¿Alguien recuerda dónde estaba el 17 de agosto de 2005? Muchos no, pero en algún momento del día estuvieron frente al televisor viendo el debut de Lionel Messi con la Selección mayor, en un amistoso con Hungría en Budapest. Ya desde ese día demostró que era único: duró sólo 43 segundos en la cancha, antes de irse expulsado por un codazo. Fue una de las apenas cuatro rojas que recibió en su carrera. Igual, el recuerdo viene a colación de la efeméride: en poco más de un mes, Messi cumplirá 16 años vistiendo la celeste y blanca con absoluta vigencia. Para darse una mejor idea de lo que eso significa, basta decir que en ese lapso pasaron cuatro Mundiales, tres Juegos Olímpicos y cinco Copas América (más una en curso). Muy pocos atletas (no sólo futbolistas) han podido sostenerse durante tanto tiempo en el máximo nivel. Después de 150 presencias en la Selección (récord histórico), sigue siendo titular indiscutido y con frecuencia la figura del partido. Y aunque en momentos puntuales se hace evidente que ya no tiene 24 años sino 34, su estado físico da a entender que le quedan cartuchos para un par de años más, cuando menos.
A la par de una buena alimentación y una vida alejada de los excesos, otra de las claves de esa sustentabilidad es la habilidad de Messi para gambetear las polémicas como si fueran defensores. Es un jugador políticamente correcto, que por regla general no habla mucho y que cuando lo hace, no suele tirar títulos explosivos. Aunque como toda regla, esa también tiene excepciones: a veces a “Lio” también se le sale la cadena. Como se le salió cuando en la Copa América 2019 acusó públicamente a la Conmebol de estar manejada por Brasil y de ser cómplice de los arbitrajes favorables a la “Verdeamarelha”. O como se le salió el martes, al gritarle “bailá ahora, dale, bailá” a Yerry Mina (ex compañero suyo en Barcelona) luego de que este fallara su penal. Se supone, en venganza por el burlesco baile del colombiano al anotar su penal en la definición contra el Uruguay de su amigo Luis Suárez.
Está bueno que de vez en cuando Messi pierda un poco la compostura. Que se enoje, que grite, que se libere. Que exteriorice lo mucho que le importa ganar con Argentina, a pesar de que todavía haya muchos obstinados en tildarlo de pecho frío o de caer en la eterna e innecesaria comparación con Diego Maradona. ¿En serio hay gente a la que le sigue preocupando si canta o no el Himno? No hay nada que hacer: en cualquier ámbito, nunca faltará el que por buscar la hormiga se pierda el elefante.
La noche consagratoria de Emiliano Martínez terminó por eclipsar lo que había sido un buen partido del capitán contra Colombia, a tono con lo que viene mostrando en este presente con la Selección: intentando jugar, encarando, colaborando en la marca, aguantando los golpes, mostrándose, marcando goles y asistiendo. Que sea el goleador y máximo asistidor del torneo lo refleja en parte, porque si hubiera alguna estadística de generación de situaciones desaprovechadas, también estaría liderada por el 10.
La sociedad con Giovani Lo Celso y Lautaro Martínez está comenzando a dar sus frutos. Falta que termine de acoplarse y de afinar la puntería Nicolás González, y que Ángel Di María comience a ser más regular para que el ataque argentino sea de temer.
El sábado, Messi tendrá una nueva oportunidad de ganar su primer título continental con la Selección, nada menos que en el Maracaná y contra el poderoso Brasil de su amigo Neymar. Sí, de finales perdidas ya sabe bastante “Lio”, pero la taba no puede caer siempre del revés. Y si el 10 está inspirado y motivado como parece estarlo, hay motivos para soñar.