El techo de cristal es la metáfora que se emplea para ponerle nombre a ese tope, generalmente invisible, que les impide a las mujeres escalar en su actividad profesional. Y que se ha generado a causa de los estereotipos y construcciones culturales de la sociedad patriarcal. Esta metáfora le pertenece a Marilyn Loden, experta en Recursos Humanos, que la usó por primera vez hace 43 años. “Dije por primera vez la frase en una mesa redonda sobre las aspiraciones de las mujeres, cuando advertí que se enfocaban en sus deficiencias, en términos de socialización, comportamiento autocrítico y pobre imagen de sí mismas”, contó en una entrevista con la BBC hace un par de años. “Parecían incapaces de ascender más allá de los primeros peldaños, y me costó callar y escucharlas; argumenté que ese ‘techo invisible de cristal’ era cultural y no personal; y era lo que más obstruía sus aspiraciones y sus oportunidades”, añadió.
El área de la ciencia no escapa a estas desigualdades, tema que volvió a ponerse en el tapete desde que en abril de este año, la plataforma de streaming Netflix, subió la película “Radioactive”, sobre la vida de Marie Curie, primera mujer en ganar un premio Nobel y única en ganar dos. ¿Es madame Curie un ejemplo válido para seguir? “Marie es ejemplo de la excepcionalidad en la ciencia, y sobre todo, en el universo de la mujer en la ciencia. Es bueno, pero también no, pues puede reforzar el mensaje ‘si sos lo suficientemente buena, vas a trascender, no importa que seas mujer’, que sigue siendo actual”, resaltó Virginia Albarracín, directora del Centro Integral de Microscopía Electrónica, del Conicet/UNT), en una reciente entrevista con nuestro diario. Ana María Franchi, presidenta del Conicet advierte la importancia que tiene que las mujeres entiendan que el problema no es de ellas sino de un sistema que no favorece la promoción de las mujeres.
Para ilustrar sus dichos, valen las cifras que publicó el año pasado el Conicet después de haber hecho un estudio sobre la participación de la mujer en la ciencia. Entre los investigadores del Conicet, el 54% son mujeres y más del 60% son becarias, es decir, la mayoría. Si embargo, sólo el 25% ocupan cargos directivos en institutos y menos del 20% en los centros científicos y tecnológicos.
En cuanto a las universidades, si bien hay un 60% de alumnas en todas las carreras, menos en las ingenierías, y un porcentaje similar de graduadas y docentes, sólo el 12% de estas instituciones públicas nacionales tiene rectoras. Otro dato muy significativo es que, según los estudios que se hicieron, el 75% de las investigadoras superiores eran solteras, algo que no pasaba con los varones. La conclusión es que para un varón casarse y ser padre no afecta su carrera, en cambio para la mujer ambas situaciones vitales influyen en su rendimiento académico. “Cuando volví de la primera beca y nació mi hijo se me hizo palpable lo que no notaba al principio: es muy difícil compatibilizar las dos partes de tu vida y mantener tu nivel”, reconoció Albarracín.
La buena noticia es que no sólo se habla de este tema, que ya está instalado en la agenda pública, sino que también se han ido generando políticas y programas por parte del Estado (en los ministerios, en el Conicet y en las universidades) para revertir estas situaciones de inequidad. Por ejemplo, se logró la licencia por maternidad para las becarias y la eliminación del límite de edad para ingresar en la carrera de investigador.