En este año y casi tres meses que llevamos de pandemia, los tucumanos nos tuvimos que acostumbrar a celebrar aniversarios o cumpleaños mediante pantallas, e incluso hemos aprendido a acompañar a seres queridos que atravesaron situaciones difíciles sin las tradicionales muestras de afecto, como los abrazos, las caricias o los besos. Este domingo, la conmemoración del Día del Padre vuelve a plantearnos un desafío colectivo enorme, en el que el rol individual de cada uno de nosotros tendrá un papel determinante.
Por segunda vez, esta celebración tan especial nos impone dar una muestra de responsabilidad ciudadana. Los contagios de coronavirus, aunque parecen haberse estabilizado en las últimas semanas, siguen tiñendo de rojo el territorio nacional. Por día, hemos asumido como natural que unas 600 personas mueran: algo así como si tres aviones de pasajeros cayeran a diario en el país y no nos inmutáramos. Una verdadera catástrofe a la que este virus nos empujó. Tucumán, de más está decirlo, no es la excepción. Prácticamente toda la provincia se encuentra en un altísimo riesgo epidemiológico, con hospitales colapsados y trabajadores de la salud agotados física y mentalmente. Este viernes, la ministra de Salud Rossana Chahla le puso cifras al temor de un desborde sanitario: la ocupación de camas de terapia intensiva ronda el 81%.
Sin lugar a dudas, la extensión de la pandemia y la agresividad de esta segunda ola pone a prueba la paciencia de todos. Cada uno de nosotros exhibe ya las secuelas de más 15 meses de incertidumbre y de una nueva normalidad que nos duele. Por eso, y aunque moleste, la preocupación y la súplica de los especialistas e incluso de las autoridades políticas suena razonable. Hoy más que nunca debemos obligarnos como individuos a tomar precauciones sanitarias para evitar contagios. Las celebraciones familiares, en rigor, están prohibidas. Y no es caprichosa esa determinación: si algo aprendimos a lo largo de esta pandemia es que cuando uno relaja los cuidados y protocolos sanitarios, como sucede en cualquier reunión social o familiar, los contagios se disparan a los pocos días. Ocurrió luego de las fiestas de Navidad y de Fin de Año y con el Día del Trabajador. Mayo, para los tucumanos, marcó un rebrote de casos alarmante que puso en jaque al sistema sanitario. Y aunque esa curva se haya “estancado”, el peligro acecha. Basta con prestar atención al testimonio dramático que brindó Jorge Moreno, el dueño de un cementerio privado en Catamarca. “No faltan las horas del día para enterrar cuerpos”, admitió. Y apeló a la conciencia ciudadana: “es muy duro ver chicos llorar tirados en el piso pidiendo perdón a sus abuelos y padres”. Toda una definición de este tiempo de pandemia: jóvenes que transmiten el virus a los mayores, las víctimas más elegidas por la covid-19.
Es cierto que la campaña de vacunación, aunque lenta, tuvo un impulso importante en los últimos meses. No obstante, la inoculación no garantiza que una persona no vaya a contraer la enfermedad y, quizás, morir como consecuencia de ella. Ante esta situación, una vez más, debemos apelar a la conciencia y a la responsabilidad de los ciudadanos. Después de haber soportado meses de encierro y de tanta muerte a nuestro alrededor, sobran las ganas de celebrar el Día del Padre. Es entendible, pero es sumamente prudente extremar las precauciones en los contactos para evitar que el virus se siga expandiendo y podamos, dentro de poco, protagonizar las imágenes que tanta envidia nos causan en otros lugares del mundo, donde el barbijo comienza a ser parte del pasado. Por eso, hoy más que nunca intenten mantener distancia de sus seres queridos, traten de no saludar con besos, ni abrazos ni estar cerca. Falta cada vez menos para lograrlo.
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Prácticamente toda la provincia se encuentra en un altísimo riesgo epidemiológico, con hospitales colapsados y trabajadores de la salud agotados física y mentalmente.