Un mundo infeliz
Un mundo infeliz

Esta semana, hecha de semiconfinamiento y enojo, ha puesto en carne viva los temores, las expectativas y la incertidumbre de esta realidad caótica y movediza. Hubo peleas, reclamos y escraches por las restricciones -escándalos políticos mediante-, echadas en cara de lo que se hizo bien y de lo que se hizo mal; discusiones por la apertura de bares, confiterías y gimnasios y por la desesperación para que se abra la vida social; y también, diversión inconsciente y tenues operativos sobre los sectores más bajos de la escala social. Todo eso forma parte de la grieta que asustó, enojó y hasta entretuvo, haciendo olvidar los escándalos políticos por la interna oficialista que habían tenido en vilo a la provincia, y poniendo en segundo lugar el escándalo de la protección total para el juez Francisco Pisa que hicieron en la Comisión de Juicio Político de la Legislatura. ¿Por qué? Porque por encima de la grieta está el coronavirus, con el aumento de contagios y la incertidumbre de lo que va a pasar. Eso nos va marcando el camino caótico y cambiante de un mundo infeliz.

Reclamo sobre el reclamo

Los comerciantes ya venían escaldados con las escaramuzas de hace tres semanas, cuando quedaron sometidos a las estocadas del sindicato de Comercio para obligar a que se mantenga el horario corrido. Conflicto que se daba básicamente en el microcentro, gracias a la indiferencia de las autoridades provinciales y municipales, que podrían haber intervenido hace meses, con una mesa de gestión despojada de intereses mezquinos. Esto, mientras no había problemas con el horario en el interior o en la periferia de la capital y del Gran San Miguel. Era el microcentro. Al final, perdieron los comerciantes después de la lucha desgastante. Probablemente ganaron muchos empleados, pero los que más ganaron fueron los sindicalistas. ¿Quién tenía la razón? Quizá se hubiera podido evitar el conflicto en esa mesa de gestión. En septiembre se decía que habían cerrado 200 locales en el corazón de la ciudad. Hace dos semanas se agregaron 20 locales más. Ahí perdieron todos.

Sobre esto llegaron las restricciones y los dueños de bares y confiterías se pusieron en pie de guerra. Abrieron el café de El Mástil el sábado y les cayó un operativo. No les secuestraron sillas ni mesas; les pidieron que atendieran tipo “take away” y por delivery y al día siguiente volvieron a atender con las mesas afuera. El domingo era generalizada la rebelión en toda la provincia, con avisos de los comerciantes de que se oponían a las medidas. Con testimonios duros de la crisis económica que se sigue llevando comercios. Los más exaltados fueron a hacer escraches a la casa del gobernador Juan Manzur y la política, que había azuzado de manera escondida por las redes sociales, metió la cola en vivo: en el escrache participó el concejal yerbabuenense Álvaro Apud, del Pro, que después tuvo que pedir disculpas. Las tensiones llegaron al punto más caliente el martes y se aplacaron cuando el gobierno municipal, primero, y el provincial, horas después, anunciaron subsidios para ayudar a comerciantes y empleados. Los bares siguieron abiertos, más discretamente. ¿No se podría haber anunciado las restricciones con la promesa o el aviso de que habría ayuda?

Duros y flexibles

La mesa de gestión que interviene en el COE no estuvo a la altura de las circunstancias, en cuanto a medir lo que sobrevendría, acaso porque para ellos el susto por los contagios puede más. Los funcionarios de salud no tienen mirada política: si pudieran pedirían cierre total porque ven lo que se viene. También lo dicen los médicos, aunque ellos critican también la gestión oficial, que ya venía mal antes de la pandemia, con médicos y enfermeros mal pagados y agotados. Esa gente ha trabajado casi sin descanso en el año que llevamos de coronavirus.

Los funcionarios políticos, en cambio, son flexibles. Ya acusan el desgaste de la sociedad, que desesperada quiere respuestas y ya juzga que hay responsabilidades de gestión en lo que sucede. ¿Quién tiene la razón?

Polémica sobre la mejor vacuna

Los elementos del conflicto no ayudan demasiado a asirse del madero salvador en la marea de la pandemia. Por ejemplo, ¿quién puede afirmar cuál es la mejor vacuna? Cuando apareció la Sputnik, una amplia porción de la sociedad la rechazó principalmente porque era rusa y en segundo lugar porque no ha sido aprobada todavía por Europa. Hace dos semanas, en “Panorama Tucumano”, la ministra de Salud, Rossana Chahla, dijo que en enero, cuando muy poca gente quería vacunarse con la Sputnik, ellos impulsaron a empleados de Salud a inocularse con “la rusa”. Fue su manera de explicar el miniescándalo del llamado vacunatorio VIP local. No quiso hablar de los Gandur, que hicieron una “diseminación familiar” de la vacuna, pero señaló que el Gobernador aún no se había vacunado (se comenta que al mandatario le toca dentro de dos semanas). El área política no aprovechó ese dato para defenderse de las críticas de la oposición. Probablemente no tenían posibilidades, sobre todo porque en esos días volvió a estar en el tapete el vacunatorio VIP nacional con la aparición del procurador general del Tesoro, Carlos Zannini, jactándose de haberse vacunado cuando no le correspondía y sin que nadie (como no fuera la oposición) dijera nada.

Más ideología que ciencia

No obstante, algo que quedó claro es que la mirada social sobre las vacunas no es científica, sino ideológica o, por lo menos, emocional: ¿cómo saber por qué ahora consideramos que la Sputnik es mejor que las otras? Eso se sabrá dentro de un tiempo tal vez. Tendrá que decirlo Lilita Carrió, que en diciembre querelló penalmente al Gobierno nacional por comprar la Sputnik y ahora dijo que se vacuna confiada.

También la otra vacuna, la Pfizer, está en el centro de una polémica política. ¿Pedían soberanía nacional a cambio de aplicarla en el país? ¿Hubo intereses específicos en el Gobierno para torcer las negociaciones hacia otras vacunas y dejar afuera a Pfizer, que acordó con otros países latinoamericanos? Todavía no se sabe, porque quienes quisieron indagar se dieron con que hay un acuerdo confidencial. Pero ahora Patricia Bullrich, del Pro, que denunció que hubo coimas, fue desmentida por Pfizer y por los funcionarios. Puro escarceo político que ha ayudado en los últimos meses a encender la hoguera del hartazgo de la gente.

En nuestra edición de “Panorama Tucumano” hubo un interesante panel virtual para debatir lo que había ocurrido en la provincia con el comienzo de las restricciones. Tal vez la opinión mejor recibida fue la del infectólogo Gustavo Costilla Campero, quien criticó la ausencia de un plan de crisis, les exigió a los gobernantes dar el ejemplo y advirtió que este no es momento de buscar culpables. Todos debatieron en un marco de respeto. Y hubo una coincidencia en el pedido a la sociedad a respetar las medidas sanitarias. Incluso lo sostuvo Ernesto Gettar, representante de los bares y restaurantes, que pidió que cuando abran lo hagan con mucho más celo sobre los protocolos. La ministra de Gobierno, Carolina Vargas Aignasse, culminó con una cita del gobernador: “de una situación no se puede volver, es de lo irreversible, que es de la muerte”. Con lo cual dejó puesto el punto trágico frente al cual se caen los reclamos.

No sabemos si están actuando bien o mal. Probablemente lo intuimos, según sea nuestra mirada ideológica, la cual está constantemente asediada por el aumento de los contagios y la cercanía de la tragedia. ¿Cuál es el punto en que todos pueden coincidir? En eso, al menos, tiene razón. De ahí, de la muerte, no se puede volver.

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