Por Daniel Medina
Desde hace años que el cine mainstream infantiliza a su público, con el simple objetivo de generar un producto (en este caso una película) que pueda ser consumido por la mayor cantidad de personas. Por eso podíamos ver en las salas a padres e hijos o tías y sobrinos igual de atentos y preocupados por la vida del héroe protagonista.
Los Simpsons sintetizaron esa situación con esta secuencia, donde Bart ingresa a una sala, pensando que encontrará películas porno, porque la sala se llama "Adult Films". .
El objetivo de intentar realizar una película que pueda ser consumida por la mayor cantidad de personas es la simplificación de tramas, diálogos masticados, escenas donde se abandona todo tipo de complejidad. Temen perder espectadores. Esta infantilización de las películas para “adultos” ha generado un inevitable empobrecimiento de las producciones audiovisuales.
La contramoneda de este fenómeno es el cine infantil: se ha vuelto más complejo y rico, porque necesita atraer también a los adultos.
Un claro ejemplo de esto se ve en el estreno de Netflix “Los Mitchells vs las máquinas”.
La nueva apuesta de Netflix
La trama es fácil de sintetizar, porque no es lo más importante; incluso, en este caso, es espantosamente predecible: una familia deberá salvar a la humanidad de un apocalipsis robótico tipo Terminator, pero sin la parte sangrienta.
Si la historia ya ha sido contada tantas veces, ¿por qué destaca esta película?. La respuesta: por la forma en que está contada, por los matices en su construcción. Eso la vuelve única.
Los productores ya habían demostrado un talento enorme en Spider-Man: un nuevo universo, por lejos la mejor película sobre el hombre araña. Pero en esta ocasión incluso se superaron: el despliegue de colores y las diferentes técnicas de animación que se superponen hacen de Los Mitchels vs Las máquinas un derroche de preciosismo.
La obsesión por las familias
Aunque sepamos por Tolstoy que “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, ha sido la narrativa norteamericana –no la rusa- la que más se ha obsesionado con las familias disfuncionales, acaso como una necesidad de mostrar los defectos del pilar del capitalismo. Los Soprano, Los Simpsons, Belleza Americana, etc.
Los Mitchells tienen varias particularidades. Un niño que es fanático de los dinosaurios, una adolescente que acaba de terminar el secundario y quiere estudiar cine (filma incluso algunos cortes que sube a Youtube), una madre ama de casa que envidia a la familia perfecta y un padre, que no entiende la tecnología y le gustaría vivir en el campo o tener más contacto con la naturaleza. Aunque son cuatro los integrantes, la película explora la relación padre/hija. El contraste es perfecto: teen amante de la tecnología vs hombre que odia la tecnología; Ciudad vs Campo; Trabajo manual vs Trabajo Intelectual.
No por nada un título optativo de la película fue “Conectados”: hacía referencia a una instancia tecnológica (estar conectado a internet) y también a la familia: conectar con el otro. La búsqueda de entenderse y de recomponer la relación entre padre e hija será el disparador de parte de la trama: los Mitchells emprenden un viaje para dejar a la joven en la universidad. Un road trip para una mini road movie, donde aprenderemos a querer y a reír con esta familia.
De manera paralela se desata el apocalipsis robótico. No es casualidad que el detonante sea el corazón roto de una inteligencia artificial a la que quieren dar por obsoleta.
El cine que se piensa
Una definición posible y algo simplista de “Metanarrativa” es un relato que contiene otros relatos y que mira hacia sí mismo para cuestionar sus propios mecanismos narrativos. Es, básicamente, una historia que muestra sus costuras. Que explicita de qué está hecha y lo cuestiona.
La “metanarrativa” se asocia, en Estados Unidos, con la literatura posmodernista; aunque es un truco que se hacía de antes, de mucho antes. Piensen, por ejemplo, en Hamlet de William Shakespeare, en la escena donde, para saber si su tío mató a su padre, el joven príncipe decide montar una obra de teatro: los espectadores ven como en la obra de teatro los personajes se vuelven espectadores de otra obra de teatro.
Parece, ahora, que la metanarrativa es súper sofisticada, pero es más cotidiana de lo que parece: cuando vemos un partido de fútbol en la tele, escuchando a los locutores, estamos ante una clara situación metanarrativa: las imágenes de los jugadores son la historia, los comentarios agregados son las reflexiones e interpretaciones sobre esa historia.
“Los Mitchells…” no es la primera película que hace algo así, por supuesto. La lista es larguísima, sobre todo en la lista de películas pensadas para niños y que trazan relaciones de intertextualidad con cuentos infantiles, conocidos ad nauseam por los adultos. Shrek hizo esto muy bien en 2001, dialogando tanto con cuentos tradicionales, como con películas famosas de la época:
Pero en “Los Mitchells…” la autoconciencia es más fuerte, porque tiene como personaje a una joven que quiere ser directora de cine y porque gran parte del viaje está siendo filmado para una futura película.
No vamos a hablar de los posters de películas que la joven tiene en su cuarto, pero sí, por ejemplo, de dos escenas. Una, es cuando el padre observa la fortaleza de los robots, donde deben meterse, y dice, con preocupación, “esto no va a ser fácil”. La hija, que lo está filmando, le dice que esa frase no tiene nada de épica y le escribe una línea para que lea con una expresión facial que hemos visto una y otra vez en los héroes de películas norteamericanas. Antes de eso, hay otra escena fantástica. La familia debe emprender el trayecto hasta esa fortaleza, desde un centro comercial en el que acaban de sobrevivir. La chica dice que sería fantástico filmarse saliendo, en cámara lenta, con las llamas atrás, en plan súper héroes. El padre le dice que eso sería innecesario y una pérdida de tiempo. Pero después vemos esa escena (un cliché de las películas norteamericanas, del grupo de súper héroes caminando en slowmotion), que, un segundo después, la misma familia observa con sorna de la cámara de la joven.
Un dato interesante, pero nada menor es que para esa escena se toma la música usada por Tarantino para presentar a los malos en Kill Bill:
Esta referencia está destinada claramente a los adultos y se retoma luego, cuando la madre le da una paliza a varias máquinas reescribiendo la siguiente escena, que ningún infante debe o debería haber visto:
Que los niños no capten una intertextualidad no interfiere con la interpretación de la historia. Un intertexto añade una capa de sentido (o de lectura), sólo eso.
Este diálogo con Tarantino no parece casual, un director de cine conocido por hacer películas como pastiches, como reescrituras completas de otras películas.
Cerebral vs emocional
El escritor David Foster Wallace, reconocido como uno de estos posmodernistas, señaló en varias entrevistas que el desafío de esta narrativa era superar esa instancia en que el escritor hacía ostentación de su inteligencia a través de un producto que era meramente cerebral. Lo peor de los artefactos metanarrativos, según Wallace, es que tenían problemas para generar conexiones emocionales en los lectores/espectadores.
“Los Mitchells…” superan ese obstáculo. Y la misma desconexión que existe entre padre e hija se subsana a través de películas. Cuando los padres fueron capturados, el hermano enciendo la filmadora de la madre, donde hay grabadas muchas situaciones donde aparece la adolescente con su padre. Sólo cuando ve esas imágenes, ella lo comprende. Y mientras el padre está capturado, a su lado, otro detenido ve en youtube uno de los videos de la chica, donde hay una supuesta discusión entre un comisario y un policía, y el padre claramente comprende que el comisario es él y eso hace que entienda a su hija.
El buen cine no sólo entretiene, sino que nos interpela. Nos obliga a cuestionarnos. Y, a la larga, eso nos hace mejores personas. Eso lo aprenden los Mitchells. Y lo aprendemos nosotros, gracias a ellos.