Mario Vargas Llosa pregunta: ¿Tú crees que eres un escritor realista o un escritor fantástico, o crees que no se puede hacer esa distinción? Por aquel entonces, el escritor peruano ni soñaba con ser premio Nobel y estaba atrapado por aquellas cosas muy reales y verosímiles que ocurrían en “Cien años de Soledad” y que se mezclaban con cosas aparentemente irreales.
En aquel momento en que lanzó esa pregunta, se hablaban y mucho con Gabriel García Márquez, quien tampoco tenía en mente ser premio Nobel. Después se pelearían por cuestiones amorosas y la vida no volvería a juntarlos nunca más. Pero aquella pregunta fue lanzada en 1967 cuando eran dos jóvenes creativos que enorgullecían a los latinoamericanos y que motivaban con su imaginación a quienes quedaban pegados a sus libros. Y, además podían juntarse a hablar de literatura.
-No, no. Yo creo que particularmente en “Cien años de Soledad” yo soy un escritor realista, porque creo que en América Latina todo es posible, todo es real.
Esa fue la contestación que Gabo le dio a Vargas Llosa en aquel diálogo que recrea el libro Dos Soledades.
Aquella conversación de dos amigos que después serían ex amigos y grandes referentes de la vida, de la literatura, del periodismo y hasta de la política se actualizó más que nunca en este Tucumán al que alguna vez un periodista le puso el mote de Macondo, precisamente.
Esta semana, que nunca más volverá a existir, escribió capítulos que sólo el fuego sagrado de dos creativos podría haber producido. ¿Alguien imaginó, por ejemplo, que Juan Manzur podría tomar un café con Cristina? ¿Alguien se imaginaría que los legisladores podrían pasarse 11 horas hablando, pensando y razonando cuestiones inherentes a la educación? Parafraseando a García Márquez, en Tucumán, todo es posible, todo es real.
Canciller o Juancito
El 21 de abril fue el día en que “El hombre que él (Alperovich) inventó” y “el canciller” volvieron a ser, simplemente, “Juancito”. Aquel día había sido espléndido. El sol había brillado sin sombras. Había permitido que los aviones surcaran el cielo sin ningún sobresalto. Sin embargo, cuando el Chevrolet Spin serpenteaba por las calles porteñas, los claroscuros eran cada vez más oscuros por culpa de los edificios. El hasta ese momento “Canciller” viajaba en el asiento del acompañante, -nunca viaja en el de atrás-, como siempre cuando aterriza en Buenos Aires. No mostraba nerviosismo, pero la procesión iba por dentro. Iba a volver a verla después de un lustro. Atravesaron Cerrito, pasaron Talcahuano y apenas cruzaron el semáforo de Uruguay, el auto se detuvo y el chofer lanzó un lacónico: “llegamos”. El reloj marcaba las 18, pero en realidad era el tiempo de las definiciones. Se bajó del Spin y entró al edificio de la querida y odiada esquina de Uruguay y Juncal. Exactamente 55 minutos después bajó sonriente. Ya no era el canciller sino Juancito, tal cual lo había tratado Cristina. No había sido una reunión fácil porque si hay algo que la vicepresidenta mantiene es su buena memoria; y para ella Juan Manzur ha sido un traidor que, políticamente, la había matado antes de tiempo. Pero pareciera que donde hubo amor, cenizas quedan... O mejor dicho: donde hay intereses no se puede perder tiempo.
Como esos novios que sólo disfrutan de sus encuentros furtivos ninguno de los dos dijo nada públicamente. Pero nunca falta un buey corneta. Y, en esta historia de reencuentros, ése fue el ministro del Interior Eduardo “Wado” De Pedro, quien este jueves hizo público un mensaje que Cristina había escrito para “Juancito”. Es gracioso como de repente la política pasa de las crónicas policiales a los cuentos de hadas.
En el Instituto Patria no lo podían creer. Manzur, el gran propulsor del albertismo y el médico que había firmado el certificado de defunción política de Cristina, no podía haber recibido la bendición de la jefa. Ella no suele olvidar ni perdonar. Demasiado raro para ser real.
Pfizer o Trankjald
El aviso que pasó el ministro del Interior de la Nación cuando pisó tierras tucumanas fue celebrado como un gol olímpico en la Casa de Gobierno. Y como un tanto en contra en la Legislatura. No hace mucho tiempo, Osvaldo Jaldo, que ni cuando el pueblo lo manda a trabajar a Buenos Aires viaja a la metrópoli y termina quedándose en su comarca natal, hizo todo lo que pudo por hablar con Cristina y terminó dialogando con Oscar Parrilli. El tranqueño, en realidad, no termina de ser visto amigablemente en el Instituto Patria.
Es comprensible: a ese domicilio no llegó la Sputnik V, tampoco la AstraZéneca y mucho menos la de Pfizer. En cambio, hubo una vacuna que sí fue inoculada. Se trata de la que fue elaborada por los laboratorios “Manzur, colaboradores & Cia”. En los cuarteles de la primera cuadra de Rodríguez Peña fueron muchos los que recibieron la vacuna TranKjald. Es que en el Instituto Patria escuchan cualquier cosa referida a la palabra dictadura o derecha, salen corriendo y ponen el brazo para vacunarse sin preguntar si existe un virus. Pero lo cierto es que Osvaldo Jaldo no está ligado a esa cepa.
Cuando el vicegobernador era un mozalbete recién recibido de contador consiguió empleo en la Municipalidad de Trancas que por aquel entonces comandaba el lord mayor Roberto “Gallareta” Moreno, el papá de Roberto, el actual intendente tranqueño. En aquella época Jaldo desembarcaba en la vida pública y no de la mano del peronismo sino por sus vínculos con el partido provincial Vanguardia Federal. Aquellos orígenes no peronistas ayudan a construir un relato que divertiría al mismísimo García Márquez, pero que no puede certificar la vacuna que andan poniendo por la fortaleza cristinista para desprestigiar al vicegobernador.
Lo que Jaldo no va a poder cambiar es el sabor amargo que le quedó a la familia Moreno de aquellas épocas. Por eso a nadie sorprendió que el intendente actual haya sobreactuado su afecto por el gobernador Manzur a la hora de separar las huestes con que cuenta cada contendiente del peronismo tucumano.
Buendía o Lichtmajer
El ministro de Educación de la provincia no se apellida Buendía, precisamente, pero podría haber sido un personaje de los Cien años de Soledad del Gabo. Había llegado al gabinete de Manzur de la mano de la duda. Hasta un puñado de días antes de asumir ,el gobernador andaba con una moneda en la mano para saber a quién ponía en la cartera de Educación. No tenía raíces peronistas en su foja de servicios. Cuando le dieron la camiseta de político para que entre a la cancha legislativa dejó mucho que desear.
“Hoy te convertís en héroe”, le podría haber dicho el “jefecito” Javier Mascherano si se hubiera tratado de una definición por penales en una cancha de fútbol. Juan Pablo Lichtmajer sabía que tenía todo en contra, entonces le dio tranquilidad al gobernador y a sus compañeros de gabinete y se puso a estudiar para la interpelación. Preparó su defensa y entró a la Legislatura sabiendo que jugaba en terreno barroso. Por eso utilizó sus dotes de orador y eligió la parsimonia como arma letal para calmar los ánimos y el cansancio como aliado. Estaba todo preparado para que le desaprueben el informe y termine sentado en el banquillo de los acusados de la nueva y jaldista comisión de Juicio Político. Terminó consiguiendo hasta sonrisas y guiños de sus acusadores. Todavía no se estudiaron los números que dejó en la Legislatura y es posible que todavía deba mantener el escudo en alto para recibir los mandobles que faltan. Sin embargo hizo estériles las precauciones que había tomado el mismísimo gobernador y se ganó el elogio de quienes lo ignoraban en el equipo de gobierno. Manzur hizo venir a tres ministros nacionales para mitigar los golpes legislativos y quien terminó revisando estrategias fue el equipo jaldista que se sorprendió con el desenvolvimiento del ministro de Educación.
Mientras estudian qué hacer con el informe del nuevo “ídolo” manzurista, las huestes del vicegobernador estudian si conviene jugar la revancha con el ministro de Seguridad Claudio Maley o esperan a que se reacomoden las cargas.
Hielo o dinero
La máquina de hacer hielo es un desvelo para mucho de los personajes de Macondo. En cambio, por estos lares los devaneos se escapan por los laberínticos senderos por los que se esconden los fondos públicos.
A la “pax” armada se le cayó la primera palabra y pasó a ser simplemente una contienda. Sin banalizar la definición del teórico militar prusiano Carl Von Clausewitz, quien afirmó que la guerra era en definitiva la continuación de la política por otros medios, eso parece haber ocurrido en la batalla del peronismo comarcano.
Los ejércitos desplegaron sus fuerzas en el campo de combate, aunque lo primero que surge es que si Osvaldo Jaldo va a librar una guerra convencional, la correlación de fuerzas le resulta abrumadoramente desfavorable. Para ponerla en números solamente –un lenguaje que el justicialismo tucumano aprendió a conjugar con exactitud- son $ 10.000 millones de presupuesto legislativo (dicen que es el más alto del país) contra $ 200.000 millones del Ejecutivo.
Es decir, que en la guerra de aparatos la pelea es francamente desigual. Sobre todo si se agrega que en esa abultada billetera que depende de la firma de “Juancito” están incluidos los dinares que permiten a los municipios y comunas para hacer obras, o simplemente pagar sueldos. Y sabido es que Jaldo siempre presumió que su fortaleza está en el interior de la provincia y no le va a quedar más remedio que afrontar una guerra de guerrillas.
Y ahora que el gobernador hace un chasquido de dedos y en Buenos Aires le responden, también aparecen las obras que se cuentan por decenas de millones. El problema es que después de la vergonzosa experiencia que tuvieron los tucumanos con el Instituto de la Vivienda todo se hace dudoso. De aquel foco de corrupción quedaron muchas sospechas, dos funcionarios procesados y un gran número de empresarios que eligieron mirar para otro lado, como si fueran inocentes.
Licitaciones, adjudicaciones, sobreprecios, encolumnamientos, compromisos y hasta comisiones son palabras que no tuvieron protagonismo en las novelas de aquellos premio Nobel, sin embargo sigue diciendo presente en los tribunales tucumanos.
En un pasaje de la charla reproducida en el libro las Dos Soledades, Vargas Llosa le pregunta a García Márquez qué piensa de que a los autores latinoamericanos se los lea mucho en Europa o en Estados Unidos. Y, Gabo le contesta:
-Fíjate, no sé. Yo estoy muy asustado… Creo que hay un factor real…
¿Será igual en este Macondo del Noroeste argentino?