“Lo relevante no es el uso de la e, sino aceptar que la identidad del otro se exprese en el lenguaje

“Lo relevante no es el uso de la e, sino aceptar que la identidad del otro se exprese en el lenguaje

Carlos Castilla, filólogo y experto en lingüística, explica cómo se producen los cambios en el idioma. Y advierte que el lenguaje inclusivo -que él llama no binario- es el reflejo de un escenario social y político inusitado en la historia.

Los posturas sobre el lenguaje inclusivo no suelen detenerse en miradas de fondo: la historia del idioma, la forma en que se producen los cambios en el habla, los entramados sociales y políticos que van marcando las épocas. De todo eso se ocupan los especialistas y por eso es tan interesante el análisis que ofrecen. Carlos Castilla es Doctor en Letras con orientación en Lingüística, docente universitario y uno de los filólogos más prestigiosos de la UNT. Su pensamiento eleva el nivel del debate, al sumergirse en numerosas cuestiones que hacen al modo en que nos comunicamos.

- ¿Qué implica este debate desatado en torno al uso del lenguaje inclusivo?

- Pensemos en que antes no había lugar para que las comunidades pudieran discutir sobre la lengua. Era una cuestión que quedaba en el ámbito de los que sabían, de los filólogos, de los poetas. El pueblo llano no intervenía en esos debates. Esto empezó a cambiar cuando empezaron a forjarse las identidades nacionales en Hispanoamérica, pero siempre los debates partían del campo de los estudios. No eran espacios en los que la gente podía exponer sus inquietudes. Hoy el lenguaje inclusivo permite pensar el lenguaje como un escenario político y de visibilización de realidades que han sido acalladas, sometidas y vulneradas. Lo que debemos plantearnos son los escenarios en los que aparece este lenguaje inclusivo.

- ¿Cuáles son las características de este nuevo escenario?

- El término “inclusivo” se ha ido desdibujando, yo lo llamaría un lenguaje no binario. Hay que entender que esta cuestión está vinculada a un proceso histórico, social y político. No ha habido en la historia de la lengua un momento como este porque no se habían dado las condiciones para visibilizar las minorías. Entonces se está tratando de poner en la escena del lenguaje una tensión que se da en el nivel social y político. Es la visualización de colectivos o de grupos asociados con una cuestión de identidad de género sexual. Una situación inusitada.

- ¿Y cuál es su opinión? ¿Cómo lo maneja?

- Soy partidario de que la gente hable como pueda expresarse mejor y como mejor se identifique con su habla. En los contextos académicos se requieren ciertas normas de comunicación, pero en lo general no me molesta. Si vamos por la cuestión gramatical, la e es la vocal que con más frecuencia se usa en el español. Más que la a, en tercer lugar viene la o, y después la i y la u. Creo que tiene que ver con una facilidad articulatoria, aunque sería otro tema de charla. El uso de la e no es extraño, tenemos plurales que se hacen agregándola, como flor-flores. No es una cosa tan ajena ni suena tan extraña al castellano.

- Pero genera muchas resistencias...

- El ámbito en el que más se resiste es la escuela como institución, porque las políticas educativas y lingüísticas están en el eje del debate: si se acepta el lenguaje inclusivo o no. Entonces la incomodidad no pasa porque suene mal al oído, sino porque suena mal a las políticas de control del lenguaje.

- En ese caso muchos le dirían: ¡profesor, cuide el lenguaje!

- Creo que defiendo el lenguaje cuando hay derecho a la expresión, derecho a poder expresar la identidad. Así como expresamos la identidad regional porque tenemos un habla con mucho sustrato de lenguas prehispánicas y otras que vinieron por la inmigración, también hay derecho a expresar la identidad de género en el lenguaje. No es algo que se va imponer con facilidad, si es que se impone, porque los procesos de cambios lingüísticos pueden llevar siglos. La resistencia se da en ámbitos más institucionalizados. No veo que en el habla común la gente se escandalice.

- ¿Y en su caso?

- Me cuesta adaptarme al cambio, es una realidad que hay que entender. La juventud viene a ser el sector más innovador en esta cuestión; entre los jóvenes universitarios es como una pancarta que se levanta. Yo no suelo usar el todes, prefiero el todos y todas. Cuando estoy con mi familia tampoco le veo mucho sentido, hay que saber adaptarse a los contextos. Tampoco veo relevante señalar en la comunicación con el otro “has dicho e”. Lo relevante es aceptar la identidad del otro y que esa identidad se expresa en el lenguaje.

- ¿Cuál es la percepción que tiene sobre el uso que se le está dando al lenguaje inclusivo?

- En el campo de lo oral se da con naturalidad y uno lo acepta porque no queda el registro. Fijate que el principal debate es en la escritura: si se pone la x, si se pone la e. Esa grafía no tiene que ver representar un sonido, sino con romper una tradición y marcar que aquí y ahora está pasando algo con el lenguaje. Le tenemos más miedo a lo que queda registrado que a lo que se pierde en la cotidianeidad. Pero cuando surgió el lunfardo también se alteraban las formas de la palabra y fue una jerga estigmatizada que terminó como parte fundamental del habla de los argentinos.

- ¿Cómo se dan las transformaciones en el lenguaje?

- Se producen en distintos tiempos históricos y afectan a distintos niveles. Una opinión muy superficial no tiene en cuenta esta complejidad del lenguaje como dimensión humana y dimensión social, donde hay un juego de fuerzas: algunas de esas fuerzas son motores de cambios y otras fuerzas tienen que ver más con lo instituido, con la permanencia, con que no se muevan las estructuras. En esa dinámica está el cambio lingüístico.

- ¿Y quiénes realizan esos cambios?

- A veces proceden de abajo hacia arriba porque la fuerza innovadora es lo suficientemente intensa. Y a veces tiene que ver con decisiones de las políticas lingüísticas o educativas. La creación de la Real Academia en el siglo XVIII (1771) tiene que ver con una política del Estado español para controlar hegemónicamente una lengua que estaba en un proceso de profundos cambios. Los movimientos de la lengua son así, se dan en largos períodos, no se imponen de un día para el otro.

- ¿Cómo fue ese proceso en el caso del español? ¿Cómo nació el idioma y de qué forma se impuso?

- Si bien el mayor componente es el latín, desde que llegan los romanos en el 218 a.C. a lo que va a ser conocido como Hispania, las últimas tendencias ya no hablan de una lengua “hija de”, que es la tradición difundida en los manuales. En ese territorio había pueblos que tenían vínculos con los fenicios, con colonias griegas; aportes de las lenguas germánicas, de las lenguas semíticas; es un complejo mosaico de culturas que han ido interactuando en la península y le dieron forma a una primitiva lengua castellana, que por razones políticas se fue imponiendo sobre las otras lenguas de la región. Recordemos que en España se mantiene un profundo debate entre el catalán, el gallego, el euskera... El castellano se impuso sobre ellas como la “lengua de Estado” a partir de la política que hablábamos, con la creación de la Real Academia. Ese proyecto político tuvo un fuerte impacto en América porque es el período de expansión imperial y colonial.

- ¿Cuál es el rol que juega la Real Academia entonces?

- Su lema es “fija, limpia y da esplendor”. Es cierto que hay una modernización de su estructura, porque está más abierta a incorporar neologismos y atender lo que plantean las academias nacionales del mundo hispánico. Pero como su misión es crear una especie de unidad internacional panhispánica conserva una mirada centrada en lo peninsular. Es una cuestión de políticas lingüísticas y de regulación del lenguaje determinadas por esta consideración de España como el centro.

- ¿Esto como actúa?

- Miremos este ejemplo al consultar el diccionario de la Real Academia. Cuando se trata de una palabra regional pone “americanismo”, marcándolo como distintivo con respecto a la península. Pero cuando es al revés nunca pone “español peninsular”. O sea que da por sentado que los otros son matices que se van agregando a esa “lengua madre”. Y cuando se crea la idea de “lengua madre” se asocia con el respeto y la obediencia. Es una construcción ideológica.

- ¿Entonces quién legitima nuestro lenguaje?

- Los que terminamos constituyendo la identidad del lenguaje somos los hablantes. La lengua que manejamos no la aprendemos de una gramática o de un libro; la aprendemos por transmisión oral en el ámbito familiar. Además, la lengua que hablamos no es concordante con la gramática escrita. La oralidad no es una manifestación desviada o menos elaborada que la escritura; es más auténtica y, por lo tanto, más innovadora.

- Siempre surgen debates en estos contextos. Por ejemplo si hablamos bien o mal.

- Haría falta definir criterios de evaluación del hablar bien, cuáles serían los analizadores del “bien decir” de la oralidad. Hay como un prejuicio histórico que viene desde Antonio de Nebrija y su Gramática de la Lengua Castellana de 1492, donde hablar correctamente era sinónimo de adecuarse a la lengua escrita. Aquí conviene acudir a los principios de pertinencia y adecuación. Si nos referimos a una “mejor forma” de hablar habría que pensarlo de esta manera: si es la adecuada en la situación comunicativa que nos toca y si es pertinente en esa situación, o sea que no interfiere en la comunicación que entablamos.

- ¿Cómo se define entonces esto del “hablar bien”?

- Está ligado a esos núcleos que se consideran como modelos de la lengua. El español peninsular lo fue durante siglos. Pero siempre hay una forma de expresión que es periférica en relación con otras. A la Argentina se la conoce por el español rioplatense y eso a las provincias nos pone en periferia. A su vez, tomando el NOA, tenemos distintos núcleos asociados con divisiones políticas, aunque las divisiones lingüísticas no necesariamente “respetan” esas fronteras. Entonces en San Miguel de Tucumán decimos que en el sur o en los Valles la gente habla mal; y a la vez en los Valles habrá núcleos con mayor influencia o cantidad de población que mirarán a otros grupos que están en los márgenes.

- Siguiendo con Tucumán, ¿cómo se analiza el fenómeno de las redes sociales, en las que se exponen los rasgos de nuestro lenguaje y, por lo general, en tono humorístico?

- En los años 80, Elena Rojas Mayer, una lingüista muy importante, tuvo un proyecto en la UNT que abordó el español en Tucumán. Hoy las redes sociales han tomado la posta de esto que nos falta investigar, porque cuando se cerró el ciclo de aquel proyecto no se volvió a trabajar con esa seriedad sobre la lengua de los tucumanos. Los youtubers, los influencers, quienes hacen los Tik Tok, están instalando en tono lúdico esta cuestión, que tiene que ver con el lenguaje y con la identidad. Ellos lo hacen con un sentido de intuición del hablante. De alguna manera están cubriendo un espacio vacante y trayendo al terreno del humor cuestiones de territorialidad y de identidad cultural.

- Son registros valiosos, a la vez históricos...

- Sí, sirven para estudiar estos rasgos del español tucumano, lo que suele llamarse “tucumano básico” -esas reglas claves sin las que no podríamos circular por este universo cultural y lingüístico-. Pero no sólo es el registro de las formas, sino también de lo que los hablantes piensan sobre la lengua que usan cotidianamente.

- ¿Cómo se analizan los cambios que en la lengua van trazando las redes sociales?

- Hay que ponerlo en términos de cultura oral y cultura escrita. Durante el Siglo de Oro español, el del colonialismo y la modernidad, hubo un auge de la escritura, de instaurar como patrón la lengua escrita. Pero si nos vamos más atrás, en comunidades que no conocían la escritura en el contexto europeo del origen del español, la lengua era eminentemente oral. Entonces era muy importante la cuestión de la imagen, lo que la Iglesia supo entender y por eso usó las imágenes para catequizar. Esta cuestión de la imagen fue dejada de lado por la fuerza de la escritura, pero hoy estamos viviendo un momento en el que la escritura está perdiendo esa dimensión potente.

- ¿Y qué la está reemplazando?

- Ha cambiado la dinámica: de cómo la escritura regulaba la oralidad pasamos a que el lenguaje cotidiano está “infiltrándose” en prácticas escritas. Por eso en las redes sociales se resuelve con abreviaciones, con cortar palabras. También tiene que ver con la velocidad: comunicar más con menos elementos, y ahí entran los emojis, los gifs, los avatares. Elementos icónicos que refuerzan la intención comunicativa. En la oralidad están muy claros los tonos, la intencionalidad, las ironías marcadas por la inflexión de la voz, y la escritura esto no lo posee. Por eso los signos de interrogación o admiración y los puntos suspensivos tenían un valor simbólico. Ahora se usan otros códigos visuales que acompañan a la escritura casi como copia de la oralidad.

Amplia trayectoria académica y docente

Carlos Castilla es Doctor en Letras (UNT). Enseña Historia de la Lengua en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT); y es Profesor Invitado en las universidades de Colonia (Alemania) y Bahía (Brasil). También es docente en la Escuela de Bellas Artes y en el Ismunt. Es Master en Estudios Europeos Medievales (Universidad de Santiago de Compostela) e investiga en el Instituto de Investigaciones Lingüisticas y Literarias Hispanoamericanas (UNT).

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