Las miradas; las cámaras de los celulares; las reverencias; las fotos furtivas; el cuchicheo apenas se lo ve pasar; la sonrisa dibujada en cada rostro de quienes lo ven ahí cerquita. Todo eso se roba Messi en cualquier parte del mundo. Y el hombre se carga todo al lomo y se hace cargo de quien es.
Y lo hace serio como cuando se oyen los sones del Himno (fue todo un símbolo ver cómo las cámaras de la TV le hicieron un primerísimo plano y, al instante, se posó en el detalle de la camiseta, con la figura de Maradona). Muestra su actitud responsable en el rol de capitán. Asoma combativo cuando le quieren quitar la pelota. Saca a relucir una mira gran angular para descargar un pase teledirigido a algún compañero. Todo eso, y un poco más, se vio de “Lio” en el “Madre de Ciudades”. Lo maltrataron bastante en la marca (sobre todo Maripán) cuando intentó sus apiladas. Le pegó deliciosamente en el penal (y se golpeó el pecho en el festejo). Estuvo a un tris de marcar dos veces de tiro libre. Y también en jugadas en movimiento. Fue el que intentó con insistencia quebrar un partido complicado ante un Chile rocoso, bélico.
Messi fue el alma de una Selección nacional a la que le faltó cuerpo.