Pocho. Juan Antonio. Juan. Tres momentos de vida: Entre Ríos, Buenos Aires, Tucumán. Aunque nació en Concepción del Uruguay, se crió en Rosario del Tala, donde creció con las voces del radioteatro y las pupilas emocionadas por el circo criollo. La sensibilidad fue despertando con el acordeón de tu padre, las películas de Luis Sandrini y Tita Merello, que veía su madre. De manera que a ningún pariente le sorprendió que en tercer grado le dieran un papelito divertido y que luego, esa “cosa” de la actuación se prendiera como usapuca el corazón. Actor, director, docente, investigador, Juan Antonio Tríbulo es uno de los protagonistas de la escena teatral tucumana desde hace 37 años, cuando desembarcó en nuestra ciudad para dirigir la naciente Escuela de Teatro de la UNT.
- Tus colaboraciones con Leonardo Goloboff han sido constantes y exitosas, tanto en aquellas obras de su autoría, como en la de otros dramaturgos, ¿cómo se conocieron?
- Nos conocimos en Buenos Aires, yo integraba el grupo Geituba, éramos egresados del Instituto de Teatro de la UBA, que habíamos cursado con Juan Carlos Gené, Oscar Fessler, Patricia Stokoe, y nos reunimos para hacer algunas obras, la primera fue “Títeres de cachiporra”, de Federico García Lorca; en el 70, lo convocamos con un proyecto más ambicioso a Leonardo para que nos dirigiera en una obra que se llama “La danza del sargento Musgrave”, de John Arden. Fue una experiencia fantástica, donde él desarrolló una serie de improvisaciones previas al montaje de la obra para hacer que los actores nos adueñáramos de los personajes. En Tucumán, nos encontramos porque Golo se jubila en Buenos Aires; su hijo es un investigador del Conicet que trabaja en el Instituto Lillo, entonces decidieron con su esposa Sonia, instalarse en Tucumán para estar cerca de él y de las nietas. Me vino a ver al teatro donde estaba haciendo “Sacco y Vanzetti”, con el Estable; nos pasó algunas obras suyas, leímos “Dominó en casa”, y la hicimos con Carolina Romero, Cachito Farall y Mariana Ezcurra, con su dirección. Fue una experiencia muy valiosa, donde salimos todos premiados y con éxito de público. De ahí seguimos trabajando juntos y constituimos el grupo Dominó.
- ¿Qué enseñanzas te dejó Oscar Fessler, uno de tus principales maestros?
- Él enseñaba “Actuación”, manejaba muy bien y a su modo el método de las acciones físicas de Stanislavski, fue un introductor de ese método en la Argentina junto con Hedy Crilla. Me dio un método de trabajo imposible de esquivar, tanto que cuando tuve que dictar mi primera clase en Tucumán, me parecía que estaba usurpando las palabras de Oscar o haciendo el recorrido que él había hecho. Era tan completo y profundo su método que tenía que ver con el sentimiento, el pensamiento, la acción, el hacerse cargo del personaje en esas tres dimensiones, en lo que piensa, lo que siente y lo que hace, era tan didáctico que no había otra manera de enseñarlo que como lo enseñaba él.
- ¿Cómo te relacionás con Julio Ardiles Gray, el mentor de la Escuela de Teatro de la UNT?
- Lo conocí a través de Mariana (aún no era mi esposa) porque ella trabajaba para Julio desgrabando improvisaciones que hacía con los actores. Él les tiraba ideas, tomaba nota de las improvisaciones y después les daba formato de obras de teatro. Él sabía que yo era discípulo de Fessler, a quien él le había hecho un reportaje extenso para el diario La Opinión. En el 83, yo estaba trabajando a pleno en la Comedia Nacional, dirigiendo la Comedia Municipal de Luján, enseñando en San Isidro. En diciembre del 83, asume Raúl Alfonsín y en una de sus declaraciones dijo que había que descentralizar la cultura, llevarla al interior. Voy a la presentación de un libro de Julio; se presentaba también uno de Juan Carlos Gené y otro de Luis Ordaz. Con los tres había tenido contacto profesional. Le digo a Julio: “me encanta lo que ha propuesto Alfonsín de descentralizar la cultura. Yo, como entrerriano, siento que tengo que dejar de trabajar en Buenos Aires”. Y a las tres semanas me llama y me dice: “me acaban designar asesor del rector normalizador de la UNT, Luis Salinas, y me pide que haga un proyecto de escuela de teatro. Elaboremos el proyecto y presentemos tu currículum”. Días después aceptaron las dos cosas y tuve que viajar con la familia.
- ¿Qué referencias tenías de la vida teatral tucumana? ¿Ya conocías la ciudad?
- Había estado haciendo “La vuelta manzana”, de Hugo Midón, en el 76; estaba Antonio Bussi de gobernador. Fue una experiencia muy terrible; actuamos sábado y domingo en el San Martín con esta obra. Nos dicen que el señor gobernador nos mandaba al frente de batalla para hacer la obra en Lules, Monteros… y nos negamos. Estábamos en relación con Norah Castaldo, que nos venía a ver a la Comedia Nacional. Cuando llegué a Tucumán nos fue a recibir ella con Carlitos Alsina que era secretario general de la delegación de la Asociación Argentina de Actores. Me llama un general amigo y me dice que iban a dictar la captura recomendada para todo el elenco. Entonces nos dijo: “Digan sí a cualquier cosa, ya”. Dijimos sí, pero teníamos algunas cosas que resolver; estaba Cristina Banegas en el elenco. Todos teníamos compromisos en la televisión y debíamos grabar el lunes en distintos programas. Nos autorizaron llamar a Buenos Aires para arreglar todo esto y exigimos que nos pagaran. Autorizaron todo, pero fue una desilusión total, a medida que íbamos llegando a los lugares, los chicos aún no habían llegado a los colegios o ya se habían ido o sea que no pudimos hacer teatro, porque además nadie nos esperaba, no había salas, fue un embeleco del señor gobernador para decir que hacía algo.
- En el teatro actual el texto parece haber perdido protagonismo y ser desplazado por lo formal, lo visual, como el teatro de la imagen, por ejemplo... ¿Se está perdiendo la esencia?
- Yo soy de la vieja escuela, todas las corrientes nuevas: el absurdo, Antonin Artaud, el teatro de la imagen… nosotros fuimos contaminados de alguna manera con el pasaje de la gente del Odin Teatret en la Facultad: el texto surgía de las improvisaciones, de las imágenes, que eran como composiciones que se iban haciendo, pero además un fuerte trabajo corporal con el actor, con ejercicios orientales, el trabajo de la voz, después se agregó el aporte de Kozana Lucca, rompimos con el realismo. Los mismos alumnos se lanzaban a la búsqueda del teatro de la imagen aunque trabajaban con textos de autor. Y después, vino el tema de la creación colectiva, donde el autor va surgiendo de las improvisaciones y es colectivo, surge de una línea que se quiere investigar. De ahí nace gente como Máximo Gómez, Verónica Pérez Luna, Teresita Guardia…
- ¿Qué haría Shakespeare si viviera ahora? ¿Cómo escribiría?
- Ah, me mataste (se ríe). Siempre se lo ha remozado, se lo ha limpiado, sus obras, si se las hace textualmente, duran tres o cinco horas…
- Claro, pero más allá de la duración, sus textos eran profundos. Al remozarlo le habrán cambiado la ropa a los actores, pero…
- Pero la esencia es intocable, así es. Me mataste con la pregunta. No creo que Shakespeare rechazara nada, él participaba de la guerra de los teatros, había competencia con los autores de la época… Creo que no se sorprendería, se actualizaría…
- Sus textos que hablan de la condición humana, hay profundidad. El arte es el reflejo de la sociedad, ¿estamos asistiendo a una sociedad más bien vacía de contenidos, donde lo formal, lo visual, es lo que prevalece? ¿Vamos perdiendo el contenido?
- Las últimas obras que hicimos con Goloboff: Cita a ciegas o Tierra del Fuego, de Mario Diament, son obras profundas, no vamos a hablar de mensajes, pero sí de ideas que se comparten, que se plantean al espectador para que sacuda, piense, se emocione y saque sus conclusiones. Yo nunca me aparté de ese tipo de textos, aunque disfruté mucho trabajando con Nicolás Aráoz, con sus ideas, no teatro de la imagen puro, sino una mezcla muy personal de él.
- A partir de esta pandemia, ¿qué va a suceder con el teatro?
- Desde ya el cambio se está produciendo porque hay mucho teatro grabado, emitido por televisión. No sé qué va a pasar no solo con el teatro, sino con la sociedad, con las relaciones... Si lo vemos desde la perspectiva del teatro como convivio, es decir con-vivir, vivir-con el otro simultáneamente, lo que sucede en el escenario se trasmite a la platea en forma directa y presencial, y eso hay que recuperarlo para que vuelva a ser teatro. Lo otro es cine, televisión, es enlatado, falta la vibración personal sobre el escenario. Tendría que haberme puesto a pensar como investigador, persona de teatro, pero estoy tan impactado, tan en otra cosa, que evidentemente no tengo una reflexión para el caso. Tenemos que esperar a que pase esta pandemia, si va a pasar; se habla de volver a la normalidad, no sabemos cuál es, nunca el mundo va a ser lo mismo, sino distinto y transformado. Se avecina un cambio de paradigmas, estamos atravesados por la pandemia.
- ¿Qué es el teatro?
- Solía decir que era mi vida, me he dedicado a él desde los 13 años, nunca lo abandoné, pero en realidad es una experiencia de comunicación con otros seres humanos, donde intentamos establecer un vínculo, transmitiendo ideas, emociones, sensaciones que hacen a la vida del hombre, como una de sus necesidades primordiales y tratar de desentrañar qué es ser humano, con todos los defectos y virtudes que podemos mostrar desde un escenario.
- ¿Qué te ha dado Tucumán?
- Me ha dado muchísimo: un trabajo estable, la posibilidad de desarrollar otras virtudes como la de investigador, la familia se instaló y nos nació un hijo aquí, pudimos trabajar en el teatro con Mariana también, los chicos pudieron ir a colegios excelentes y hacer carreras universitarias los tres, vivir en una provincia que es una bendición, más allá de todos los conflictos habidos y por haber, con una naturaleza exuberante porque los primeros ocho años vivimos en Horco Molle, en plena selva subtropical, y además un montón de amigos, el cariño de los alumnos.
- ¿Qué cosas te quedaron en el tintero? ¿Algún personaje que te hubiese gustado encarnar?
- Willy Loman, de “La muerte de un viajante”, ya tengo la edad para encarar al personaje, es una obra trascendental del siglo XX porque habla de lo social y lo individual, la problemática del desocupado al final de la vida no reconocido. Es un personaje complejo, torturado por el problema con su hijo que lo descubre regalándole las medias a una amante y que tendrían que haber sido para su madre, es un sistema americano duro. Lo hemos hablado con Leo, los derechos de autor son un impedimento porque cuestan muy caros en dólares y no se recuperan, pero además es un elenco grande, una escenografía importante; un proyecto muy grande.