlo”.
Era lo mismo decir covid que muerte… “Un cardiólogo que trabajaba en unidad coronaria, de la noche a la mañana, ya no estuvo más. O Personas conocidas. Todas se fueron en un tris”.
Y sigue: “he visto perder mucha gente joven. Nos duele mucho eso. Y familias completas. Primero la madre, luego el padre y después siguieron los hijos, falleciendo uno detrás de otro”.
El primer fallecido por covid en la órbita de Tolaba fue un adulto mayor.
“Que no se malinterprete, pero quizás por la edad no lo sentimos tanto. Hace poco me tocó presenciar a dos chiquitos, de 3 y 5 años, caminando con su abuela. La señora me miró y me dijo, “son mis nietos, quedaron a cargo mío porque su mamá y papá murieron por covid”.
Testamento de “Lili”
Liliana Valdez, la única enfermera y epidemióloga de la provincia, pensó que el festejo de sus 40 años iba a ser distinto. De hecho lo fue, pero no como ella lo había imaginado. Sola en su habitación durante casi 21 días de aislamiento, festejó un hisopado negativo.
Valdez sufrió un covid-19 atípico, reumático. “Sentía mucho dolor en mis articulaciones. Nadie podía tocarme. Llegué a los opioides por los dolores. Mis piernas estaban totalmente erupcionadas, con nódulos. Una cosa bastante distinta al resto”, nos explica.
“Pero también tuve miedo de cómo iba a ser mi pos covid. Durante la primera semana no tenía aliento, siendo yo una persona tan activa que trabajaba de lunes a lunes. Mucho cansancio y agotamiento. Por suerte hoy estoy de 10, ya superé todas esas barreras”.
El poder de la mente
El aspecto psicológico fue clave durante su aislamiento. Hablar, a través de la puerta con Ignacio, su hijo de 10 años, y pensar que quizás no iba a poder volver a verlo, la hicieron rever el libro de su vida. “Hice un balance. En ese momento, vivía con, este, mis padres, dos de mis hermanas y mi hijo. Ellos se encargaron de cuidarlo y yo de pensar si ‘ya no estaba’ cómo iba a estar él; si iba a estar bien cuidado”.
Entonces se decidió a cambiar. “Pensé de que había cosas que no había disfrutado y de darle calidad al tiempo que paso con él. Me independicé, me fui a vivir sola -sonríe-. Hay cosas que el covid nos hizo ver que no eran importantes, como el tiempo, que tiene un valor muy importante”.
Temple de acero
Según Liliana, el aprendizaje del enfermero nace a partir del dolor. “Siempre que trabajamos con un paciente es inevitable sentir que puede ser parte de nuestra familia”.
El lazo de unión entre compañeros resultó clave en esta situación extrema de desconocimiento total. Había que estar juntos a la par. Por eso cuando Liliana recibió el alta médica, lo primero que hizo después de abrazar a “Nacho” fue volver al trabajo. “Cuando uno se caía el otro estaba para cubrirlo. Nos apoyamos mutuamente, porque estamos juntos en esto, ¿no?