POESÍA
Invención del Horizonte
Mario Melnik
(Alción - Córdoba)
Mario Melnik, poeta de tierras tucumanas, oriundo de Concepción, radicado en San Miguel, docente y traductor de inglés, ha dedicado parte de su vida a la poesía, y singularmente, a la relación en el arte, entre los versos y la naturaleza.
Invención del horizonte, organizado en cuatro partes, es un remanso de oxígeno frente a las amenazas de la pandemia. Melnik opera con una honda percepción entregada con rotunda subjetividad desde lo percibido por los ojos del poeta más que por lo vivido. Su invención del paisaje se proyecta entre las montañas y el tiempo de las cosas; simboliza la grandiosidad de la tierra, (vapuleada en su ecosistema) y el oro líquido del agua.
El poeta anda con la añoranza del espacio y de sus aromas en el liquen, en el árbol enhiesto, en el canto del pájaro. A través del silencio, bordea la memoria que surca esta geografía con el ir y venir del viento repercutiendo en la tierra, mientras la quietud, inquietantemente bella, roza lo sagrado con esa sublime “voz que llama” en “Presencia” y medita sobre “La estadía del tiempo” que “no deja las cosas en reposo” y “El sauce ya no está/ pero su llanto aún moja la tierra / y la memoria”.
En “Lo que el eco habita”, el pasado es presencia, así la “memoria…de tanto sabor a silencio” con “nostalgias de infinito” y con el viento liberan los sueños del poeta que, con ojos enamorados de la espacialidad norteña, mira más allá de lo terrenal, y en la frontera con lo real diseña la cartografía de una “invención” perceptiva.
En “Estación del fulgor” la escritura se hace mapa de fusión entre el verde y el agua, a la vez que el lenguaje se abraza al paisaje. En “Un alto en el camino” último segmento del libro, el horizonte se continúa en la “infatigable altura”, al decir de César Vallejo.
Paisajes donde parece disiparse el lugar concreto, y el poeta busca trascender por el lenguaje, hacia lo alto, más allá de la montaña y reflotar memorias traídas por el viento, con una visión transparente e idílica.
Liliana Massara
© LA GACETA