Desde hace unos días el mundo de los paleontólogos está de festejo: lograron demostrar que un cráneo que había sido hallado en Harbin (noreste de China) en 1933, y que no había llamado la atención de los científicos hasta ahora, pertenece a un pariente de todos nosotros, que formó parte de un grupo que vivió en el este de Asia hace al menos 146.000 años. El hallazgo del parentesco (y toda la información que pudo obtenerse de ese cráneo) se hicieron públicos el 25 de junio pasado, cuando el equipo, integrado por científicos chinos e ingleses, lo publicó en la revista The Innovation.
Los investigadores asignaron el espécimen a una nueva especie que llamaron Homo longi, de la palabra china long, que significa dragón.
“Aquí presentamos un fósil humano arcaico que arroja nueva luz sobre los debates sobre la diversificación del género Homo y el origen del H. sapiens”, escribieron los investigadores en las primeras líneas del paper. “Nuestros análisis filogenéticos exhaustivos sugieren que el cráneo de Harbin representa un nuevo linaje hermano del Homo sapiens”, resaltaron, y destacaron que es uno de los fósiles humanos del Pleistoceno medio mejor conservados.
La descripción que se hace en el paper respecto de cómo puede haber sido nuestro “primo Dragón” es muy interesante.
Y sobre el final, cuando se describe la metodología, aparece (sin ser nombrado, pero aparece) el aporte tucumano: “el análisis filogenético de los datos, incluidos los caracteres discretos y continuos, se llevó a cabo utilizando TNT (...), un programa de análisis subvencionado por la Willi Hennig Society”. Así dan cuenta de ello los investigadores. TNT empezó a nacer en 1998 . Sus “padres” son Pablo Goloboff, biólogo tucumano por opción, y dos colegas norteamericanos: James Farris, de la Universidad de Cornell, y Kevin Nixon, del Museo Americano de Historia Natural).
No deja de crecer, de la mano, también de otros tucumanos; y permite, a partir de datos que se cargan, buscar árboles filogenéticos para explicar las similitudes entre seres vivos (en términos de compartir una ancestralidad común), y que ilustren los vínculos evolutivos del modo más sencillo posible. Sí; suena complicado...
En castellano, por favor...
Para explicarlo, empezaremos por un concepto básico: las relaciones de parentesco (y no sólo entre seres vivos, pero eso lo veremos luego) se conocen como filogenia; y tratar de establecerlas es tarea de la disciplina llamada filogenética.
“La evolución de los seres vivos se da en un largo proceso de descendencia con modificación, en el que cada pequeña mutación aparecida en un hijo será heredada por sus propios descendientes. La filogenia es el esquema ramificado de las relaciones de descendencia; un árbol genealógico entre especies”, explica a LA GACETA Goloboff, investigador principal de la Unidad Ejecutora Lillo (Fundación Lillo-Conicet), a cargo del Grupo de Investigación en Metodología e Informática de la Biodiversidad.
“Los estudios de filogenia son fundamentales; no sólo permiten entender relaciones entre los seres vivos sino también los mecanismos por los cuales, a lo largo de la evolución, se producen cambios en las características de los organismos (morfológicas, de ADN...)”, agrega. Lograr eso requiere, entre cosas, tener información adecuada acerca de las relaciones de “ancestralidad”, destaca.
“Las aves modernas descienden de algunos dinosaurios, y por lo tanto ‘son’ dinosaurios. Esta afirmación no tiene sentido si uno compara un gorrión con un tiranosaurio, pero si se estudian todas las formas intermedias y se las ubica en un esquema de numerosas transiciones mucho más pequeñas, la afirmación no sólo cobra sentido: es inevitable”, resalta Goloboff, que en 2019 fue elegido segundo científico argentino más influyente del mundo por la prestigiosa revista PlosBiology.
Armar el puzzle
El rompecabezas de las relaciones entre especies -explica- se arma estudiando la huella que deja el mismo proceso evolutivo, es decir, las diferencias en morfología y ADN, interpretadas en un contexto genealógico.
“Ese rompecabezas requiere cálculos muy intensos, y es en este tema que he trabajado bastante, tanto en problemas conceptuales (cómo entender la evidencia, cómo darle importancia a tal o cual característica) como más técnicos (cómo plasmar estas ideas en un programa de computadora, cómo hacer que el programa pueda evaluar millones de posibles historias evolutivas en segundos)”, agrega... y aquí su vida (sin haberlo sabido de antemano), se cruzó con el “Hombre dragón”.
“El descubrimiento del ‘Hombre dragón’ encaja en ese planteo general. El fósil fue estudiado por científicos chinos e ingleses. Ellos concluyen que la nueva especie es más cercana al Homo sapiens que los Neanderthal. Más allá de saber ahora que existen estos ‘primos’ que desconocíamos, su posición filogenética puede ayudar a entender qué factores influyeron en la evolución de los homínidos y llevaron a establecer a Homo sapiens donde está ahora. Un análisis filogenético estudia un montón de información, de muchas fuentes, y obviamente usa muchos tipos distintos de recursos metodológicos. Uno de los programas que se usaron para determinar la posición filogenética de este nuevo fósil fue TNT”, explica Goloboff. “¡Yo ni siquiera me enteré! -cuenta-. Como el programa es gratuito y está subido a la página web de la Fundación Lillo para que lo descargue quien quiera, los investigadores de China lo bajaron e hicieron su análisis.
“Creo que no conozco a ninguno -agrega divertido-. Digo ‘creo’, porque hace un par de años dicté un curso sobre reconstrucción filogenética y uso de TNT en Beijing. Pero tuve 140 alumnos, y en cinco días no había posibilidad de aprenderme sus nombres o sus caras. Puedo haber tenido de alumno a alguno de los autores de este trabajo. Como decimos en Tucumán, ‘vayuno...’”.
Es que, en realidad, no es lo importante. Lo genial es que desde este rincón de América del Sur es posible generar ciencia al nivel de los mejores centros de investigación del planeta. Y que la rueda del saber siga girando para bien de la humanidad.