Pese a haber fallecido tan joven, Carolina Pujol dejó huellas entre quienes la escucharon recitar sus poemas.
“Conocí a Caro en un taller de escritura que dimos junto a Andrea Mansilla en la UNSa en el 2018. Dimos unas propuestas para trabajar y cuando llegó el momento de compartir y escuché el poema de Caro quedé realmente deslumbrado. Había algo en su frescura, en su forma y en su enojo crítico a la hora de escribir que me atrapó automáticamente”, dijo a LA GACETA Mateo Diosque, de Inflorescencia Editorial.
Diosque, quien fundó Inflorescencia junto a Gabriela Olivé, también contó que después de ese primer deslumbramiento, junto a Ana Azurmendi la invitaron a una lectura en La Ventolera. “Ese día que la vi y escuché en el escenario yo pensé que Caro estaba por convertirse en una de las voces más importantes de la poesía salteña joven. Así que lo primero que me surgió cuando apareció la idea de la Colección Glitter fue que quería que Caro Pujol fuese la primera persona a la que editara. Me puse en contacto con su familia y su mamá, Ana Herrera, muy generosa y amorosamente se puso en la tarea de llevar adelante esta edición”, dijo.
Sobre cómo dialoga la escritura de Caro con el resto del catálogo, Diosque expresó que esta poesía se sumerge en lo cotidiano, lo enfrenta, lo critica, muestra lo siniestro que puede ser y al mismo tiempo encuentra puntos de luminosidad en eso. “Eso es algo que Inflorescencia en su catálogo lleva adelante hace tiempo”, dijo.
Quién era Carolina Pujol
Pujol nació en 1999 y falleció en 2020, en Salta. Fue estudiante de la Licenciatura en Filosofía de la Universidad Nacional de Salta y activista feminista. Recibió premios y distinciones por su desempeño como jugadora de rugby y autora de cuentos. Obtuvo una mención y el primer premio en distintas ediciones del Concurso de Cuentos Policiales.
Esa es la biografía, algo básica. Ana Herrera, madre de Carolina, nos permitió saber más de ella.
“Desde pequeña le gustaba mucho que le lean cuentos y aprendió a leer desde los 3- 4 años”, indicó Ana. Ella recuerda que en el jardín le regalaron El libro de la Selva y que se inició con varios de los cuentos clásicos y una adaptación de las fábulas de Esopo. “Hay un libro que leyó millones de veces y que siempre reía mucho cuando lo leía, es La Venganza de las Risitas de Roddy Doyle. También era fanática de Harry Potter de J. K. Rowling, pero más de las películas que de los libros, que leyó algunos nomás, las películas las siguió viendo una y otra vez cada vez que pudo, ella estaba enamorada de Harry Potter cuando era chica, muy enamorada”, dijo. En su adolescencia leyó El Principito de Saint Exupery, El mundo de Sofía, El Diario de Ana Frank “y un montón de otros libros de nuestra biblioteca y de la que ella iba haciendo”.
Ana afirmá que ahí también “se contaminó con la basura esa de Abzurdah y otras cuestiones densas”. Luego sigue toda la lectura desde la carrera de filosofía, la poesía u obras de Juan Solá, Simone de Beauvoir, Judith Butler, le regalé un libro de Jacobo Regen. También le gustaba y leyó varios cuentos de Elsa Bornemann.
“A los 10 años hizo 15 cuentos hermosos que tenía que hacerlos desde la escuela, los tengo escaneados con dibujitos de ella, y también hay trabajos del colegio en los que escribía muy bien, además de los concursos de cuentos policiales donde sacó mención y el primer premio”, dijo.
Su escritura
me pinchan la piel con dibujos extraños
dibujos que no cuentan historias
sino que las tapan
piel está cansada y gastada
corroída oxidada podrida
supura y escupe sangre
en la cara de viejos rostros
rostros que aparecen y desaparecen
en mi mente
en el sueño
en los pensamientos del domingo
viejos conocidos me recuerdan
que tengo que comprar nafta
y una cajita chiquitita de fósforos
y hacer un fuego
fuego que arde desde siempre en mi cabeza
y ahora quiere salir a incendiar tu casa
casas y edificios sin salida
me muestran en sus paredes que tengo mala memoria
los graffitis me susurran cosas
hay algo más por destruir
quizá deba pintar en el frente de sus caras tu nombre
y apellidos para que el olvido no sea mi destrucción
destrucción es la palabra que busqué
en el diccionario ciento diez veces
cuando era pendeja y sólo tomaba vino en cartón
después me reinventé del horror
horror que ahora quiero convertir en fuerzas
para hacer del fuego una explosión
explosión que palpita en las calles
y en mi barrio donde siempre se prende una luz
luz que sobrevivió y no se movió después del gran apagón
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