“Tucumán retoma hoy las clases presenciales” podría ser el título de una obra de teatro. Una pieza que al desarrollarse en escenarios diferentes, obliga a los personajes a mostrar distintas versiones de una misma historia. Una es la de Mechu Jantus Arias, una chica con Síndrome de Down, que ayer se durmió feliz. Había dejado la mochila armada y el uniforme acomodado sobre el respaldo de una silla. Hoy, cuando se baje del auto y pise el césped de la entrada de su inmenso colegio, le tomarán la temperatura. Y por fin volverá a su aula, que tiene dos grandes ventanales enfrentados, y sonreirá con la mirada a sus compañeros de 5° año de la secundaria.
En otro escenario, Solana Barquet, de 17 años, ha puesto a cargar su celular. Ella no volverá a la escuela secundaria de Garmendia. Ni ella ni sus sobrinos. Su hermano y su mamá ya tuvieron covid. “Hay cinco muertos en el pueblo por esa enfermedad” le ha contado su mamá, Silvia Pallares. También le ha dicho que “ir a la escuela es contagiarse. El hospital es grande pero está lleno”.
“Hace un mes que la gente de aquí no tomaba conciencia de lo que era esta enfermedad; seguían con fiestas y reuniones, hasta que empezaron a ver que se enfermaban y algunos morían. Ahí se asustaron”, cuenta Silvia.
Hoy todas las escuelas y colegios de Tucumán retomarán las actividades presenciales, en forma cuidada, alternada y gradual. Se repetirá el mismo esquema de principios de año (dos veces a la semana, en forma alternada). El ministro Juan Pablo Lichtmajer anunció que hasta el 14 de este mes todos los docentes estarán vacunados. Pero eso no deja tranquilos a los educadores. Sadop anticipó que hoy y mañana los docentes privados realizarán una retención de la actividad presencial, y sólo trabajarán en forma virtual.
La medida gremial llevó a grupos de padres enfurecidos a organizar una protesta en el domicilio particular del dirigente, que finalmente no se realizó.
“En las localidades del interior donde han aumentado los casos de covid todos están asustados. Yo trabajo en escuelas secundarias de Garmendia y de Burruyacu y desde abril cada día algún padre nos llama para contarnos que a su hijo le han dado positivo el test de covid. Pero también hay alumnos que tienen síntomas como dolor de garganta y de cuerpo y se medican ellos solos, pero no se aíslan, siguen circulando”, se preocupa el profesor David Cuello. “Es muy difícil mantener a los chicos del secundario sentados en sus asientos”, reniega.
Si cada familia es un mundo, la virtualidad obligada por la pandemia ha reforzado la literalidad de este refrán. En la casa de Celina Büsch, donde hay siete niños que van de jardín de infantes, pasando por la primaria a la secundaria, “no hay lugar para la currícula”. Lo dice ella misma, que tiene una sola computadora y un solo celular que anda bien en toda la casa. “El año pasado, con la virtualidad al 100%, fue un caos. Mis hijos no pudieron hacer ninguna materia especial, ni música, ni educación física, ni plástica, ni formación espiritual, nada extra, solamente las materias troncales, matemática, lengua. Había que optar”, cuenta.
“Entonces, el que tiene examen tiene prioridad sobre los otros, y el que tiene clase avisa que no se va a poder conectar. El que tiene que usar la computadora se levanta más temprano para dar la lugar a sus hermanos más tarde”, relata Celina. Pero no se queja: “con voluntad y organización nos arreglamos. Pero pienso en los chicos de la villa que no tienen wifi o los del cerro que tienen que caminar dos horas para conseguir señal”.
Celina es de las que se asume como “pro presencialidad”. “No se puede parar el mundo. Tenemos que convivir con esto que nos toca”, es su postura. Pero aclara que “la presencialidad debe ser todos los días, no unos días sí y otros no”. En eso coincide María del Valle Jantus que tiene ocho hijos, tres en la facultad, tres en la secundaria y uno en la primaria. Su casa es una especie de “sala de computación” con todos los chicos estudiando. Dice que tuvo que comprar auriculares para todos porque si no se mezclaban todas las voces de las clases virtuales. Además es la mamá de Mechu. “Los chicos van a clases lunes, miércoles y viernes y a la semana siguiente, martes y jueves. Pero eso desordena toda la rutina”, se queja.
En el caso Mechu “la virtualidad hace más difícil la enseñanza porque se pierden muchas cosas que no ves. Si bien ella tiene maestra integradora, también la atiende de forma virtual. La presencialidad es esencial”, dice.
En el barrio Echeverría, la familia Gerez ya está preparada para llevar al pequeño Samir que va a 2° grado a la escuela 9 de Julio. Sergio, su papá, tiene vehículo. “No sé si lo mandaría si tuviera que tomar un colectivo. Además me gustaría que todas las escuelas de la provincia estuvieran tan limpias y cuidadas como la que va mi hijo”, confiesa.
Samir irá dos veces a la escuela, lunes y jueves, y a la semana siguiente, martes y viernes. “Es poco pero está feliz. El año pasado ya no quería saber nada con el celular. Fue muy difícil enseñarle, los padres no estamos preparados para eso”, reconoce desde el escenario que le toca vivir esta parte de la pandemia.
Piden un plan estratético de contingencia
“La educación virtual es insuficiente. La falta de presencialidad provocó la pérdida de un esencial período de formación que deja a los alumnos rezagados respecto de los contenidos no abordados o con abordaje insuficiente, colocándolos en desventaja para afrontar exitosamente la educación terciaria o universitaria. Requerimos al gobierno provincial que en forma urgente diseñe un Plan Estratégico de Contingencia que posibilite a los alumnos de 5° y 6° año del secundario recuperar los ciclos educativos perdidos”, señalan Autoconvocados Radicales Eudoro D. Aráoz, Raúl Moreno, José Ganim, Sergio Abril y Teresita Carabajal (de la comisión de Educación)
Creó una escuela “casera” para los chicos del barrio: los vecinos se juntan y pagan una maestra
“Fue una decisión que tomamos cinco familias vecinas con niños de cuatro y cinco años a quienes el Estado nos niega el derecho a formarlos dentro de un aula”, es la respuesta de Silvia Leites, mamá de un nene de cinco años. “En la escuela mi hijo tiene aula dos veces al mes, entonces se me ocurrió armar un espacio en mi casa en el barrio San Felipe. Nos juntamos, contratamos una maestra entre los que podemos pagar y aceptamos que vengan otros chicos cuyos padres no pueden aportar. Tenemos un protocolo y esto nos permite dar clases tres veces a la semana. En la escuela Pantaleón Fernández piden $ 1.000 para inscribirlos, es muy injusto”, dice.