Hace dos años se decía que se podían llenar 300 canchas de fútbol con la basura que generan los habitantes del Gran Tucumán. Eso era en 2019, cuando se depositaban en la planta de Overa Pozo (en Burruyacu) 870 toneladas diarias. Ahora, a causa de la pandemia, se estima que se envían allí 1.600 toneladas. ¿Como para unas 600 canchas de fútbol? Dicen que la gente, que pasa más tiempo en su casa, se ha dedicado a la limpieza y por esa buena acción personal empeora el problema ambiental. Eso representa un desafío para los municipios, los que responden de diferentes maneras: unos con fuerza, otros lentamente.
Yerba Buena producía 46 kg de residuos por mes por habitante; la Capital, 31 kg, Alderetes, 6, Las Talitas, 15, según el informe de 2019 del Observatorio de Fenómenos Urbanos de la Facultad de Arquitectura de la UNT.
El resultado de esta obsesión por producir residuos y desprenderse de ellos es contradictorio: hay muchísimas iniciativas y entusiasmo pero al mismo tiempo se mantiene la lamentable imagen del Tucumán rodeado por basurales por la que reclamaron famosos como Lara Bernasconi, León Gieco y Juan Soler. “Es una enfermedad de todos”, dijo en 2018 Carlos “Alito” Assán, secretario provincial de Saneamiento, para explicar su fracaso para erradicar los 480 basurales que rodean la capital.
Los que se ocupan
¿Quién se hace cargo de ese “mal de todos”? Algunos se ocupan, y mucho; otros pelean contra la marea y otros se escudan en generalizarlo como un “problema cultural”. Entre los que se ocupan de manera oficial sobresale Tafí Viejo, que hace cinco años encaró como política central de su gestión el tratamiento de residuos basado en el reciclaje. Hizo puntos verdes sobre los basurales que se erradicaban; estableció la recolección domiciliaria con separación familiar y ya se produce ecodiésel con el aceite de cocina usado, se hacen diferentes materiales con vidrio, papel y plásticos (chapas de aglomerado con tapitas de gaseosas) y se vende compost a la industria citrícola. Tafí Viejo exporta servicios de tratamiento a otras localidades (recibe materiales de organizaciones no gubernamentales como Yungas de pie, de Yerba Buena, que le lleva aproximadamente una tonelada por semana) o como Santa Lucía, donde el asunto del reciclado se ha convertido en una fuente laboral impensada hace años.
También Yerba Buena hace su esfuerzo. Erradicó en los últimos seis años 64 basurales y acaba de superar el gran problema que tuvo durante 26 años con el megabasurero llamado El Bernel, cuenta Dino Alfieri, secretario de Obras Públicas, que dice, por un lado, que funciona muy bien el sitio de ecocanje ubicado cerca de la VTV de la avenida Perón. Agrega que cuando desarmaron el contrato con la empresa recolectora de residuos y se hicieron cargo de este asunto compraron 10 camiones y hoy recogen la basura y brindan servicio a comercios y barrios privados. Tiene dos chipeadoras para residuos verdes. Y deben limpiar cuatro vaciaderos que se forman cada semana.
Eso de luchar contra los formadores de basurales es una tarea constante. Javier Noguera, intendente de Tafí Viejo, dice que cada vaciadero “implica un trabajo con los vecinos. Se arma un punto verde, hay que educar, incluso poner policía hasta que se modifican las costumbres”. Alfieri calcula que en promedio, cada uno de los 123.000 vecinos de Yerba Buena produce 849 gramos de residuos por día. Eso sale de los 3,2 millones de kilos que genera el municipio al mes. Y cuenta: “393.000 kg se recogen en los basurales que se forman cada semana”. No obstante, Alfieri dice que el programa de recolección diferenciada familiar (el camión va una vez por semana a recoger residuos secos) va de la mano con el aumento de la conciencia ambiental del vecino. “Estamos mejor; falta muchísimo; si no estamos pendientes y estimulamos, se cae. Todavía son pocas las casas que procesan los alimentos con compost. Pero creo que la gente está aprendiendo”.
Experiencias piloto
Hay, por cierto, iniciativas que son como experiencias piloto. Sebastián Giobellina, del Ente Tucumán Turismo, dice que para convertir en un polo turístico al Cadillal fue necesario hacer una limpieza tremenda, cambiar prácticas de uso del lugar, poner un destacamento policial y pedir que un camión de residuos de la ciudad vaya una vez por semana a recoger los desechos. Hasta que cambien los hábitos y el delegado comunal del Cadillal se sume a la iniciativa.
Después están las iniciativas de jóvenes ambientalistas como “Salvemos salvando”, de recicladores urbanos como “Aquí nadie se rinde”, de transformadores de desechos tecnológicos como “Nave tierra” y ONG como Yungas de pie, que en dos años ha generado un circuito de proteger el planeta y la ciudad y generar trabajo.
La municipalidad capitalina, que es la que más residuos tiene que enfrentar, también tiene ecopuntos y acaba de aprobar un programa de reciclaje de excesivamente largo aliento: planean llegar dentro de 20 años a lo que ya está haciendo Tafí Viejo. Como sea, en dos meses los vecinos en 16 cuadras de la ciudad tendrán bolsas de tres colores cerca del tacho de basura: verde para vidrio y metal; azul para cartón y papel y amarillo para plásticos. La poca ambición del plan hace dudar de su efectividad. “Hemos tenido otras experiencias de campañas de separación de residuos con estaciones ambientales y luego tuvimos que quitarlas porque la gente tiraba cualquier cosa en cualquier tacho. En este caso, como esa separación se debe realizar en cada casa, nos permitirá avanzar en el cambio cultural necesario para empezar con el reciclaje en la ciudad”, dijo Jorge Pérez Musacchia, director de Urbanidad e Higiene.
¿Servirá esto para erradicar los basurales? Por eso se pelean cada tanto la capital y Assán, puesto que los 33 megavaciaderos críticos que detectó la UNT se encuentran en la zona de nadie, que es la avenida de Circunvalación y las orillas del río Salí. Noguera suele mencionar que una de las falencias de estas gestiones es la falta de coordinación entre los grandes aglomerados en una agenda ambiental. Eso se ve en lo que llama las “costuras de las ciudades”, es decir los límites.
Agenda ambiental no es el acuerdo que se hizo hace mucho para llevar los residuos de varias municipalidades y comunas a Overa Pozo, a 42 km de la capital. Allí van los desechos del 53% de los tucumanos. Los del otro 47%, que son del interior, se tiran en vaciaderos a orillas de los ríos. Overa Pozo está siendo cuestionado porque los lixiviados inundan las calles de las cercanías. Según el biólogo Juan González, ese lugar es “el infierno de Dante, sede Tucumán”.
Asunto urbano y económico
Federico Córdoba, uno de los investigadores de la UNT sobre los vaciaderos clandestinos, señala tres características: a) “Los basurales están fuera del sistema; no son una cuestión ecológica sino una cuestión urbana. Están en terrenos abandonados, lugares que la gente desatiende”. b) Son un problema paisajístico. No hay basurales frente a un shopping. c) Producir menos basura es más barato. Basta con preguntarse cuánto se gasta en recolectar la basura y cuánto en recuperar con recolectores urbanos.
Agenda ambiental debería ser tener elementos para enfrentar problemas de hoy como el aumento de generación de residuos y analizar críticamente qué se está haciendo con los desechos hospitalarios, que deben haber aumentado geométricamente en este tiempo de pandemia. La agenda ambiental permitiría, en la opinión de González, enfocar el problema menos en la lucha contra los basurales (que hay que sostenerla) y más en la educación ambiental para reducir la generación de residuos. Alfieri dice que es una locura que se genere casi un kg de basura diaria en Yerba Buena cuando en Nueva Zelanda (donde la gente tiene que pagar según el peso de la basura que produce) el recolector pasa una vez por semana por las casas. No basta con que los niños abran los ojos de los adultos, que los jóvenes y las ONG se entusiasmen con la agenda ambiental. Una política ambiental de todos los días.